LA PROFECÍA
En su temprano papel de profeta, Daniel Cosío Villegas concluyó en su ensayo "La crisis de México" (Cuadernos Americanos, 1947) que si el régimen postrevolucionario mexicano no se obligaba a superar el proceso de decadencia política en que había entrado -y su crisis moral equivalía a la crisis del país-, entonces la clase dirigente mexicana optaría por Estados Unidos como tabla de salvación y "...confiar sus problemas mayores a la inspiración, la imitación y la sumisión a Estados Unidos, no sólo por vecino rico y poderoso, sino porque ha tenido un éxito que nosotros no hemos sabido alcanzar" (edición Clío, 1997, p. 40). Y en verdad que desde entonces la clase política mexicana debió "confiar sus problemas" a la norteamericana: ahí están los constantes préstamos pedidos por Miguel Alemán al Eximbank, los "rescates" a los gobiernos de Luis Echeverría y José López Portillo con fondos norteamericanos directos e indirectos, el "Entendimiento Marco" sobre comercio e inversión de 1987 con Estados Unidos, la firma del TLCAN para apoyar a un Carlos Salinas con el fraude 1988 a cuestas pero neoliberal, el préstamo a Ernesto Zedillo tras el "error de diciembre", la "Iniciativa Mérida" para ayudar al gobierno de Felipe Calderón y ahora, la reforma a la Constitución para intentar que las grandes empresas norteamericanas y europeas "salven" a una clase política en ruinas pero que paga con petróleo.
Cosío preveía que el costo de tal ayuda implicaría "el proceso del sacrificio de la nacionalidad, y, lo que es más grave aún, de la seguridad, del dominio y de la dicha que se consigue quien ha labrado su propio destino" (pp. 40-41).
LABRAR EL DESTINO
La razón última de la política petrolera de la Revolución Mexicana, iniciada por Madero y llevada a su punto más alto por Lázaro Cárdenas, es justamente eso que destacó Cosío Villegas: la voluntad de México de labrar su propio destino nacional. El ideal detrás de la hazaña de 1938 -la expropiación de las petroleras extranjeras- no fue sólo que el gobierno mexicano pudiera aumentar su participación en la renta petrolera. La idea no era tan simple como extraer y vender todo lo que se pudiera de ese recurso no renovable, sino sólo el necesario para darle la energía física y en condiciones óptimas a un proyecto nacional, aspiración que en su núcleo duro buscaba tres cosas: hacer de México una economía que superara el subdesarrollo, alcanzar y sostener el mayor grado posible de soberanía frente al poderoso vecino norteamericano y crear una sociedad menos injusta, más solidaria. A nivel del gobierno, ese proyecto hoy está muerto.
El uso de la riqueza petrolera se empezó a desvirtuar en grande cuando el legado cardenista comenzó a ser corroído por la corrupción. Pero se dio un paso gigantesco en la dirección errada cuando López Portillo quiso salvar el sistema autoritario -ese que le llevó a ganar con el 100% de los votos en 1976- petrolizando la economía. El petróleo propició el aumento exponencial de la deuda externa y sus recursos se evaporaron como agua en los sexenios venideros. Hoy se argumenta que la inversión externa es indispensable para sacar adelante a nuestra industria petrolera, a la que, según el director de Pemex, le urgen 60 mil millones de dólares para ponerse al día en tecnología (El País, 9 de diciembre). Bueno, pues en 2005 los ingresos petroleros fueron superiores a ese monto, superaron los 70 mil millones de dólares, pero en buena medida se invirtieron no en lo importante sino en gasto corriente, en el apaciguamiento de los gobernadores -la mayoría priistas- o a los grandes sindicatos (Rocío Moreno, Ingresos petroleros y gasto público, México: Fundar, 2006, pp. 11, 21, 24-26).
LA CAÍDA DEL ÚLTIMO GRAN PROYECTO
La entrega de la explotación y procesamiento de nuestros hidrocarburos al gran capital externo es, en su sentido profundo, el retorno del pasado, del modelo anterior a 1938, aunque en condiciones muy distintas, pues ya no hay la inocencia de entonces. Hoy todos los actores que están involucrados en esta política que se propone, en palabras de Cosío Villegas, abandonar "la seguridad, del dominio y de la dicha que se consigue quien ha labrado su propio destino" optaron por la salida fácil: nada de combatir la corrupción, nada de hacer una real reforma fiscal, nada de intentar nosotros mismos remediar nuestros grandes males. Es mejor que vengan de fuera los "salvadores" que, por definición, no pueden estar interesados en salvarnos sino en explotarnos, para eso nacieron.
No deja de ser irónico que el PAN, el partido que apareció para combatir a Cárdenas y a su herencia y que fracasó rotundamente cuando llegó a la Presidencia, sea hoy el protagonista que el PRI actual eligiera usar como espolón de proa para acabar con lo último y lo más grande que quedaba de ese magnífico y generoso proyecto nacional que fue el cardenista.
La crisis de México sigue siendo moral pero ha llegado más lejos de lo que hace 66 años imaginó Cosío Villegas.
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Fuente: Reforma
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