lunes, 13 de enero de 2014

Denise Dresser - Des(Enlace)

Acabo de visitar una escuela como tantas otras en el país. La escuela primaria rural "Miguel Hidalgo y Costilla" en Buenavista, Guerrero. Sin teléfono. Sin agua en los baños u otras áreas de la escuela. Sin áreas verdes o juegos para los niños. Con cuatro computadoras antiguas para 150 niños. Con internet tan lento que no sirve ni para enviar un correo electrónico. Con un patio polvoso, repleto de basura que nadie limpia porque no hay recursos para un conserje.

Donde los padres de familia tienen que reunir dinero para traer una pipa y lograr que funcionen los sanitarios. Donde se instrumentará -como parte de la reforma educativa- el programa de escuelas de tiempo completo. Y para ello la SEP ha enviado cajas de frijoles y arroz para darle de comer a los estudiantes. Pero la escuela no tiene una estufa, ni una cocina. Ni personal que prepare los alimentos.




Y lo poco que saben los cuatro maestros allí de la reforma educativa lo han aprendido de los medios o del internet. Dicen que no les preocupa ser evaluados, pero que alguien resuelva las grandes carencias que están condenando a sus niños a una escuela para pobres, para ciudadanos de segunda, para los que quieren educarse pero no tienen con qué.

Batallando para ver quién va a impartir las clases de inglés y computación que las reformas exigen. Luchando para mantener atentos a niños que no se pueden concentrar después de las 10:00 am, porque no han desayunado en sus casas. Batallando para que los padres de familia del pueblo circundante -sin pavimentación y sin agua desde hace 7 meses- provean lo que la Secretaría de Educación Pública debería proveer pero no lo hace. Luchando para saber si el convenio mediante el cual se obtuvieron las despensas va a continuar después de unos meses.

Mientras la reforma educativa es aplaudida con bombo y platillo. Mientras nadie sabe lo que entrañará en realidad su instrumentación en Guerrero y en tantos otros estados atrapados en la marginalidad. Mientras el Instituto Nacional de Evaluación de la Educación cancela la prueba ENLACE para educación básica en el 2014-2015, y demuestra lo disfuncional que sigue siendo el sistema educativo.

Porque con esa cancelación se está perdiendo la única base de datos longitudinal que se había creado para medir el desempeño educativo de los niños. Porque con esa cancelación no vamos a poder medir el impacto de la reforma educativa sobre los afectados: los niños. Porque con esa cancelación no vamos a poder saber si el tránsito a escuelas de tiempo completo incide en la mejoría académica. Porque al perderse la prueba ENLACE -con todos sus defectos- se pierde la posibilidad de evaluar, de contar, cuantificar, cambiar. Se interrumpe la serie histórica de datos. Se pierde la capacidad de saber qué están aprendiendo nuestros hijos.

Y el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación no da razones, no da explicaciones, no da la cara. Simplemente dice que elaborará una prueba mejor, cuando el impacto de su decisión va a ser peor. Simplemente mantiene ENLACE para educación media superior pero elimina la prueba para educación básica sin dar motivo alguno.

Ignora todas las razones para mantener la prueba y los argumentos para perfeccionarla sin desecharla. Ignora el hecho controvertido de que ahora los estímulos salariales a los maestros estarán determinados por la añeja prueba de aprovechamiento escolar. Una prueba opaca. Una prueba que se prestaba para la discrecionalidad. Una prueba vieja que no sirve para las nuevas circunstancias.

El Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación argumenta que los datos que proveía ENLACE no eran perfectos. Pero nunca hay datos perfectos. Es imposible reunirlos y siempre habrá alguien que haga trampa en la prueba o no la conteste de manera adecuada. Pero es mejor recabar datos imperfectos que no tener datos. Es mejor poder estimar el sesgo de los datos que no contar con ellos. Es mejor medir imperfectamente que no hacerlo.

Y a eso ha llevado la decisión del Instituto. A una situación de desconocimiento sobre el estado de la educación que necesitábamos remediar. A una situación de desconocimiento sobre el impacto de las políticas públicas que necesitábamos trascender. A un contexto de opacidad y discrecionalidad y corrupción que la tan cacareada reforma educativa prometía evitar.

Mientras en Buenavista, Guerrero, 150 niños con sonrisas abiertas y colitas de caballo perfectamente peinadas y curiosidad y alegría juegan entre la basura. Entre la mierda. Víctimas de una burocracia que no sabe cómo cambiar porque ni siquiera sabe cómo medir.


Fuente: Reforma

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