Ciertas reputaciones se basan en malentendidos. Aunque Maquiavelo no era maquiavélico, la posteridad asocia su teoría política con la intriga palaciega y la conspiración sin escrúpulo. Siguiendo esta equívoca e inmodificable fama, podríamos pensar en un perverso libro de autoayuda titulado Maquiavelo para contribuyentes.
Uno de sus capítulos debería estar dedicado a la facturación electrónica. Vivimos en un país donde la conectividad es, cuando mucho, de 30 por ciento. La mayoría de la población no puede expedir facturas ni recibos electrónicos. Se dirá que sólo una minoría paga impuestos. Pero eso no implica que todos tengan computadora con Internet. Someter un procedimiento civil a la posesión de un aparato es discriminatorio.
Un amigo que pertenece a una ONG de comercio justo y se dedica a vender artesanías me comentó que, por requerimiento de Hacienda, a partir de 2014 sus proveedores tendrán que entregar factura electrónica. Algunos de los artesanos a los que les compra no saben escribir, otros ni siquiera hablan español. ¿Es posible que las disposiciones fiscales desconozcan el país en que se aplican? La pregunta, por supuesto, es retórica: las facturas son tan ajenas a la realidad como la propaganda del gobierno. Hace 15 días escribí que la campaña que anunciaba que pagaríamos menos luz era demagógica. Hoy ya subió el costo de la electricidad.
"Denme un invento y les daré una transa", dice el ingenio popular. Desde que las facturas comenzaron a enviarse por Internet surgió una costumbre vernácula: el regateo digital.
El cliente está obligado a pagar sin recibir nada a cambio (bueno, recibe un ticket que fiscalmente vale su peso en aire). El vendedor promete mandar la factura por Internet. No siempre lo hace, por simple descuido o porque confía en la mala memoria del comprador. El cliente habla por teléfono para solicitar la factura rezagada. Al otro lado de la línea, una secretaria cita a Manuel Bartlett: "Se nos cayó el sistema". Si esa frase sirvió para robar una elección a la Presidencia, ¿cómo no va servir para mantener a raya a un ciudadano? Mencionar a la Procuraduría del Consumidor sirve de poco. El cliente y el vendedor saben que la Profeco no suspenderá sus urgencias para dirimir acerca de una factura de 780 pesos. El trámite se convierte en una lucha entre el tesón del solicitante y la paciencia mineral del vendedor.
En 2014 los contribuyentes que hayan ganado más de 500 mil pesos el año pasado deberán entregar recibos electrónicos. Para descontar impuestos, habrá que pescar facturas en el pantano digital. La virtualidad de los trámites multiplicará las excusas para incumplirlos.
Hacienda no tomó en cuenta nuestra peculiar relación con lo que no se ve ni se toca. La cibernética parece al margen de la responsabilidad humana: "¿No te llegó el mail? ¡Qué raro! ¡Ah, qué máquinas éstas!" Hablamos de la red como de una teodicea a la mexicana donde los dioses hacen lo que quieren porque están sindicalizados y tienen influencias.
Los objetos inanimados parecen tomar decisiones por nosotros (casi siempre malas). Cuando se suspende el suministro eléctrico, nadie piensa en un culpable: la luz "se va". Si las invitaciones para la boda no están listas, el encargado dice: "nos falló la imprenta". Cuando el coche se descompone al salir de revisión, surgen causas metafísicas: "las juntas estaban sueltas" o, pero aún: "se le acabó el sinfín". En el país de los pretextos mágicos la voluntad no existe: la luz se va, falla la imprenta, se acaba el sinfín.
La computación amplió la capacidad de inventar pretextos. Pero nada frena a Hacienda. Esto se debe a otra de nuestras costumbres: la convicción de que complicar la vida equivale a hacerla más segura. Los obstáculos son vistos como un freno al mal (la evasión, la corrupción) cuando en realidad impiden el bien (respirar, trabajar).
La productividad depende de simplificar soluciones. En los países lógicos todo ticket es simultáneamente un comprobante fiscal. No hay que hacer otro trámite en la oficina de al lado ni en la estratósfera de la computación.
Aún nos sobran recibos "bidimensionales" (¡gasto inútil!) y ya nos convertimos en rehenes electrónicos. ¿Por qué?
La hipótesis de un lector de Maquiavelo sería que Hacienda no se ha enterado de que hay mexicanos que necesitan zapatos antes que facturas electrónicas.
La hipótesis maquiavélica es que la maraña recaudadora se creó para que sobreviva el más apto, es decir, el que invente o desaparezca más facturas y le eche la culpa a la caída del sistema.
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Leído en http://www.criteriohidalgo.com/notas.asp?id=212719
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