lunes, 17 de febrero de 2014

Denise Dresser - Adicción al error

Aquí vamos otra vez. Escribiendo el mismo guión. Poniendo en función estelar las mismas escenas. Habrá compromisos firmados y aplaudidos mientras Barack Obama y Enrique Peña Nieto se dan palmadas en la espalda. La escenificación y los rituales serán exactamente idénticos a otros años, otros protagonistas, otras sedes. Pero la película bilateral del combate al narcotráfico será igual. Será estrenada en la cartelera – al Norte y al Sur de la frontera —como si fuera una gran inauguración, cuando en realidad será tan sólo una repetición. Cuando habrá los mismos discursos, el mismo reconocimiento de responsabilidades compartidas, el mismo método cansado de encarar el problema de las drogas y la violencia que acarrea.

México y Estados Unidos adictos al error. Adictos a versiones facsimilares. Adictos a reuniones ceremoniales en las cuales el presidente mexicano es aplaudido por su “valentía”, su “arrojo”, su “compromiso modernizador”. Y seguramente presenciaremos acuerdos rubricados, acciones colaborativas, el anuncio de sendos esfuerzos para limitar el consumo en Estados Unidos y combatir la oferta en México. Y seguramente habrá declaraciones en torno al “enfoque social” que se está instrumentando en Michoacán. Pronunciamientos en torno a la importancia de restaurar el “tejido social” y no sólo enviar al Ejército. Pero nada de lo declarado o anunciado entrañará un cambio sustancial en la perspectiva contraproducente y la visión simplista con la que venimos cargando desde hace décadas.



Porque esa visión está basada en premisas falsas. En argumentos debatibles. Supone que la guerra que seguimos librando contra las drogas – aunque ya no se hable de ella así – puede ser ganada. Cree que Estados Unidos puede limitar su consumo y que dedicará energía y esfuerzos para lograrlo. Supone que la victoria se obtendrá cuando México limite su oferta de drogas y que eso es posible. Cree que la política anti-drogas estadounidense debe ser asumida como la política anti-drogas mexicana. Piensa que la legalización es una caja de Pandora que no debe ser abierta. Y esas ideas son esgrimidas, publicitadas, argumentadas año tras año, cumbre tras cumbre, hasta el cansancio. Hasta llegar al escenario de violencia sin fin que padecemos hoy.

Y de allí las preguntas para las cuales tenemos derecho a exigir una respuesta: La guerra contra el narcotráfico ha contribuido a combatir la corrupción o la ha exacerbado? Ha llevado a la construcción del Estado de Derecho o ha desviado los recursos y la atención que deberían estar centrados allí? Ha resuelto el reto del crimen organizado o más bien ha contribuido a su multiplicación? Ha enfrentado la corrupción — que tanto asiste al crimen organizado – en cada pasillo del poder en el país, o ha cerrado los ojos ante ella?

La respuesta honesta, franca, a estas preguntas debería llevarnos a pensar en otras alternativas. A considerar otras opciones. A mirar lo que está haciendo el Distrito Federal en un esfuerzo para diseñar mejores políticas y leyes sobre drogas. A cambiar de paradigma. A pensar – como lo han hecho tres expresidentes latinoamericanos— que la legalización de algunas sustancias reduciría su precio. Que al legalizar se podría tratar a los adictos como enfermos y no como criminales. Que al caer el valor de las drogas consumidas habría manera de enfrentar los daños que producen. La violencia. La corrupción. Las auto-defensas. El colapso del gobierno en lugares como Michoacán.

Mientras tanto, Estados Unidos se encamina hacia la legalización en cada elección. Treinta y dos por ciento de la población allí puede ir a un dispensario para recibir mariguana por razones médicas. Once millones 753 mil habitantes de Colorado y Washington aprobaron el uso recreativo de la mariguana. El 50 por ciento de la población encuestada en la Unión Americana aprueba su despenalización. Y de allí la urgencia de que México tome las riendas de su propio destino en lugar de aceptar el que Estados Unidos impone. La urgencia de tomar decisiones para fortalecer nuestra seguridad nacional, nuestra estabilidad política, nuestra cohesión social. Y para ello, empezar un amplio debate – en el Distrito Federal y más allá – sobre la despenalización de la mariguana. Mirar e imitar lugares que lo han hecho con éxito. Reconocer la adicción mexicana al error y corregirlo. Reconocer que gobierno tras gobierno se ha vuelto adicto a una política antidrogas que lleva a dedicar cada vez más presupuesto, más armas, y más militares a una guerra que nadie, nunca podrá ganar.

Fuente  Reforma

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