jueves, 13 de febrero de 2014

José Woldenberg - Dahl y la poliarquía

Acaba de morir Robert A. Dahl. La primera edición de su libro La poliarquía. Participación y oposición (1971) intentaba develar las claves para la construcción de regímenes democráticos. En una época marcada por la Guerra Fría, en la cual hasta los Estados que no lo eran decían ser democráticos (la República Democrática Alemana, la República Democrática de Corea...), Dahl empezaba por el principio: ¿cuándo se podía decir que un régimen era realmente democrático?

Escribió: "el gobierno democrático se caracteriza...por su continua aptitud para responder a las preferencias de sus ciudadanos, sin establecer diferencias políticas entre ellos". Y para eso, los ciudadanos debían contar con la oportunidad de formular y manifestar sus preferencias y recibir igualdad de trato por parte del gobierno. Pero para que ello fuera posible se requerían garantías institucionales. Él enumeraba ocho. Tres libertades, de: 1) asociación, 2) expresión y 3) voto; además 4) elegibilidad para el servicio público, 5) derecho de los líderes políticos a competir en busca de apoyo, 6) diversidad de fuentes de información, 7) elecciones libres e imparciales y 8) instituciones que garanticen que la política del gobierno dependa de los votos y demás formas de expresar preferencias.







Quizá por el uso excesivo y excedido del término democracia, que alude al gobierno del pueblo (enunciado imposible si no se le asume a través de la representación, y si no se entiende que el pueblo no es un monolito sino un universo cruzado por diferentes intereses, ideologías, sensibilidades, etcétera), Dahl prefirió llamarle poliarquía (en contraposición a las oligarquías): un sistema en donde agrupamientos diferentes buscan ganarse el apoyo de los ciudadanos para ejercer las funciones de gobierno y legislativas. Si era un solo grupo -partido- el que se reproducía en el laberinto de las instituciones imposible considerarlo como una poliarquía.
Su preocupación central no era reconocer o no lo que era una democracia. Sino tratar de explicar cómo se podía arribar a ella desde regímenes no democráticos, construyendo las garantías institucionales antes enunciadas. Y para ello trazó dos ejes: debate público y derecho a participar en las elecciones y el gobierno. Si en ambas coordenadas encontrábamos debate y participación plenos, podíamos legítimamente hablar de un sistema democrático. Si ambos campos estaban suprimidos debíamos hablar de hegemonías cerradas. Pero decía, puede existir debate sin derecho a participación, se trataría de oligarquías competitivas, o por el contrario, existir representación (participación) sin debate, algo así como hegemonías representativas.
Construir poliarquías tenía sentido, por varias razones. Porque: a) era el único sistema donde "las libertades de corte liberal" podían ejercerse, creando las condiciones para oponerse al gobierno, formar organizaciones distintas y poner a circular proyectos alternativos; b) "la participación abierta y la competencia política combinadas originan un cambio en la composición política de los dirigentes". Las fuentes de reclutamiento de los líderes políticos tendían a diversificarse; c) "los políticos buscan el apoyo de los grupos que van ganando el acceso a la vida política"; así, por ejemplo, la expansión del sufragio fue fruto de los esfuerzos de los partidos socialistas y laboristas y usufructuado por ellos. De esa manera se tienden mejores puentes de comunicación entre representados y representantes; d) "mayor será el número y variedad de preferencias e intereses políticos con probabilidades de estar presentes en la vida política"; e) "mayores son las dificultades con que tropieza el gobierno para adoptar o hacer cumplir métodos que exijan la aplicación de sanciones rigurosas a porcentajes relativamente importantes de la población" (pensaba, por ejemplo, en la colectivización forzada en la URSS).
Detectaba varias vías para arribar a las poliarquías deseables (no creía que hubiese una ley de la historia que las hiciera obligadas): mediante procesos evolutivos (Inglaterra, Bélgica o Chile), por colapso o derrocamiento del antiguo régimen (Alemania -1919- o España -1931-), por conquista militar (Alemania, Italia o Japón después de la Segunda Guerra), o tras la lucha por la independencia nacional (Estados Unidos o India). Pero afirmaba, luego de la experiencia acumulada: si se quiere edificar una democracia son imprescindibles "partidos rivales" y "elecciones sin coacción". Suena a una clase. Dahl era un profesor.


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