Escribió: "el gobierno democrático se caracteriza...por su continua aptitud para responder a las preferencias de sus ciudadanos, sin establecer diferencias políticas entre ellos". Y para eso, los ciudadanos debían contar con la oportunidad de formular y manifestar sus preferencias y recibir igualdad de trato por parte del gobierno. Pero para que ello fuera posible se requerían garantías institucionales. Él enumeraba ocho. Tres libertades, de: 1) asociación, 2) expresión y 3) voto; además 4) elegibilidad para el servicio público, 5) derecho de los líderes políticos a competir en busca de apoyo, 6) diversidad de fuentes de información, 7) elecciones libres e imparciales y 8) instituciones que garanticen que la política del gobierno dependa de los votos y demás formas de expresar preferencias.
Quizá por el uso excesivo y excedido del término democracia, que alude al gobierno del pueblo (enunciado imposible si no se le asume a través de la representación, y si no se entiende que el pueblo no es un monolito sino un universo cruzado por diferentes intereses, ideologías, sensibilidades, etcétera), Dahl prefirió llamarle poliarquía (en contraposición a las oligarquías): un sistema en donde agrupamientos diferentes buscan ganarse el apoyo de los ciudadanos para ejercer las funciones de gobierno y legislativas. Si era un solo grupo -partido- el que se reproducía en el laberinto de las instituciones imposible considerarlo como una poliarquía.
Su preocupación central no era reconocer o no lo que era una democracia. Sino tratar de explicar cómo se podía arribar a ella desde regímenes no democráticos, construyendo las garantías institucionales antes enunciadas. Y para ello trazó dos ejes: debate público y derecho a participar en las elecciones y el gobierno. Si en ambas coordenadas encontrábamos debate y participación plenos, podíamos legítimamente hablar de un sistema democrático. Si ambos campos estaban suprimidos debíamos hablar de hegemonías cerradas. Pero decía, puede existir debate sin derecho a participación, se trataría de oligarquías competitivas, o por el contrario, existir representación (participación) sin debate, algo así como hegemonías representativas.
Construir poliarquías tenía sentido, por varias razones. Porque: a) era el único sistema donde "las libertades de corte liberal" podían ejercerse, creando las condiciones para oponerse al gobierno, formar organizaciones distintas y poner a circular proyectos alternativos; b) "la participación abierta y la competencia política combinadas originan un cambio en la composición política de los dirigentes". Las fuentes de reclutamiento de los líderes políticos tendían a diversificarse; c) "los políticos buscan el apoyo de los grupos que van ganando el acceso a la vida política"; así, por ejemplo, la expansión del sufragio fue fruto de los esfuerzos de los partidos socialistas y laboristas y usufructuado por ellos. De esa manera se tienden mejores puentes de comunicación entre representados y representantes; d) "mayor será el número y variedad de preferencias e intereses políticos con probabilidades de estar presentes en la vida política"; e) "mayores son las dificultades con que tropieza el gobierno para adoptar o hacer cumplir métodos que exijan la aplicación de sanciones rigurosas a porcentajes relativamente importantes de la población" (pensaba, por ejemplo, en la colectivización forzada en la URSS).
Detectaba varias vías para arribar a las poliarquías deseables (no creía que hubiese una ley de la historia que las hiciera obligadas): mediante procesos evolutivos (Inglaterra, Bélgica o Chile), por colapso o derrocamiento del antiguo régimen (Alemania -1919- o España -1931-), por conquista militar (Alemania, Italia o Japón después de la Segunda Guerra), o tras la lucha por la independencia nacional (Estados Unidos o India). Pero afirmaba, luego de la experiencia acumulada: si se quiere edificar una democracia son imprescindibles "partidos rivales" y "elecciones sin coacción". Suena a una clase. Dahl era un profesor.
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