Aparte de aportarnos indudables beneficios, la realidad virtual nos somete a una rigurosa vigilancia. Hace décadas, una optimista compañía de detergentes invitaba a la población a instalar un “Acapulco en la azotea”. Mientras el eficaz jabón para ropa trabajaba por su cuenta, la familia podía asolearse en el traje de baño de su predilección. Hoy en día esa tribu no sólo estaría bajo el sol sino bajo el escrutinio de Google Earth. Alguien nos observa en cualquier parte.
Esto se extiende a Internet, donde de pronto te ofrecen casarte con una rusa o ahorrar una fortuna en la compra de 50 litros de whisky. De algún modo, has dejado pistas en la red de que no eres indiferente a las rusas ni al whisky.
Pero no sólo las empresas tratan de averiguar las recónditas preferencias de sus clientes potenciales. El caso Snowden revela que los líderes del “mundo libre” dan por sentado que los ciudadanos deben someterse a una supervisión de ratones de laboratorio. ¿Llegará el momento en que debamos dormir con la luz encendida para permitir que las cámaras del gobierno nos filmen?
Ya estamos en la mira y el asunto puede empeorar. De acuerdo con el New York Times, la empresa FaceFirst ha diseñado una tecnología que permite clasificar facialmente a los seres humanos. En el siglo XIX, Cesare Lombroso creó una tipología para reconocer a los delincuentes por sus orejas o sus pómulos. De acuerdo con el criminólogo italiano, el mal se debe a razones genéticas: la forma de la barbilla delata si querías asaltar un banco o una dulcería.
El invento de FaceFirst no se basa en el determinismo fisiológico sino en la conducta. Asocia las facciones de los clientes con su comportamiento previo. “¿Dónde he visto esas cejas?”, nos preguntamos de repente. Lo mismo hace la computadora de FaceFirst, con la diferencia de que en pocos segundos las vincula con el récord comercial del cliente.
Esta tecnología pretende detectar hábitos extremos -el robo y el derroche- para reforzar dos actividades imprescindibles de la sociedad de consumo: los arrestos y las ofertas. Al distinguir el lunar de la sospecha o el mentón del dispendio, los empleados de la tienda podrían llamar a la policía o brindar un trato vip.
En inglés, conocer algo “a primera vista” es conocerlo at face value. La expresión podría adquirir sentido literal, transformando el rostro en un código de barras con orejas.
Lo decisivo y alarmante es que esa forma de supervisión ya es posible. Como la humedad y las hormigas, puede suprimirse por un tiempo y reaparecer después en otro sitio.
Mi generación se educó con películas de luchadores en las que El Santo y Wolf Ruvinskis descubrían que una pelota de cartón con tirabuzones era una bomba atómica. En esos escenarios de cartón y piedra, las amenazas resultaban tan inverosímiles como la idea de que la humanidad fuera salvada por mexicanos. Sin embargo, nos enseñaron a desconfiar de los aparatos.
Lo mismo se puede decir de las tramas de televisión de los años sesenta, en las que un espía se infiltraba en una familia para que el padre se electrocutara con el tostador de pan (convirtiendo a la madre en posible cómplice de una potencia extranjera o extraterrestre). Esta maligna invasión doméstica pertenecía al mundo alterno de Mi marciano favorito, Hechizada, Mi bella genio, Perdidos en el espacio, El agente de CIPOL o El superagente 86. En esas series, la magia, la paranoia y los inventos eran exageraciones de los guionistas. Ahora el teléfono se ha vuelto inteligente y sus aplicaciones estudian tus costumbres.
En cierta forma, FaceFirst ya existe. Las cámaras de vigilancia de las tiendas suelen guardar las imágenes del último mes. Si se revisan en detalle, delatan comportamientos. FaceFirst acelera este análisis y lo divulga en línea, determinando la reputación universal de una nariz.
A tal paso, en el futuro bastará ver la fotografía del autor de una columna para saber de qué escribe.
Leído en http://criteriohidalgo.com/notas.asp?id=218389
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