viernes, 21 de febrero de 2014

María Amparo Casar - Portada, contenido y realidad

La reputación y aprobación externas repercuten en beneficios para el país. Si México es bien visto por los gobiernos y los mercados internacionales, el potencial para atraer inversión extranjera directa e indirecta, turismo y crédito aumenta. El gobierno de México ha hecho un espléndido trabajo en ese frente. Peña Nieto ha acumulado más de una veintena de portadas que pintan a México como una nación que despega, que hace las cosas que se esperan de ella, que ha podido romper con tradiciones que parecían inamovibles, que es un buen destino para el capital foráneo y un buen mercado.
La narrativa de portadas como la de Time no pueden sino causar beneplácito. Pero hay que tener una doble cautela. La primera es si esa espléndida imagen se traduce en lo que promete: una nación en donde vale la pena invertir y crear empleos, una nación que merece ser receptora de crédito y una nación a la que hay que visitar. Ninguna de estas cosas ha sucedido hasta ahora. La inversión extranjera no ha llegado, el turismo no ha aumentado y lo que se reproduce en países como España o Estados Unidos son las alertas a sus ciudadanos sobre los peligros de viajar a México. 






La segunda cautela tiene que ver con la letra chica. Nos deslumbramos con la portada que muestra a Peña Nieto y la leyenda Salvando a México, pero no hacemos caso a las advertencias. Leemos que Ruchir Sharma, el jefe de mercados emergentes de Morgan Stanley, dice que “en la comunidad de inversionistas de Wall Street, México es de lejos la nación favorita” pero no que “el momento mexicano podría decepcionar”; que “la corrupción y la mala gestión son endémicas a la política mexicana”; que “algunas de las reformas de Peña Nieto están generando una feroz resistencia”; y que “el tráfico de drogas, junto con el crimen y la violencia asociados a él, se mantienen como un hecho definitorio”.
El gobierno presume que México es distinguido como un ejemplo a seguir, pero no se dice que en la última encuesta levantada por el Chicago Council on Global Affairs, la opinión de los estadunidenses sobre México sigue deteriorándose hasta caer a sólo 36 de 100 puntos de aprobación.
Hay una gran discordancia entre la evaluación y las altas expectativas que ha logrado Peña Nieto entre los gobiernos y mercados internacionales y la evaluación y bajas expectativas que sobre ese mismo gobierno se hacen entre la población y los mercados nacionales.
No es un misterio que los mercados internacionales aplaudan los logros y nos sitúen como uno de los mercados emergentes más promisorios, mientras que el mexicano común está decepcionado y desesperado. Ninguno de los indicadores económicos con los que cerró México en 2013 son para aplaudir. La sociedad mexicana no percibe logros en seguridad, acceso a la justicia, mejora en los servicios públicos o corrupción.
La diferencia entre una percepción y la otra está en la lógica de los intereses de cada sujeto. A los mercados internacionales les interesa el potencial a mediano y largo plazos de la economía, las oportunidades abiertas para invertir, la ampliación de los mercados para los bienes y servicios que producen. A los mexicanos de a pie les preocupa si van a poder conseguir o mantener su empleo y si van a tener para comer mañana, para la colegiatura o el médico.
Lo que sí sorprende es que el sector empresarial mexicano, que se esperaría estuviera en la misma lógica que los inversionistas extranjeros, se sitúe más del lado del pesimismo de la población en general que del optimismo de los extranjeros. Aquí hay de dos. O los empresarios mexicanos ya se saben la historia de la venta de expectativas o están viendo sus intereses afectados. Lo cierto es que la calificación recientemente otorgada por Moody’s y los halagos en la prensa extranjera contrastan no sólo con la disminución de 15 puntos en el Índice Confianza del Consumidor, sino también con la pérdida de aprobación del gobierno por parte de los líderes y empresarios mexicanos.
Las reservas mostradas por ellos atienden a los riesgos que ven por delante: dilación en las leyes secundarias, mala implementación de las reformas, falta de capacidades institucionales y corrupción. Hemos tenido dos probaditas de lo que puede pasar con las reformas estructurales. La Reforma Educativa, a quien nadie le puede pedir resultados en un año, se ha empezado a descarrilar por la vía de la práctica y también por el de la legislación local. La de telecomunicaciones muestra un rezago inadmisible y está en peligro de ser deformada. Estas cosas no se resuelven con una buena operación en la prensa internacional.
No sería sensato escatimar ni la visión de largo plazo para transformar la realidad económica mexicana ni la habilidad política de Peña Nieto para, a través de un programa de reformas, sentar las bases de esa transformación. Pero hasta ahí vamos. No más, tampoco menos. Hasta el momento hemos tenido una revolución normativa de gran calado. La Constitución se parece poco a la de hace unos años, pero la realidad es prácticamente la misma. El mexican moment sigue vigente, pero la mexican reality también.
                                *Investigadora CIDE
                amparo.casar@cide.edu
                Twitter: @amparocasar


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