Los tecnócratas se apoderaron del sistema político mexicano al llegar Miguel de la Madrid a la presidencia de la república el 1 de diciembre de 1982. Encabezado por Carlos Salinas de Gortari, el entonces joven secretario de Programación y Presupuesto, el grupo de economistas integrado por Pero Aspe, Luis Donaldo Colosio, Manuel Camacho, Ernesto Zedillo, María de los Ángeles Moreno, Emilio Lozoya Thalmann, Guillermo Ortiz Martínez y Jaime Serra Puche, entre otros, se dio a la tarea de cambiar el modelo económico populista y estatista que había llevado a México a la ruina en 1976 y 1982.
Varios de estos economistas habían realizado sus estudios de posgrado, maestría o doctorado en universidades estadounidenses como Harvard (Salinas, Moreno, Lozoya), Yale (Zedillo, Serra), Columbia (Lozoya), Massachusetts Institute of Technology (Aspe), la Universidad de Stanford (Ortiz) o la Universidad de Pennsylvania (Colosio) y es natural que estuvieran convencidos de que lo que nuestro país necesitaba para despegar económicamente era una economía de mercado.
Así, desde diciembre de 1982 Salinas y su equipo empezaron a desmantelar el modelo que desde 1970 instauraron los presidentes Luis Echeverría y José López Portillo y a construir una economía neoliberal.
Recordemos que el neoliberalismo busca, entre otras cosas, que el mayor número de actividades económicas las realicen los particulares, tanto en lo individual o a través de empresas privadas. También se propone limitar el papel del Estado en la economía, reducir el porcentaje del PIB generado por el gobierno, privatizar las empresas gubernamentales, respetar la ley y los derechos de propiedad, eliminar las leyes y reglamentos que frenan o limitan la actividad económica, y permitir el libre tránsito transfronterizo de mercancías y capitales.
Todos estos objetivos son excelentes y alcanzables. El problema es que el modelo que impusieron los salinistas dista mucho de ser neoliberal.
Recordemos que Salinas y los suyos sí vendieron empresas gubernamentales pero al hacerlo permitieron la creación de monopolios, duopolios u oligopolios privados al mismo tiempo que protegieron a los ya establecidos; redujeron el porcentaje del PIB generado por el gobierno pero no lograron destetar a la economía de Pemex; no hicieron nada por asegurarse de que prevaleciera el estado de derecho y poco para eliminar las leyes, códigos y reglamentos que dificultan hacer negocios, especialmente para las micro, pequeñas y medianas empresas; lograron el libre paso de capitales y mercancías desde y hacia México pero no el de las personas; crearon un sistema bancario que no fue capaz de sortear la crisis de 1994; apresuraron la apertura comercial sin que les importara que en el proceso desaparecieran industrias completas, como la juguetera, electrónica o dulcera; permitieron que la corrupción alcanzara niveles nunca vistos en la historia del país.
El modelo salinista que aún rige nuestras vidas no es y nunca fue neoliberal. No sirvió ni servirá para beneficiar a la mayoría de los mexicanos.
Hace unos días, tanto la Organización para el Desarrollo y Cooperación Económicos (OCDE) como el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) emitieron reportes que muestran que la desigualdad y la pobreza en nuestro país llegan a niveles escandalosos. Mañana presentaré lo más importante de ambos documentos, pruebas fehacientes del fracaso del mal llamado modelo neoliberal.
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