Lo gozaba. Verano o Invierno en el DF siempre tenía frío, de ahí los sacos de lana. Su sangre tropical lo traicionaba. Ser querido, lo dijo muchas veces, ese era el fin último. Lo logró con creces. No le gustaban los grupos grandes y menos aún las intervenciones con aire formal. Se refugiaba en el silencio. No gozaba las multitudes. Cierta timidez oral lo merodeaba. ¿Pero cómo, el premio Nobel tímido? Sí.
Entró al Paraninfo de la Universidad de Guadalajara. La ovación se dejó venir al instante, respondió con algo de congoja auténtica. No aceptó subir al estrado. Fuimos al primer concierto de Serrat y Sabina en el Auditorio Nacional. Quedamos codo con codo. De pronto las dos estrellas españolas anunciaron que el espectáculo estaba dedicado al gran Gabo y señalaron hacia el fondo del salón. La gente de pie inicio una interminable ovación. Se sumió en su asiento. Imposible, le dije, apechuga. Se levantó y agradeció con plena serenidad. Los aplausos no cesaban. Regresó a su asiento y por fin la música continuó. Minutos después fue al fondo del palco. Se tardó demasiado, miré para atrás y allí estaba parado con un buen whisky en las manos. Tenía los ojos llorosos, la emoción lo había invadido. Sentía y transmitía sentimientos.
Los encuentros con Silvia y Carlos Fuentes y los Gabos, eran frecuentes. La vivaz Mercedes, siempre informada, lectora incontenible de periódicos y fuente inacabable de giros interpretativos, nos sometía a la realidad. La amistad entre ambos era entrañable. En alguna ocasión la mesa derivó hacia Cuba. El Gabo guardó silencio. Carlos intervino, cambiemos de tema, mi amistad con Gabriel está más allá de Cuba. Era fácil cuestionarlo sin saber. Tiempo después contó su decisión de usar su influencia entre otros para liberar presos. Difícil misión. Se fue con muchos secretos, sólo así podía operar. Por allí andan los beneficiados.
Las críticas no le importaban. Prefirió actuar. Nunca hagas garabatos, si vas a dedicar un libro hazlo bien. A la larga lo que más recordarán será la dedicatoria. De allí sus bellas flores. Por qué cambiaba de relojes una y otra vez, por diversión. Él mismo se burlaba de los estereotipados diseños. Y en esas reuniones, mucha dominicales, a partir de nada se soltaba con Lope de Vega, verso a verso, con memoria prodigiosa, porque el tímido Gabo, en corto, no tenía límite.
Tenía una debilidad evidente, indagar sobre las entrañas del poder. Permitía el cortejo, sobre todo por curiosidad. Sus anécdotas con presidentes de todo cuño eran infinitas. Recuerdo en especial las de Torrijos con el que viajó horas antes del accidente mortal del panameño. América Latina era su continente emocional. Gracias a la Gaba estaba informado al detalle de las señales más sutiles del poder. Su corazón estaba sanamente dividido entre Colombia y México. No escogió el lugar de nacimiento pero sí el de su muerte. Sus paisanos rebosantes de afecto no le daban tregua, decía. El DF le permitía un poco más de tranquilidad. Volamos a Cartagena con el Gabo como incógnito. Era una reunión del Foro Iberoamérica creado por Fuentes. Cuando apareció en la entrada del hotel ya se cimbraba toda la bella ciudad. Difícil ser amable con esa fama. Lo era, muy amable. La sobrevivió.
Era un gran conversador, cuando quería. Cuando no, el mundo desaparecía a su alrededor. Cuentista al fin, repetía sus historias con un creciente cuidado de las palabras. Recuerdo el encuentro que tuvieron Fuentes y él en un baño turco con Kundera. Ese era el único sitio que el checo consideraba seguro para poder platicar sin riesgo de escuchas. Pero pasado un rato el mexicano y el colombiano empezaron a desfallecer de calor mientras las palabras de Kundera sobre la falta de libertades en su País se hilaban sin fin. Le pidieron tregua al anfitrión. Kundera los condujo a una puerta, la abrió y los lanzó a un río helado. Yo, nacido en el trópico, he de morir congelado aquí en Checoslovaquia, pensó el Gabo.
El Nobel le llegó joven y lo único que provocó fue incrementar su generosidad. Guionista al fin, impulsó el cine, periodista de origen y destino también se dio tiempo para crear una gran escuela. El premio nunca lo aplastó, al contrario, lo retó. Un impulso interno de amor a la vida lo hizo florecer mil veces. Vinieron los retos de salud pero el Gabo nunca se dejó vencer. Con una sonrisa, veía muy lejos. “La vida no es lo que uno vivió, sino la que uno recuerda...”. Me quedo con una imagen, una madrugada en Cartagena con los Gabos bailando un vallenato, cortejándose como dos pájaros, con elegancia indescriptible. Sólo queda agradecer los mundos literarios que nos legó y el gran personaje que supo encarnar.
Su vida fue una gran novela que llegó al punto final. Gracias Gabo y hasta siempre.
Leído en http://www.am.com.mx/opinion/leon/punto-final-8575.html
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