SHANGHÁI.- Mi viaje por China no deja de depararme sorpresas. Después de hablar con decenas de profesores e intelectuales, me percato de que hoy casi nadie en China habla de revolución. En su lugar muchos académicos y funcionarios prefieren hablar de armonía, una idea en parte heredada de la antigua tradición confuciana. No se habla de la lucha de clases, que muchos ven asociada a la nefasta época de la revolución cultural y del letal "salto adelante" que contribuyó a una hambruna que mató a millones. Hace unos días asistí a una reunión con profesores de la Universidad de Estudios Extranjeros de Pekín; me explicaron que, aunque el marxismo es la ideología oficial, ya se ha superado el periodo en que la equidad era más importante que la eficiencia. Me dijo el profesor
Han Zhen que ahora la eficiencia es lo primordial y que la política se centra en la exaltación de la armonía y en el impulso a cambios paulatinos. No oculta sus críticas a Mao Tse Tung: se excedió y amuralló al país contra las influencias occidentales. Se refugió en el romanticismo de la revolución cultural como respuesta al caos en el mundo intelectual.
Días después, en Shanghái, durante una reunión con dirigentes de la Academia China de Ciencias Sociales, ante mis observaciones sobre la evidente acumulación de riqueza en manos de unos pocos, me aseguran que China es un país socialista, pese a las espectaculares apariencias de una clase opulenta y ostentosa y de los impresionantes rascacielos de Pudong. Me repiten la fórmula oficial, que ya he escuchado decenas de veces:
se vive un "socialismo con características chinas". Las famosas "características chinas" no solamente hacen referencia a las tradiciones confucianas, budistas o taoístas. Se trata, muy especialmente, de la aceptación franca y abierta de tecnologías, ideas y capitales de origen occidental. La pobreza no va con el socialismo: hay que crear riqueza con métodos occidentales y con inversiones de capital transnacional. Las "características chinas" por supuesto incluyen la hegemonía total y absoluta del Partido Comunista y el peso decisivo de grandes empresas paraestatales. El socialismo con peculiaridades chinas suele ser definido como un socialismo de mercado. Pero aquí en Shanghái todo parece indicar que es más bien un capitalismo impetuoso con características chinas. Un capitalismo comunista, una economía
de mercado dirigida por un Partido Comunista.
Hay que decir, como ya me lo había advertido Wang Hui, destacado intelectual público y profesor en la Universidad Tsinghua de Pekín, que está ocurriendo una privatización masiva de empresas del sector público. Las contradicciones sociales saltan a la vista. Pero hay un sistema político muy sofisticado que gira en torno de un Partido Comunista al que están afiliadas decenas de millones de personas. Por ello, y por el acelerado proceso de cambio, el profesor Wang no cree que se pueda augurar un colapso del sistema en los próximos diez años. El sistema se basa en delicados equilibrios de poder. No es previsible una transición a formas multipartidistas de democracia.
Es muy posible que la explicación del rapidísimo crecimiento económico
chino se encuentre precisamente en ese extraño coctel que mezcla comunismo, capitalismo y confucianismo, al que se agregan muchos otros ingredientes. La fórmula es compleja, pero no incluye un componente que en Occidente consideramos muy importante: la democracia representativa multipartidista. Esta ausencia no impide que China crezca a un ritmo vertiginoso y muchos creen que incluso la presencia central y aplastante del Partido Comunista es la clave del éxito.
Ante la creciente y enorme brecha que separa a la élite empresarial de la masa del pueblo, podemos extrañarnos de que la armonía reine sobe la lucha de clases, especialmente en un país donde el marxismo es la teoría oficial. Se trata sin duda de una paradoja, pero responde a otro hecho fundamental: durante los últimos treinta años, que han contemplado la
expansión del capitalismo, la pobreza extrema se ha abatido enormemente. Junto con ello, se ha producido un inmenso flujo migratorio hacia las ciudades. Los centros urbanos están repletos de antiguos campesinos que ahora viven una vida mejor. La gente se ha beneficiado de los cambios ocasionados por el extraño coctel y no piensa mucho en la lucha de clases. El marxismo se ha vuelto una receta formal sin contenido.
Leído en http://www.reforma.com/aplicaciones/editoriales/editorial.aspx?id=25006
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