El periodista Javier Cercas publicó, en 2009, el mejor libro que se ha escrito hasta ahora sobre la transición española y el intento de golpe de Estado encabezado por el teniente coronel Antonio Tejero el 23 de febrero de 1981.
Cercas titula su obra Anatomía de un instante, y elige al entonces presidente Adolfo Suárez como el principal protagonista de un acontecimiento que estuvo a punto de desembocar en una segunda guerra civil.
El autor narra cómo Suárez, de ser el arquitecto de la democratización española, se convirtió en víctima del cambio encabezado por él mismo. No sólo lo traicionó una parte del Ejército sino que la soledad y abandono del rey, la campaña de desprestigio dirigida por el franquismo, las críticas y reclamos de sus correligionarios lo obligaron a dimitir.
A Suárez se le complicó el manejo de los cambios políticos por él promovidos como consecuencia, entre otras cosas, de que la economía española “no prendía”. El periodista reproduce una nota del corresponsal de Paris Match en España, Ricardo Paseyro, para describir la situación que existía en los días anteriores a la intentona golpista de Tejero.
“La situación económica de España roza la catástrofe, el terrorismo aumenta, el escepticismo con respecto a las instituciones y sus representantes hiere profundamente el alma del país…”
Anatomía de un instante puede ser la radiografía de cualquier país donde se estén llevando a cabo importantes reformas, y es también una señal de alerta sobre cómo el decrecimiento o estancamiento económico puede hacer fracasar la mejor transición.
Durante las últimas semanas, los mexicanos hemos sido testigos de un debate, cada día más intenso, entre el sector privado, diversas organizaciones financieras internacionales, instituciones autónomas como el Instituto Nacional de Estadística y Geografía y el gobierno federal.
El optimismo de las autoridades mexicanas contrasta con el pesimismo que muestran los demás sectores con respecto al crecimiento del producto interno bruto. Mientras la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos ha reducido sus estimaciones de crecimiento económico para México y el exgobernador del banco central Guillermo Ortiz advierte sobre la posibilidad hasta de un decrecimiento, la Secretaría de Hacienda insiste en afirmar que no hay recesión.
Al participar en el foro “México: reformas y apertura”, Ortiz dijo algo que toca el corazón de la transición política en la que está inmerso el país: “Lo peor que nos puede pasar es prometer cosas que no se cumplan…”
Es cierto, lo peor que podría suceder en este momento en que se discuten las reformas más polémicas e impopulares de los últimos cien años —y cuya negociación ha sido utilizada por la oposición para chantajear al gobierno de múltiples maneras— es que la economía se caiga.
La singularidad que hoy tiene la economía es que no sólo se queja de ella el ciudadano de a pie sino la totalidad de la población. Lo mismo el trabajador que el dueño de un banco o de un consorcio. Para decirlo de otra manera: la falta de incentivos está uniendo peligrosamente a ricos y pobres en contra del gobierno.
En un escenario de mayor empobrecimiento, de mayor contracción del consumo y más pérdida de oportunidades y conquistas sociales, la transición no sólo podría quedar convertida en una quimera, sino en una tragedia política y social donde la oposición saldría a las calles a recoger trofeos.
En 2015, el electorado tomará la decisión de aprobar o reprobar la gestión de Enrique Peña Nieto y, siendo sinceros, no sería justo para él y menos para el país que, por un equivocado cálculo económico, abortara el cambio que viene encabezando.
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