sábado, 17 de mayo de 2014

Jaime Sánchez Susarrey - El gran salto

En 1958, Mao Zedong lanzó la consigna del "Gran Salto Adelante". El objetivo era acelerar la industrialización de China mediante un proceso de colectivización y desarrollo artesanal de la producción de acero.

El resultado fue una verdadera catástrofe. La colectivización desató una escasez y hambruna que causó la muerte -según algunas estimaciones- de 30 millones de personas.

El Gran Salto Adelante pasó a la historia como el paradigma de la irracionalidad e irresponsabilidad en política. En México, no padecimos el totalitarismo ni sufrimos los delirios de Mao. Pero aquí también se cantan rancheras.








En 1970, después de la represión del 68, Luis Echeverría lanzó la consigna "Arriba y adelante". Frente al estancamiento económico, definido como atonía, disparó el gasto público y multiplicó el número de empresas estatales. El financiamiento se hizo vía endeudamiento y emisión monetaria. La tesis central era que el gasto público se convertiría en el motor del desarrollo.

Daniel Cosío Villegas, con ironía y sentido común, formuló una pregunta elemental: "Arriba y adelante" está muy bien, pero ¿dónde aterrizamos?

Y el aterrizaje fue, en efecto, violento. El peso se devaluó, por primera vez en 22 años, pasó de 12.50 a 22 por dólar, el incremento del déficit fiscal y la inflación rompieron la estabilidad de los años sesenta, cuando se hablaba del milagro mexicano.

José López Portillo tomó el poder, en 1976, en medio de una crisis y rumores de un golpe de Estado. Se propuso restaurar la estabilidad y la armonía. Durante su campaña pronunció la famosa frase: "La solución somos todos".

Poco después, el presidencialismo mexicano volvió por sus fueros. López Portillo, engallado y montado sobre los ingresos petroleros del yacimiento de Cantarell, anunció que los mexicanos deberíamos "prepararnos para administrar la abundancia". El Estado volvería a ser el motor del desarrollo.

El paraíso prometido terminó en el caos. El precio del petróleo cayó, los intereses de la deuda externa se incrementaron, el peso se devaluó y el país estuvo a un tris de declararse en moratoria. Fue entonces que, en un acto desesperado e irracional, expropió los bancos.

Hacia finales del sexenio de Salinas de Gortari, los logros eran impresionantes y la popularidad del Presidente altísima. La deuda externa renegociada, la inflación controlada, la liquidación del Estado obeso y el Tratado de Libre Comercio, amén de una serie de reformas constitucionales, situaban a México en la antesala del primer mundo -se decía entonces.

Pero el año de 1994 fue trágico. El levantamiento zapatista, el asesinato de Colosio y, luego, de Francisco Ruiz Massieu provocaron inestabilidad económica y fugas de capital que culminaron con la quiebra el 19 de diciembre de 1994. El inicio del gobierno de Ernesto Zedillo fue el peor de todo el priato.

Seis años después, Vicente Fox alcanzó la Presidencia de la República. Había sido un formidable candidato. La solución de los males endémicos del país estaba al alcance de la mano. Él se encargaría de sacar a las víboras y tepocatas de Los Pinos. Muerto el perro (la corrupción), se acabaría la rabia (atraso, desigualdad, falta de crecimiento y un largo etcétera).

Al sexto año, la desilusión campeaba. Ni se murió el perro (la corrupción), ni hubo una varita mágica que solucionara los problemas de México.

Este breve repaso explica el escep- ticismo que ha suscitado el discurso del gobierno. "Mover a México" es un eslogan épico que irremediablemente evoca el "Arriba y adelante" o el "prepararnos para administrar la abundancia".

Con varios agravantes. El balance de las reformas no es bueno. La fiscal es un error y un fiasco: el gobierno recauda más, pero la inversión y el consumo se han contraído. La educativa está resultando menos efectiva que un curita para un enfermo que padece cáncer.

Quedan la de telecomunicaciones, que por el momento está entrampada, y la energética, que está en stand by mientras el PAN resuelve su disputa interna. Desencanto, pues, es la palabra. A lo que el gobierno ha respondido con una fuite en avant.

El anuncio de la inversión por 7.7 billones de pesos debería mover a México. La cuestión es si hacia el centro o al vacío. Porque el financiamiento vía deuda y mayores impuestos terminará siendo mucho más malo que la enfermedad.

En tiempos del priato, Octavio Paz definió con precisión los límites del poder en México; lo parafraseo: el Presidente, si se esfuerza y quiere, puede hacerle muy poco bien al país, pero su capacidad de hacerle mal es enorme.


@sanchezsusarrey
        

Leído en Reforma

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