Los resultados preliminares de la elección interna que realizó ayer el PAN para elegir a sus nuevos dirigentes no sorprendieron a nadie, menos a los perdedores.
Gustavo Madero y Ricardo Anaya ganaron la presidencia y la secretaria general del PAN nacional, respectivamente, como casi todo mundo lo esperaba y la mayoría de las encuestas serias lo pronosticaron.
El expresidente Felipe Calderón, representado por sus títeres Ernesto Cordero y Juan Manuel Oliva, fue el gran perdedor de la jornada.
Madero, quien la primera vez ganó la presidencia panista pese a la oposición del entonces presidente de la república Calderón, volvió a ganarla nuevamente contra los deseos de éste.
Cordero nuevamente demostró que no es un individuo capaz de ganar elecciones. Primero lo derrotó Josefina Vázquez Mota cuando pretendió ser el candidato de Calderón a la Presidencia de la República. Ayer perdió nuevamente al intentar entregarle el PAN a quien sigue siendo su patrón.
La derrota que sufrió ayer el expresidente de la república debería convencerlo de que su tiempo ya pasó, de que ganó la presidencia en 2006 por una mínima ventaja, de que nunca fue ni será popular ni querido por las mayorías, de que durante seis años desperdició cuantas oportunidades se le presentaron para transformar a México, de que conforme pasan los días son más los mexicanos que se dan cuenta de la manera en que durante su gobierno violó los derechos humanos y políticos de cientos de miles de mexicanos, de que algún día deberá responder por las decenas de miles de muertos que ocasionaron sus malas decisiones.
Ni su esposa Margarita fue capaz esta vez de salvarlo de la derrota que ayer le propinaron no sólo Madero, sino la mayoría de los panistas que votaron por éste.
Cordero y los demás calderonistas que lo acompañaron en su más reciente aventura dijeron ayer que no impugnarán el resultado de la elección, pero habrá que ver si se mantienen en lo dicho o, si se los ordena su rencoroso patrón, deciden hacer lo contrario.
Un conflicto postelectoral debilitaría aún más al PAN y eso es lo que menos necesita este partido.
Alguien escribió la semana pasada que en un bar de la ciudad de Boston Calderón dijo que si ganaba Madero tal vez sería conveniente que los perdedores formaran un nuevo partido. Eso no le convendría ni al PAN, ni a los calderonistas perdedores ni a México, que necesita partidos fuertes y funcionales que den la pelea en el momento de las elecciones.
Cuando era presidente, Calderón creía que era un estadista. Es obvio que nunca lo fue ya que siempre colocó sus intereses propios por encima de los de la nación y de su propio partido.
Después de la que debería ser su última derrota política, el expresidente tiene la oportunidad de demostrar que los intereses nacionales están arriba de los suyos. Lo único que tiene que hacer es renunciar a sus pretensiones de seguir mandando sobre su partido y sobre quienes hasta ahora han sido sus fieles servidores. Calderón debe liberar de su yugo a Cordero y los que lo rodean para qué en completa libertad ellos decidan que es lo que quieren hacer en el futuro, ya sea dentro o fuera del PAN.
Calderón debe decirle adiós a la política y dedicarse a otros asuntos.
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