lunes, 5 de mayo de 2014

Jesús Silva-Herzog Márquez - Tecnocracia y ninguneo

El gobierno respondió al cineasta. A su modo, en su lenguaje, pero respondió. El gesto merece reconocimiento. Hubo una intención clara de responder puntualmente. Alfonso Cuarón planteó preguntas concretas y razonables que capturan la desconfianza que genera la reforma energética y en general, la insistencia en un libreto reformista que no ha demostrado beneficios. Sin mayor rollo, el reconocido director se dirigió al presidente para plantearle diez preguntas sobre su propuesta de cambio. Ningún actor político, ningún grupo parlamentario, ningún partido de oposición hizo algo semejante para cuestionar al gobierno. Ninguno pudo someterlo al poder de las preguntas.








El punto de partida fue, precisamente la décima interrogante de Cuarón. ¿En qué medida se puede decir que el impulso reformista del día no repite la opacidad, no alienta la corrupción de empeños liberalizadores previos, tan buenos para unos cuantos, tan costosos para la mayoría? El modelo, en efecto, parece el mismo. Una pregunta como ésta llamaba a una respuesta contundente y clara sobre lo que hemos aprendido de nuestros fracasos recientes. Si hay hilos de continuidad entre las reformas previas y ésta, ¿qué precauciones se han tomado ahora? La respuesta oficial a esta pregunta es vaga y, sobre todo, débil. Nada es contundente en la réplica gubernamental. El lenguaje burocrático evade, no confronta. Se habla, por ejemplo, del fortalecimiento de la Comisión Federal de Competencia Económica pero no se enfatiza la relevancia de esta entidad para prevenir crisis como las previas. Ahí está la precisión del valioso interrogatorio de Alfonso Cuarón: conociendo la debilidad del Estado mexicano, conociendo las miserias de nuestro régimen de legalidad, ¿cómo podremos confiar en que seremos capaces de regular a los monstruos del petróleo? Responder que "Nuestro mejor activo como sociedad es una democracia en la que se involucra una ciudadanía exigente e informada" no parece particularmente persuasivo. Explicar en seguida que "el mejor mecanismo para garantizar que la ciudadanía le exija a las autoridades actuar en beneficio de toda la sociedad es que disponga de toda la información relevante y se que mantenga la plena libertad de expresión y de participación política que hoy existe en nuestro país" tampoco ayuda mucho a sentir confianza en lo que viene.


Con todo, me parece plausible que el gobierno intente una respuesta. Es, creo, un primer gesto de disposición argumentativa. Lo que me ha sorprendido y me parece relevante es la aparición de voces que consideran impropio el intercambio mismo. Dicen, con mayor o menor arrogancia, que un director de cine no tiene las credenciales para participar un debate tan complejo como el de la reforma energética. Piden que el cineasta se calle y, desde luego, exigen que no lo atiendan. El ninguneo debe ser practicado tenazmente por un gobierno que debe atender solamente a los calificados. A los aduaneros de la discusión pública les resulta inaceptable que el presidente reaccione ante un advenedizo. Si uso esta palabra de aire aristocrático es porque precisamente refleja el tono de la indignación: ¿cómo es posible que este Nadie se dirija al Señorpresidente para hablar de lo que ignora? ¿Y a dónde vamos a llegar si el Jefe de las instituciones nacionales le presta atención a los indoctos?

Hace poco Ricardo Raphael advertía que el problema central de México son sus élites. "Si México no va bien, escribió, se debe sobre todo a la mediocridad de sus élites." Uno de los problemas de nuestra democracia es precisamente la profundidad de las convicciones autoritarias de esos círculos diminutos y satisfechos que miran al país por debajo del hombro, mientras se contemplan felices en sus revistas. Convencidos de que poseen un conocimiento del que los otros carecen, creen que sólo a ellos corresponde discutir y, sobre todo, decidir. La persuasión autocrática de nuestras élites se muestra en esta noción de que la discusión pública pertenece exclusivamente a los expertos. Solamente nosotros tenemos elementos para hablar de la reforma energética, nos dicen. Que los otros callen y voten cuando llegue el día, que eso, solamente, es la democracia. Nosotros les presentaremos las opciones con claridad para que sean capaces de tomar una decisión sensata.

Ahí está el inmenso servicio de las preguntas de Alfonso Cuarón. Mostrar que la arrogancia de la técnica no puede suprimir la ciudadanía.


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