domingo, 4 de mayo de 2014

Jorge Zepeda Patterson - Los dublineses

O P I N I Ó N
J O R G E     Z E P E D A   P A T T E R S O N
Los dublineses

Los viajes ilustran, di­cen. También pue­den hacer maravi­llas para la autoesti­ma. Luego de participar en un seminario en Dublín sobre el potencial de las relaciones entre México e Irlanda, re­greso a Tenochtitlán sintién­dome privilegiado integrante de la pujante civilización de bronce.

Durante tres días escu­ché a banqueros pelirrojos y directivos con la altura de Liam Neeson proferir todo tipo de alabanzas sobre el futuro de la economía mexi­cana. Alguno aseguró que para el año 2025 nuestro País será algo así como la sexta potencia del mundo, pero supongo que lo dijo al calor de los desacostumbrados te­quilas que se sirvieron para el almuerzo. De otra manera no me explico cómo podría­mos deshacernos de los siete países que nos anteceden: actualmente somos la eco­nomía número 13, y Rusia, India, Canadá o Brasil no pa­recen estar muy dispuestos a ceder su lugar.






Como quiera, parece que la mayoría de los irlandeses se lo creyeron, porque nos veían a los mexicanos con un reverente respeto, y no sólo por nuestra habilidad para escuchar sin pestañear los interminables discursos de los funcionarios a cargo de inaugurar cada sesión de tra­bajo con el entusiasmo del que enciende una antorcha olímpica. En eso se parecen los políticos mexicanos y los irlandeses. Protocolarios y de verbo prolífero. O quizás así son todos los políticos del mundo; emocionalmen­te incapaces de ignorar un micrófono disponible.

En realidad irlandeses y mexicanos descubrimos que tenemos mucho en común. Hemos vivido a la sombra de un imperio durante tan­tos años (ellos el británico, nosotros el estadounidense) que compartimos usos y cos­tumbres típicos del sobrevi­viente. Un humor tragicómi­co, el catolicismo de raíces propias (guadalupano el nuestro, de San Patricio el de ellos), pasión por la cerveza y un discrecional irrespeto por las leyes. Es el único país de Europa del norte en el que he visto que los peatones se cruzan los semáforos cuan­do no debieran o atraviesan la calle a media acera. Algo que te hace sentir en casa. Eso y que su selección se vis­ta de verde y blanco y que tampoco tenga posibilidad de ganar un Mundial es algo que en verdad hermana.

Pero regresemos a la au­toestima. Siendo un país de apenas cinco millones de ha­bitantes, su referencia rei­terada al gigante azteca de 125 millones que somos, me hizo sentir, por primera vez en la vida, habitante de una potencia mundial. Los ana­listas europeos que escuché hablaban de las reformas del Gobierno mexicano como un detonante capaz de dis­parar una prosperidad nun­ca antes vista. No importa que uno de ellos llamara al Presidente Enrique "Piña­ta" en reiteradas ocasiones (verídico), sus cifras eran mucho más precisas que su dicción en español.

Irlanda, al igual que Mé­xico, padeció una profunda crisis económica a finales de la década pasada (2007 a 2009), de la que parece ape­nas estarse recuperando. Sus números recientes son tímidos, más discretos aun que los nuestros, pero todo indica que están sentando las bases de un crecimiento sólido para el futuro inme­diato. Su gran apuesta para convertir a Dublín en el Sili­con Valley de Europa va por buen camino. Una reconver­sión admirable que podría asegurar el futuro de estos indomables insubordinados del imperio británico.

Ellos están convencidos de que nuestras reformas económicas son una garantía para el despegue de México y nosotros quedamos con­vencidos que sus ciudades digitales incubadoras de pro­yectos son la respuesta para un futuro próspero. Así que las dos comitivas termina­mos dándonos espaldarazos mutuos, persuadidos ambos de un optimismo que no te­níamos cuando llegamos.

Probablemente la reali­dad desinfle parte del entu­siasmo insuflado por tres días de elogios compartidos; por lo general ese suele ser el desenlace anticlimático de este tipo de encuentros. Salvo por un factor inusual: la eficacia de los dos emba­jadores responsables del encuentro, Sonja Hyland representante de Irlanda en México, y Carlos García de Alba nuestro hombre en Dublín, a quien el Alcalde de la ciudad no tuvo empa­cho en decir que se trataba del mejor embajador en la Isla. Ambos representantes se aseguraron de que varias de las empresas presentes en el seminario amarraran operaciones de inversión puntuales: entre ellas el apa­lancamiento de Guadalajara como una ciudad digital es­pejo de Dublín.

Los viajes ilustran, pues, y de vez en cuando hacen al­go más. Normalmente uno regresa de los países del primer mundo añorando el guacamole, pero sintiéndo­se un poco amoscado por la comparación desfavorable y los maravillas civilizatorias contempladas. No ha sido el caso. En Dublín las cosas funcionan de maravilla, pe­ro resulta que sus habitantes nos admiran y quieren ser como nosotros. Algo creen saber de los mexicanos que nosotros ignoramos. No sé si están equivocados pero, al menos para variar, qué bien se siente.

@jorgezepedapwww.jorgezepeda.net


Leído en http://www.noroeste.com.mx/opinion.php?id_seccion=104

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