¿Tiene usted miedo a la venganza del gobernador de su estado si como empresario se atreve a denunciar una extorsión? ¿Acaso ver que han asesinado la mujer que se convirtió en activista de los derechos humanos a raíz de la desaparición de su hijo, le hará guardar silencio por la desaparición de su hija? O tal vez descubrir que un mafioso, un gobernador, una procuradora, son capaces de coludirse para intentar asesinar, o al menos acallar, a una periodista le mantiene lejos de la rebelión social. ¿Acaso usted como miles de personas, se dice a solas, que es mejor vivir en sumisión porque los crueles, los corruptos y los más despiadados cínicos han tomado las riendas del país?. Si eso le sucede luego de leer los periódicos ver las noticias o seguir el TL de Twitter, los operadores del Sistema han logrado su cometido, le convencieron de una inmensa mentira: son dueños de su libertad.
Sobre esta noción paralizante operan una buena parte de nuestros gobernantes. Los dos gobernadores de apellido Duarte (el de Veracruz y el de Chihuahua), al igual que han logrado hacer creer a la sociedad que ellos son los únicos que podrían “salvarles” de la delincuencia organizada y la inseguridad, pero no lo harán si no tienen suficiente dinero. Fausto Vallejo no ha gobernado, pero ni falta que le hace, porque el miedo es quien ha dominado a Michoacán y a sus operadores, de allí que su suplente y tantos otros negociaran con los narcotraficantes y se hincaran ante ellos. Roberto Borge, de Quintana Roo, es tal vez uno de los ejemplos más claros de este grupo de gobernadores del miedo.
Sus más cercanos colaboradores temen a las constantes humillaciones, a los despidos injustificados y a las amenazas e insultos que profiere a todo su gabinete. Diputados y diputadas cobardes eligen guardar silencio para sentirse parte de los protegidos del poder. La gente en Chetumal ha guardado silencio, luego de dos años de violencia de Estado, empresarios, periodistas honestos y activistas, son perseguidos y amenazadas. Les clausuran sus negocios, les cierran sus medios de comunicación, les niegan permisos de operación, les espían e insultan; logran que los dueños de radiodifusoras despidan a sus mejores reporteras. Cada vez que alguien me narra las agresiones del gobernador, sus persecuciones, la publicación de diatribas pagadas con dinero público, les pregunto por qué no son capaces de denunciar abiertamente, por qué quieren que sea siempre a escondidas, la respuesta es que les han dicho que Borge es capaz de cualquier cosa, incluso de mandar matar a sus enemigos. Es lo mismo que se dice el gobernador de Veracruz, del de Coahuila, del de Sinaloa y del de Chihuahua ¿Será cierto? ¿por qué gente tan inteligente, preparada, indignada y con tanta evidencia acumulada repite esto?
El experto italiano Carlo Mongardini, que estudió el impacto de las mafias italianas en la parálisis social y la propagación de la corrupción, asegura que el resurgimiento del miedo forma parte del primitivismo que aflora en la vida colectiva cuando la desaparición de límites coincide con la pérdida de consistencia de la política. La sociedad de ciertos estados, como los anteriormente citados, está dedicada a hacer llevadero el miedo. Sabe que ciertos gobernantes y funcionarios públicos dedican buena parte de su tiempo a decidir cómo castigar a periodistas que les descubren, cómo castigar a políticas profesionales que se niegan a extorsionar a terceros; cómo aniquilar moralmente a un empresariado que busca revelarse. Son capaces, como Borge, de clonar e imprimir miles de ejemplares de una revista crítica (Luces del Siglo), con información falsa. Son capaces de fabricar cheques inexistentes para desacreditar a sus críticos, capaces de cobrar multas ingentes a empresarias que se negaron a ser extorsionadas por SINTRA, o de cortar la energía eléctrica a hoteles cuyo dueño se negó al servilismo. Estos operadores políticos saben que el miedo, como dice Mongardini, se convierte en una presencia colectiva y potencia sus efectos, que pueden acentuarse y manipularse a voluntad. El miedo puede servir de instrumento de control de masas y constituir un hecho cultural y un instrumento de gobierno político. La especialidad de estos políticos pues, es operar el miedo mientras esquilman las arcas públicas, debilitan la educación pública y crean leyes contra la libre expresión.
El periodismo y la denuncia ética es, sin duda, una de las pocas herramientas para debilitar a ese instrumento político, de allí que dediquen tanto tiempo en atacar, amenazar, perseguir y eliminar periodistas y activistas. Esos ataques les sirven a ellos para perpetuar su obra de terrorismo político. Pero no siempre es útil, pierden fuerza y poder cuando la sociedad se une.
El gran psicólogo Enrique Echeburúa dijo que el miedo sólo puede ser combatido cuando las víctimas plantan cara a la situación temida y se exponen a ella. Pero ello requiere que las víctimas —no necesariamente héroes— se sientan arropadas socialmente, apoyadas jurídicamente y alentadas por la reacción ejemplar de una sociedad que debe anteponer inequívocamente el derecho de todos a vivir con libertad y con respeto a la dignidad humana. La rebelión del empresariado, el estudiantado y la sociedad en general, constituyen la única posibilidad de rescatar el equilibrio para construir la paz. Ellos, los operadores del miedo, son una mala caricatura de líderes poderosos y efectivos; evidenciarlos es la única manera de desenmascarar esa parodia de liderazgo. Porque sin el miedo que propagan, en verdad, no son sino políticos mediocres e incapaces que deben ser defenestrados.
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