martes, 1 de julio de 2014

Jacobo zabludovsky - Cervantes: IV Centenario

A Víctor García de la Concha.
Un año, nueve meses y 23 días


Es el tiempo a contar desde hoy para llegar al cuarto centenario de la muerte de don Miguel de Cervantes Saavedra, 23 de abril de 1616, apenas el necesario para organizar el gran homenaje que el mundo, especialmente el de habla española, debe a la mayor gloria de nuestras letras.
 
 
 
 
 
 
 
 

Ya lo presentía el viejo hidalgo enfermo del corazón, según algunos, o hidropesía o diabetes, según otros, cuando poco antes de morir comenzó la dedicatoria de su obra postrera al Conde de Lemos: “Puesto ya el pie en el estribo, con las ansias de la muerte, gran señor, esta te escribo… el tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan…”, y fue enterrado en el convento que las Trinitarias Descalzas tenían en la calle de Cantarranas actual de Lope de Vega, cerca de la del León, en Madrid. “Por un error descomunal de la Administración del Siglo XIX no sólo Cervantes quedó enterrado en la calle de Lope, sino que éste murió en una que llevaría el nombre de Cervantes. Así quedaron ligados en muerte los que tan distanciados habían estado en vida”, según César Vidal. Sus restos ahí reposan sin duda y expertos en la materia, dotados de métodos modernos de identificación, trabajan día y noche desde hace meses para identificarlos. Es posible que el buen resultado de la búsqueda pueda anunciarse de un momento a otro, acontecimiento histórico que redundaría en mayor realce del homenaje que hoy proponemos.

Se desconoce la fecha exacta de su nacimiento. Es probable la del 29 de septiembre, día de San Miguel, inmediata anterior a la de su bautismo: 9 de octubre de 1547 en la iglesia de Santa María la Mayor, Alcalá de Henares. Copio del Diccionario de Espasa-Calpe: “Con ocasión del IV Centenario de su nacimiento se organizó una Exposición bibliográfica cervantina notabilísima, se creó el Instituto Miguel de Cervantes, de Filología hispánica; se dieron ideas para la organización de la Ruta de Don Quijote, la Cátedra, la Casa y el Museo de Cervantes…”. Siete décadas después ha crecido el número de quienes hablan español y se han creado medios de comunicación jamás imaginados por los cuales se fortalece, enriquece y divulga una cultura que le debe a Cervantes, como a ningún otro creador, la obra más fascinante de nuestro idioma. El español es la herramienta principal, importante como ninguna otra en los oficios del escritor, dramaturgo, poeta, locutor, periodista, actor, legislador, político, de millones de hombres, mujeres, ancianos, niños que en él se entienden, cualquiera que sea su tarea vital, cotidiana. Deudores de Cervantes todos los gobiernos del mundo donde el español es hablado deben estar presentes en Madrid, junto a sus restos identificados o no, en una monumental ofrenda de gratitud al genio que contribuyó a hacer de este un mundo mejor para todos: el de la inteligencia por encima del doloroso, injusto y trágico de la ignorancia y la pobreza material que padecen cuatro de cada cinco habitantes del planeta.

Ninguna decisión sería más cargada de venturosos presagios en el inicio del reinado de Felipe VI que la convocatoria mundial al reconocimiento debido a Cervantes, por encima de fronteras políticas, idiomáticas, económicas o sociales. Un llamado a la unidad de todos los pueblos en torno a ese símbolo universal que es Cervantes, creador de un teatro donde los espectadores se ven a sí mismos, cantor de la libertad y la justicia, vencedor en sus derrotas. La convocatoria a una fiesta de tales dimensiones pondría sobre su tarea, don Felipe, el sello del mayor respeto a los estratos más elevados de la inteligencia. Definiría los propósitos en esta nueva etapa de la Corona española. Vendría a recordar la existencia de valores permanentes hoy extraviados o soslayados que deben recuperar su presencia de aliento y esperanza. Cuatro siglos después de su muerte Cervantes agregaría a su obra otro capítulo fantástico.

Nada tendría de raro. Personajes de la segunda parte de su Quijote habían leído la primera, eran lectores como yo o protagonistas como Sancho, también imaginado y real. La magia de su creación literaria nos confunde y convence. Borró los tiempos. Nada tendría de raro, pues, que Cervantes agregara otro capítulo a su libro para invitarnos a un retablo de las maravillas con el propósito único de entregarle una flor a Dulcinea.

Sólo alguien capaz de transformar una venta del camino en un castillo encantado podrá lograr que en la breve calle del León quepa la humanidad, necesitada hoy como nunca de algún valiente solitario dedicado a desfacer entuertos, convencido de que lo único verdadero son los sueños.
 
 
 
 

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