Mover el engranaje político, económico y social de un régimen sin perder su control es tarea harto difícil, cuando no imposible.
Exige enorme osadía pero, sobre todo, una visión y una capacidad de operación propia de un estadista. Y ocurre con frecuencia que, a quienes se reconoce como tales, se les concede el título muchísimo después de haber dado el primer paso y los siguientes.
Hoy, el régimen ha sido tocado en piezas, mecanismos y hasta símbolos fundamentales que, en su gobierno o desgobierno, en su límite y en su horizonte, hacen del porvenir una interrogante, donde el reacomodo del poder cifra la respuesta.
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Quizá hasta el término de su gestión, el presidente de la República cargará un peso enorme sobre sus espaldas.
El fardo de una decisión importantísima que sólo pueden aligerar la velocidad, el ritmo y el tino con que implemente y ponga en operación las reformas.
El mandatario se encuentra en el momento más oscuro de la noche, aquel que -dicen- precede al amanecer pero que, en su instante, decepciona y obnubila. Se halla en el punto en que los probables o eventuales beneficios de las reformas no despuntan y se expresan a modo de perjuicio. El punto en que los aliados -la oposición que firmó el Pacto- pintan su raya y velan armas en vista de la contienda electoral en puerta y los nuevos partidos diseñan su estrategia de cara a la circunstancia. El punto en que, pese a la negación, los intereses golpeados y acariciados por las reformas recalculan su margen de maniobra y su reacción ante el ajuste operado sobre el engranaje
de su movimiento.
La posibilidad de meter reversa y dar marcha atrás ya fue rebasada, aunque cabe la tentación -en algunos casos, hecha ya realidad- de pervertir o rebajar el alcance de las reformas para granjearse algún apoyo, a riesgo de generar un problema mayor al que se pretendía resolver.
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Aun sin la reglamentación de la reforma energética, no está de más tomar nota de las piezas y los mecanismos alterados por las reformas para, en una primera aproximación, reconocer cómo queda la maquinaria del régimen y si, ajustada, funciona. Y si funciona, cómo opera.
Si los estrategas del gobierno se plantearon el retorno del priismo a la residencia oficial de Los Pinos por algo más de un sexenio, sin duda, tendrán que dar muestra de talento para construir a
contramarcha sus nuevos puntos de apoyo, dado el desmantelamiento de la maquinaria que los impulsaba y sostenía.
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Entre los múltiples intereses afectados por las reformas laboral, educativa, energética así como por los cambios operados en materia de transparencia y rendición de cuentas, los sindicatos -con todos sus vicios y defectos- salen lastimados. Si bien ello puede ser motivo de celebración ciudadana, desde la óptica del poder político y, en particular, del régimen priista, el asunto es delicado y plantea un enorme desafío.
El sector obrero, el magisterio, los petroleros y los electricistas resultan maltratados por el régimen que, durante años, sostuvieron. Prebendas, privilegios y opacidad de la que disfrutaron para negociar contratos laborales jugosísimos, obtener
canonjías y manejar las plazas laborales a título de patrimonio sin nunca rendir cuentas de los recursos públicos que recibían fuese a manera de cuotas o prerrogativas, poco a poco se irán desmoronando y, con ellos, la obligación de apoyar a un régimen que, en un juego de complicidad, daba recursos y recibía apoyo.
El régimen pierde un pistón fundamental de su maquinaria. ¿Cuál será, ahora, su relación con los gremios, el brazo de ese cilindro?
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Las reformas hacendaria y financiera así como la de las telecomunicaciones y la de competencia económica arrojan un saldo difícil de calibrar en su efecto secundario.
Por un lado, las acciones emprendidas golpean a poderosos grupos económicos que se fortalecieron durante el salinismo y, por
otro lado, benefician a grupos que se consolidaron durante el zedillismo pero que, en su voracidad, han dado muestra al poder político en turno que, al cobijarlo, lo asfixian.
Esas reformas tocaron resortes y mecanismos que, en su tradición, el priismo construía sexenio a sexenio para consolidar al grupo instalado en el poder.
Desde esa perspectiva, resulta evidente que el régimen intentará privilegiar y afiliar a uno o varios grupos económicos nacionales y extranjeros que, sin ser nuevos, crezcan y se fortalezcan bajo su cobijo y a lo largo del sexenio para constituirse en el nuevo motor del grupo tricolor, hoy, en el gobierno. Signos en esa dirección se advierten ya: grupos empresariales afines al gobierno asoman de más en más la cabeza. Sin embargo, los intereses económicos golpeados no permanecerán
cruzados de brazos.
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La reforma político-electoral, mal hecha y de muy difícil gobierno, incorpora por lo pronto a tres nuevas organizaciones. Los nuevos partidos, sin duda, fraccionarán las posibilidades del panismo y del perredismo y, sin o con querer, posibilitarán la prevalencia del priismo en el reino de los tuertos, aunque también pueden significarle un problema si éste no consigue imprimirle ritmo, celeridad y concreción a las reformas.
Esa reforma, junto con la de acceso a la información y colateralmente la relacionada con la contratación de deuda por parte de municipios y estados, golpeó otro resorte del régimen: los gobernadores. Perdieron margen de maniobra y de control. Como añadido, la inseguridad pública se ha convertido en palanca de intervención
federal en su terreno. La flama de la violencia tiene llave política.
Es probable que el panismo y el perredismo hayan jugado a remover el engranaje del régimen, acelerando, sobrecalentando y retrasando las reformas, a fin de desbielar su maquinaria, bajo la idea de apropiarse del motor que arrojen aquellas.
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Como sea, el gobierno movió y tocó piezas fundamentales del régimen en su conjunto y atraviesa el momento más difícil de la acción emprendida, la interrogante es si cuenta con la herramienta y el tiempo para ajustar la maquinaria y recobrar impulso para permanecer en el poder.
sobreaviso12@gmail.com
Leído en http://www.plazadearmas.com.mx/noticias/columnas/2014/07/12/rene_delgado_6301_1009.HTML
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