Los priístas que dominaron al país entre 1939 y 1982 se acostumbraron a echarle la culpa a la clase empresarial cada vez que sus políticas populistas arruinaron la economía del país y de sus habitantes. El 1 de septiembre de 1982, después de que sus políticas equívocas y caprichosas llevaran al país a la quiebra, el entonces presidente José López Portillo culpó a los empresarios de ser los causantes de la crisis. Los acusó de sacar inmensas cantidades de dólares del país y en una sola frase anunció que para evitar que eso siguiera ocurriendo nacionalizaba a los bancos privados del país y establecía el control generalizado de cambios. Acto seguido gritó: “¡Ya nos saquearon, México no se ha acabado! ¡No nos volverán a saquear!”.
Los sucesores de estos priístas populistas conforman hoy la llamada izquierda y, como sus antecesores ideológicos, también se refieren despectivamente de la clase empresarial. Hace algunos años el expriísta, experredista y ahora líder de la izquierda más retrograda del país, Andrés Manuel López Obrador, opinó que “no todos los empresarios son malos” y que él conocía a algunos que son buenos.
¡Caray!, hasta Felipe Calderón, un presidente que supuestamente era de derecha, a finales de octubre de 2009 acusó a los empresarios de evadir impuestos a través de las diversas fundaciones establecidas por ellos o sus empresas. Sin aportar una sola prueba que respaldara su acusación, el panista trató así de culpar a los empresarios por la terrible situación económica que causó la Gran Recesión de 2008 y la manera equivocada en que su gobierno la enfrentó.
Tantos ataques lanzados durante décadas contra el sector empresarial han convencido a millones de personas de que éste es el causante de muchos de los males que agobian al país. Para la mayoría de los mexicanos un empresario es, entre otras cosas, un explotador de los pobres, un evasor de impuestos, un encarecedor de lo que vende, un acaparador de productos de primera necesidad, un apátrida sacadólares y hasta un traidor a la patria; es también el propietario o ejecutivo de una gran corporación y tal vez por esto el dueño de una micro, pequeña o mediana empresa rara vez es visto negativamente.
Pero nuestro país está lleno de empresarios. De acuerdo al Censo Económico 2009 realizado por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), en 2008 había poco más de 4.7 millones de empresas en el país. De éstas, 99.8% eran micros, pequeñas y medianas y en ellas laboraba el 73% del personal ocupado del país. Solo 0.2% eran grandes empresas, es decir con más de 250 empleados y ventas superiores a los 250 millones de pesos.
Durante las últimas semanas, a raíz del debate que han propiciado las propuestas de aumentar el salario mínimo, de nueva cuenta se han escuchado críticas contra el sector empresarial, la mayoría provenientes de militantes de los partidos de izquierda que aparentemente ignoran que los empresarios micros, pequeños y medianos, pertenezcan o no a la economía formal, constituyen el 99.8% de la clase empresarial.
Los partidos de izquierda dejarán de captar muchos votos en las elecciones del año entrante –el de millones de Mipymes- si se empeñan en usar el discurso antiempresarial demagógico y falaz de antaño. Las cosas en México están cambiando, pero ellos parecen no darse cuenta.
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