lunes, 18 de agosto de 2014

Virginia Woolf - El balneario

Adeline Virginia Woolf
1882 - 1941
El balneario

Como todas las ciudades costeras, estaba impregnada de olor a pescado. Las jugueterías aparecían repletas de conchas esmaltadas, duras, aunque frágiles. Incluso los habitantes del lugar tenían cierta apariencia de molusco… un aspecto insignificante, como si alguien hubiese sacado el auténtico animal con la punta de un alfiler y sólo quedase el caparazón. Los ancianos del paseo eran moluscos. Sus polainas, sus pantalones de montar, sus catalejos parecían convertirlos en juguetes. Era tan poco cierto que ellos hubiesen sido alguna vez auténticos marineros o auténticos deportistas como que las conchas pegadas en los marcos de las fotografías y los espejos hubiesen yacido alguna vez en las profundidades del mar. También las mujeres, con sus pantalones, sus zapatos de tacón, sus bolsos de rafia y sus collares de perlas, parecían caparazones de auténticas mujeres que salen de mañana a hacer la compra.

A la una en punto esta frágil población de moluscos esmaltados se congregó en el restaurante. El restaurante olía a pescado, tenía el olor de un barco de pesca que ha sacado sus redes cargadas de arenques.

El consumo de pescado en este comedor ha debido de ser enorme. El olor invadía incluso la habitación con el rótulo «Señoras» situada en el primer piso. Esta habitación constaba sólo de dos compartimentos divididos por una puerta. A un lado de la puerta se aliviaban las necesidades de la naturaleza; y al otro, frente al tocador y el espejo, la naturaleza quedaba sometida por el arte. Tres muchachas procedían a ejecutar esta segunda fase del ritual cotidiano. Ejercían su derecho a mejorar la naturaleza, a sojuzgarla con sus polveras y sus pintalabios rojos. Mientras hacían esto, charlaban. Pero su conversación se vio interrumpida por la llegada de una ola; luego la ola se retiró y se oyó decir a una de ellas: El agua borboteó. Las olas derramaron su espuma y se retiraron. A continuación se oyó decir: «Debería tener más cuidado. Si le sorprenden haciendo eso le harán un consejo de guerra…» En ese momento se oyó correr el agua en el compartimento contiguo. La marea parece estar subiendo y bajando eternamente en el balneario. Descubre a estos pececillos; los cubre de agua. Se retira, y aquí están de nuevo los peces, despidiendo un intenso y extraño olor a pescado que parece inundar por completo el balneario.

Pero de noche la ciudad se vuelve etérea. Un blanco resplandor ilumina el horizonte. Hay aros y diademas en las calles. La ciudad queda sumergida bajo el agua. Y sólo se distingue su esqueleto de bombillas de colores.




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