En una plática de sobremesa, hace unos días, unos amigos y yo analizábamos la situación de la mayoría de los policías mexicanos.
El tema surgió cuando comentábamos sobre el nacimiento de la Gendarmería Nacional, en la cual cada uno de sus 5,000 integrantes, después de un entrenamiento de un año de duración ganará, para empezar, 14,000 pesos mensuales.
Alguien mencionó que estos nuevos policías, por el monto de sus ingresos, ya pertenecen al 20% de mexicanos que más dinero gana. Que son hombres y mujeres verdaderamente afortunados en vista de que 80% de la población económica de nuestro país recibe entre cero y 10,093.50 pesos al mes (para una descripción más amplia de lo que ganamos los mexicanos, ver mi columna del jueves 7 de agosto).
Uno de los presentes mencionó que casi todos los policías del país poseen un ínfimo nivel educativo, ganan una miseria, reciben un entrenamiento deficiente, son víctimas de abusos y explotación por parte de sus jefes y, aún así, la sociedad les pide que pongan sus vidas en riesgo y actúen como si pertenecieran a una corporación policíaca sueca o suiza.
Uno de mis compañeros de mesa mencionó que los policías que más ponen en riesgo su integridad física son aquellos que, protegidos por un casco y un escudo, y a veces equipados con un tolete, son enviados a enfrentarse a enardecidos manifestantes que muchas veces van mejor armados que ellos. “Arriesgan su vida por 6,000 miserables pesos, que algún burócrata o legislador muy bien pagado decidió que deben ganar por defender a la sociedad”, expresó enojado esta persona.
Alguien más hizo referencia a que en nuestro país no es delito grave atentar contra la integridad física de un policía y nos recordó que en Estados Unidos y varios países del mundo el solo tocar a un policía es causa de arresto inmediato. Otra vez, una imperdonable omisión de los legisladores estatales y federales que no han modificado las leyes para convertir en delito grave el agredir a un policía.
Mientras un elevado número de nuestros policías provenga de los estratos más pobres de nuestra sociedad y se les paguen sueldos de miseria, el país seguirá sufriendo el azote de la delincuencia.
Mientras un elevado porcentaje de policías ingrese a una corporación policíaca después de haber fracasado en otras actividades, no seremos protegidos por personas enamoradas de su trabajo.
Mientras existan policías que decidieron serlo no por el miserable sueldo sino por los ingresos extras que pueden obtener mediante la extorsión, seguiremos siendo robados por ellos.
Mientras la mayoría de nuestros gobernantes no decidan pagarle sueldos decentes a los policías, estos verán de qué manera se hacen de los recursos necesarios para mantener a sus familias.
Afortunadamente empiezan a verse cambios. La creación de la Gendarmería Nacional y algunos cuerpos policíacos federales y estatales son pasos en la dirección correcta.
Pasarán varios años, si no es que lustros o décadas, para que quienes vivimos en este país tengamos policías profesionales y bien pagados. Para ello se requiere, entre otras cosas, que el sistema educativo sea eficiente y genere ciudadanos íntegros y bien preparados para resolver problemas y tomar decisiones, y que los gobiernos federal, estatales y municipales obtengan recursos suficientes mediante un sistema fiscal que grave a todos y no únicamente a una minoría de contribuyentes cautivos y de ingresos medios y altos. Es decir unas verdaderas reformas educativa y fiscal.
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