Yasunari Kawabata 1879 - 1972 |
Rostros
Desde los seis o siete años hasta que tuvo catorce o quince, no había dejado de llorar en escena. Y junto con ella, la audiencia lloraba también muchas veces. La idea de que el público siempre lloraría si ella lo hacía fue la primera visión que tuvo de la vida. Para ella, las caras se aprestaban a llorar indefectiblemente, si ella estaba en escena. Y como no había un solo rostro que no comprendiera, el mundo para ella se presentaba con un aspecto fácilmente comprensible. No había ningún actor en toda la compañía capaz de hacer llorar a tantos en la platea como lo lograba esa pequeña actriz.
A los dieciséis, dio a luz a una
niña.
—No se parece a mí. No es mi hija. No tengo nada que
ver con ella —dijo el padre de la criatura.
—Tampoco se parece a mí —dijo la joven—. Pero es mi
hija.
Ese rostro fue el primero al que no pudo comprender. Y
sabrán que su vida como niña actriz se acabó cuando tuvo a su hija. Entonces se
dio cuenta de que había un gran foso entre el escenario donde lloraba y desde
donde hacía llorar a la audiencia, y el mundo real. Cuando se asomó a ese foso,
vio que era negro como la noche. Incontables rostros incomprensibles, como el de
su propia hija, emergían de la oscuridad.
En algún lugar del camino se separó del padre de su
niña.
Y con el paso de los años, empezó a creer que el
rostro de la niña se parecía al del padre.
Con el tiempo, las actuaciones de su hija hicieron
llorar al público, tal como lo hacía ella de joven.
Se separó también de su hija, en algún lugar del
camino.
Más tarde, empezó a pensar que el rostro de su hija se
parecía al suyo.
Unos diez años más tarde, la mujer finalmente se
encontró con su propio padre, un actor ambulante, en un teatro de pueblo. Y allí
se enteró del paradero de su madre.
Fue hacia ella. Apenas la vio, se puso a llorar.
Sollozando se aferró a ella. Al hallar a su madre, por primera vez en la vida
lloraba de verdad.
El rostro de la hija que había abandonado por el
camino era una réplica exacta del de su propia madre. Pero ella no se parecía a
su madre, así como ella y su hija no se asemejaban en nada. Pero la abuela y la
nieta eran como dos gotas de agua.
Mientras lloraba sobre el pecho de su madre, supo qué
era realmente llorar, eso que hacía cuando era una niña
actriz.
Ahora, con corazón de peregrino en tierra sagrada, la
mujer se volvió a reunir con su compañía, con la esperanza de reencontrarse en
algún lugar con su hija y el padre de su hija, y contarles lo que había
aprendido sobre los rostros.
De Historias en la palma de la mano
Leído en http://palabrasmaldichas.blogspot.mx/2012/12/rostros-yasunari-kawabata-kumi-yamashita.HTML
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