sábado, 13 de septiembre de 2014

Beatriz Pagés - En el PRD apenas comienza la guerra

El resultado de las elecciones internas del PRD celebradas el pasado domingo indican que Carlos Navarrete puede convertirse el 5 de octubre en el próximo dirigente nacional.
 
La gran pregunta es: ¿qué debe significar para el futuro de la izquierda su inminente liderazgo y la derrota de las corrientes identificadas con Andrés Manuel López Obrador?
 
¿Navarrete va a ser un dirigente más, sometido al “liderzgo moral” de López Obrador o podrá encabezar el cambio estructural que necesita el PRD? ¿Logrará que una izquierda primitiva, con una organización más clientelista que de partido, violenta y sin ideas, evolucione hacia una posición socialdemócrata de vanguardia?
 
Las preguntas no son ociosas porque la victoria que obtuvo la coalición de Navarrete hizo sonar los tambores de guerra en las tribus que tiene infiltradas Morena en el PRD.
 
 
 
 
 
 
 
 
Aunque Navarrete ha privilegiado el tono conciliador y el querer ser un factor de unidad de las izquierdas, la realidad es que las corrientes derrotadas tratarán no sólo de hacerle imposible la vida, sino de obtener posiciones políticas y privilegios económicos a cambio de no desestabilizar su elección.
 
El exjefe de Gobierno Marcelo Ebrard, por ejemplo, nostálgico del poder y decidido a no renunciar nunca a su naturaleza perversa, ya se puso a la cabeza de un frente para presentar una candidatura de unidad —la de él, por supuesto— que derrote a Navarrete el 5 de octubre.
 
La otra verdad es que gran parte de la sociedad mexicana desearía que el triunfo de Navarrete tuviera por consecuencia la salida, si no es que la expulsión, de las tribus y grupos fanáticos que han degradado el comportamiento y la imagen de la izquierda, asemejándola más a un grupo vandálico, de chantaje y extorsión, que a un partido político.
 
Navarrete y el PRD tienen ante sí retos enormes. El más estratégico es cómo hacer frente al peso que tiene López Obrador en los estratos socioeconómicos en donde ha logrado penetrar.
 
Más que un asunto de clientela, de número de militantes, se trata de lograr la derrota de un liderazgo que ha logrado arraigarse en el inconsciente colectivo de los estratos socioeconómicos más pobres. Es decir, de la mayoría de la población.
 
Un liderazgo que ha hecho de la pobreza y el subdesarrollo cultural, más que un lastre por superar, una especie de ídolo al cual todo aquél que aspire a la santidad y a la perfección moral debe adorar.
 
Los desafíos del PRD no son ajenos a los del socialismo en el mundo. Después de la caída de todos los muros y bloques comunistas, de que China ha expulsado a Marx y a Mao a través la economía de mercado, queda como tarea urgente la construcción de nuevos paradigmas.
 
¿Cómo debe ser la izquierda en el siglo XXI?
 
Hará falta un Lutero que provoque un cisma. Un punto y aparte, una reforma que reoriente o replantee la propuesta política, económica, social, de la izquierda. Incluso un cambio en el vocabulario y el estilo reduccionista y destructivo de los discursos.
 
Otra gran redefinición que se antoja urgente es su relación con el gobierno federal y con un presidente de la república que pertenece a un partido distinto.
 
Hagamos un poco de memoria para recordar no sólo lo ridículo sino lo nocivo que ha sido para los mexicanos tener en el gobierno del Distrito Federal o en las gubernaturas, a perredistas que no aceptan reunirse con el Ejecutivo federal porque lo consideran una traición a sus convicciones y a su dignidad.
 
El actual jefe de Gobierno, Miguel Ángel Mancera, ha sido una revelación en su relación con el poder federal. Ha dicho que se reunirá con el presidente de la república tantas veces como haga falta, sobre todo para resolver problemas de la capital. Tal vez por eso sus enemigos aseguran que ha bajado su popularidad.
 
La guerra intestina del PRD apenas comienza. Ebrard, los Bejarano y el resto de los derrotados ven con preocupación que está en riesgo lo que para ellos siempre ha sido un botín.


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