Aquí va una columna esperanzadora. Una columna repleta de luces en lugar de sombras. Una balsa en el río de fatigas. Un recordatorio de aquello que nos hace despertarnos por las mañanas entre tanta corrupción, tanta impunidad, tanto mal Gobierno. La acciones diarias de esas mexicanas que saltan, corren, actúan, retando el ruido mediocre de las calles. Voces de progreso, de dignidad, de humanidad. Las voces de la mujeres que pueblan el documental “Nos pintamos solas” de Marisa Belausteguigoitia y Mariana Rivera, recién estrenado. Una película sobre lo que significa ser una mujer encarcelada en México, pintar los muros de esa cárcel, tomar la palabra. Retomar la vida a pesar de los muros que se erigen para acabar con ella.
Esos muros que cercan y reducen y encierran pero que al mismo tiempo se vuelven un sitio desde el cual gritar de desesperación. Un lugar desde el cual plasmar la injusticia. Un entorno desde el cual surge la idea de construir una clínica de litigio estratégico, donde me honra participar. Las presas desplegando un repertorio visual, a favor de la transformación de las mujeres y la transformación del ejercicio jurídico y la transformación de las prácticas penitenciarias. Un asalto colectivo a eso que las encierra más allá de los ladrillos y el cemento y las cercas electrificadas: ese repertorio de actitudes, prácticas, esquemas corporales y mentales que lleva a las mujeres a la cárcel real y a la cárcel psicológica. El encierro detrás de la pared y dentro de la feminidad.
Retratado en un documental al que hay que ver desde abajo y con las plantas de los pies, como decía Siqueiros que debe mirarse todo mural. Mujeres víctimas de una mancuerna cruel: el sistema de (in)justicia con sus protocolos, su peculiar definición de “pruebas”, su cuestionable definición de “flagrancia”. Y por otro lado, la forma de ser mujer en México con sus pruebas, sus protocolos, sus evidencias. Ser mujer en este País que es una cosa seria, un despropósito jurídico, una maquinación dolorosa con muchas probabilidades de convertirse en presa, de ser cazada. Ya no como presunta culpable sino como culpable confesa. Un altísimo porcentaje de mujeres hoy en prisión por delitos vinculados con el crímen organizado, donde acaban por las ganas de bailar.
Porque allí en la pista de baile son presas fáciles de hombres que las invitan. Hombres que las conquistan. Hombres que luego les piden variados favores.
Como guardar en su cuenta un dinerito, sin preguntar de dónde viene. Como entregar un maletincito negro a unos señores en la cuneta de la carretera. Como la petición de sentarse en una banquita frente a una calle en una camellón y –a través del celular – reportar a quien pasa por allí. Y las únicas detenidas en flagrancia son ellas. Las únicas visibles. Luego defendidas por abogados de oficio inútiles, acusadas por ministerios públicos incompetentes, sentenciadas por jueces que ni siquiera estuvieron presentes en el juicio. Poblando las cárceles de mujeres con ganas de bailar. Familias devastadas y empobrecidas. El aumento geométrico de mujeres encarceladas.
Y ante ello, lo que vemos en la pantalla de una película que conmueve, estremece, alienta. Mujeres presas que pretenden transformar, pletóricas de color, y a punta de brochazos – “Zas, por mensa”, “Zas, por confiada”, “Zas, por pendeja” – las prácticas, las ideas, los esquemas jurídicos y culturales que las encierran. Mujeres presas que descubren con la brocha, formas de ser únicas, coloridas y diferentes en un espacio que las homogeneiza y las aplaca. Participando en un proyecto que vincula la justicia con el arte y con el género. Una justicia que ha avanzado demasiado cómoda con su venda, su espada y su torso desnudo. Cegada ante el caso de Cuauhtémoc Gutiérrez de la Torre. Cegada ante el abuso, el engaño, la extorsión, las condiciones físicas, anímicas y jurídicas en las cárceles.
Por ello hay que escuchar lo que gritan nuestras mujeres desde allí. Escuchar el mensaje mural que manda el alzamiento desde Santa Marta Acatitla. Lo que dicen las cárceles sobre el Gobierno, la democracia, el País. Para que lo entiendan los magistrados y los abogados defensores y los ministros y los ministerios públicos. Para que volteen a ver a quienes están en la cárcel sin haber cometido delito alguno, pasando por las homicidas, terminando con aquellas que, por su condición racial, no fueron sentenciadas justamente. Para que pintándose solas, las presas retraten a México y cúanto le falta por cambiar. Pintándonos para poder bailar. Pintándonos para poder vivir.
Leído en http://www.am.com.mx/opinion/leon/pintandonos-solas-11550.HTML
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