León Tolstói 1828 - 1910 |
Las tres preguntas
Un día se le ocurrió a cierto emperador que si supiera las respuestas de tres preguntas, nunca se equivocaría al tomar las decisiones.
¿Cuándo es el mejor momento para hacer
algo?
¿Quiénes son las personas más importantes con las que
debo trabajar?
¿Y cuál es el tema más importante del que debo
ocuparme en todo momento?
El emperador emitió un decreto por todo su reino
anunciando que aquel que respondiera a las tres preguntas recibiría una gran
recompensa. Muchos de los que lo leyeron se dirigieron enseguida al palacio con
respuestas distintas.
Una persona respondió a la primera pregunta diciendo
que el emperador debía confeccionar un programa planeando cada hora, día mes y
año las tareas. Otra persona dijo que era imposible planear algo de antemano y
que el emperador debía olvidarse de entretenimientos y estar siempre muy atento.
Otra insistió en que el emperador debería crear un Consejo de Sabios y actuar
siguiendo sus consejos. Otra persona dijo que algunos asuntos debían resolverse
al instante y que no había tiempo para consultarlos, pero quizás se lo podría
preguntar a magos y adivinos.
Las respuestas a la segunda pregunta también fueron
distintas. Una persona dijo que el emperador debía confiar en sus
administradores, otra sugirió los sacerdotes y monjes, y otras le recomendaron
los médicos. Incluso otras personas le aconsejaron confiar en los
guerreros.
La tercera pregunta también obtuvo una variedad
similar de respuestas. Algunos dijeron que la ciencia es lo más importante,
otros que era la religión y otros reivindicaron la importancia de la destreza
militar.
Al no sentirse satisfecho el emperador, disfrazado de
campesino, fue a buscar a un ermitaño sabio que vivía en las montañas, una vez
atravesados bosques y algún valle, se encontró con el ermitaño que estaba
trabajando la tierra con una azada. Al verlo fatigado y anciano, el emperador le
ayudó con el trabajo y trató que el venerable ermitaño respondiera a sus
preguntas. No dijo nada, sólo unas palmaditas en la espalda y volvió a relevarle
en la tarea al emperador.
Después de un rato oyeron a alguien que corría por la
montaña, al llegar a ellos vieron que se trataba de un hombre ensangrentado y
muy asustado que se derrumbó y perdió el conocimiento ante ellos. El emperador
lo llevo dentro de la ermita y allí trató de contener la hemorragia, le cambió
de ropas y le dio algo de agua y comida que el ermitaño le ofreció. Ya estaba
anocheciendo y pronto el emperador quedó dormido.
Al despertar, miró hacia la cama y vio al hombre
herido mirándole y con un hilo de voz diciéndole: ¡Por favor,
perdonadme!
Sorprendido, el emperador siguió escuchando.
Su majestad, no me conocéis, pero yo si os conozco.
Era vuestro peor enemigo y había prometido vengarme de vos, porque en la última
batalla matasteis a mi hermano y confiscasteis mis propiedades. Cuando me enteré
de que ibais a ir solo a la montaña para ver al ermitaño, decidí atacaros
durante vuestro regreso y mataros. Pero después de esperar mucho tiempo y ver
que no volvíais, decidí olvidarme de la emboscada e ir con vuestros ayudantes
que, al reconocerme, me hicieron esta herida. Por suerte pude escapar y corrí a
refugiarme en este lugar. Si no os hubiera encontrado seguro que ya estaría
muerto. Yo he intentado mataros y vos, en cambio me habéis salvado la vida. No
podéis imaginaros lo avergonzado y a la vez lo agradecido que me siento. Si
salgo de ésta con vida, prometo ser vuestro sirviente por el resto de mi vida e
intentaré conseguir que mis hijos y nietos hagan lo mismo. Os ruego que me
perdonéis.
El emperador se quedó encantado al ver que se había
reconciliado con tanta facilidad con uno de sus antiguos enemigos. No sólo le
perdonó, sino que además le prometió devolverle sus propiedades y enviarle a su
propio médico y a sus sirvientes para que lo cuidaran hasta que estuviera
recuperado del todo.
Antes de regresar al palacio, el rey quería plantearle
al ermitaño las tres preguntas por última vez.
El ermitaño se levantó y mirando al emperador le
dijo:
¡Pero tus preguntas ya han sido respondidas! Ayer si
no te hubieses apiadado de mi edad y no me hubieras ayudado a cavar los surcos,
tu enemigo te habría atacado al volver a tu hogar y habrías lamentado no haberte
quedado conmigo. Por tanto el tiempo más importante fue cuando estuviste cavando
los surcos, la persona más importante era yo y la tarea más importante era
ayudarme. Más tarde, cuando aquel hombre herido llegó corriendo hasta aquí, el
tiempo más importante fue cuando le vendaste la herida, porque si no te hubieras
ocupado de ella habría muerto y tú no habrías podido reconciliarte con él. De
igual modo, él era la persona más importante en aquellos momentos, y la tarea
más importante era ocuparte de su herida. Recuerda que sólo hay un momento
importante: el ahora. El presente es el único momento del que disponemos. La
persona más importante es siempre aquella con la que estás, la que tienes ante
ti, ya que ¿quién sabe si podrás relacionarte con cualquier otra en el futuro?
La tarea más importante es hacer que la persona que está junto a ti sea feliz,
este es el cometido de la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Por favor, sean civilizados.