sábado, 20 de septiembre de 2014

Jaime Sánchez Sisarrey - 75 años

El PAN nació como un partido comprometido con la democracia. A diferencia de la izquierda, que se definía como socialista y revolucionaria, su apuesta fue siempre por una reforma que garantizara el sufragio efectivo.

Su enfrentamiento con el partido oficial, sin embargo, era también doctrinario. Nació oponiéndose al cardenismo y al nacionalismo- revolucionario.

Lo hizo con un componente liberal y otro anclado en la doctrina social de la Iglesia Católica, que postula el bien común. De esa veta deriva su conservadurismo en cuestiones sexuales y morales.









En clara oposición al cardenismo, que afilió corporativamente a las masas obreras y campesinas, el PAN se constituyó, en 1939, como un partido de ciudadanos (algunos de ellos notables) que vivían para la política y no de la política.

Sus fundadores, Gómez Morin y González Luna, jamás se imaginaron como políticos profesionales. Y habrían detestado la sola idea de hacer de la política una forma de ganarse la vida.

El monopolio del espacio público por "la familia revolucionaria" reforzó a los panistas en su rol de oposición testimonial, fundada en la ética de la convicción (Max Weber). La alternancia política era imposible.

No importaba, en consecuencia, la dimensión práctica del ejercicio del poder ni la responsabilidad, es decir, la evaluación de las consecuencias de las decisiones tomadas, que están emparentadas con la ética de la responsabilidad.

De ahí la convicción de la superioridad moral de una organización de individuos libres, que buscan el bien común y son fieles, por encima de cualquier tentación o consideración, a sus valores. La honestidad y la incorruptibilidad eran dos de sus banderas.

De ahí, también, la templanza y la paciencia como dos coordenadas fundamentales: "que no haya ilusos para que no haya desilusionados", porque "se trata de una brega de eternidades".

Estas fueron las mojoneras de la identidad panista: individuos libres, fieles a sus convicciones, honestos, incorruptibles, creyentes en el bien común, afines al catolicismo, enemigos del corporativismo y el nacionalismo-revolucionario.

El primer shock que sufrió el panismo fue la candidatura de Clouthier en 1988. El Maquío se postula a la Presidencia de la República para romper el monopolio priista aquí y ahora. La paciencia y la templanza fueron sustituidas por la urgencia y la efectividad.

El segundo shock fue consecuencia de la crisis electoral del 6 de julio de 1988. El PAN se vio confrontado, por primera vez, al dilema de ser una oposición irreductible y testimonial o asumir los costos de la negociación y el ejercicio del poder.

Se abrió un debate interno que ganaron Luis H. Álvarez, Castillo Peraza y Fernández de Cevallos. Las negociaciones fueron una doble victoria para el PAN. La reforma política pactada en 1989 abrió las puertas de la transición democrática y, con ella, la alternancia.

Además, las reformas aprobadas entre 1989 y 1994 fueron, como las definió Castillo Peraza, una victoria cultural de Acción Nacional. Fue el mejor momento del panismo, que habría de culminar con la victoria de Fox en 2000.

El tercer shock fue la transformación del PAN en partido gobernante. Se trató de un proceso contradictorio. No fue la organización la que llevó al poder al candidato, sino Fox -que no era panista de cepa- quien arrastró y se sirvió del partido.

El primer gabinete de la alternancia confirmó esa dualidad. Los panistas apenas estuvieron representados. De cualquier modo, la toma del poder sacudió, para siempre, los cimientos de la identidad panista.

Para bien, porque se convirtió en un partido con obligaciones y responsabilidades. Atrás quedó la oposición testimonial. Pero con el ejercicio del poder vinieron sus demonios: la realpolitik, la corrupción y la deshonestidad.

La victoria de Calderón en 2006 llevó, por fin, al partido a Los Pinos. A partir de ese momento, la pócima del poder fue imposible de digerir. Los panistas se mimetizaron definitivamente con la prácticas del viejo régimen.

Además, lo hicieron de manera grotesca; amén que la eficacia, valor fundamental de la realpolitik, brilló por su ausencia.

Lo que ha ocurrido recientemente, de los "moches" a las transas inconfesables, es la resaca de 12 años de ejercicio del poder y la confirmación de que la vieja identidad panista duerme el sueño de los justos.

No hay ni habrá retorno posible. El PAN es, hoy, una organización burocrática, integrada por políticos profesionales, con apetitos e intereses, iguales o peores que los del resto de la clase política, salpicados de una doble moral.


@sanchezsusarrey



Leído en Reforma.com

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