“No hay palabras para describir la situación en Los Cabos. El huracán nos destruyó, pero lo peor ha sido la rapiña y saqueo a las tiendas. Esto es una zona de guerra. No hay comida, ni agua, ni luz, ni comunicación; tampoco gasolina ni medicinas.
No hay dónde comprar víveres. El problema más grande es la inseguridad. Es una vorágine de saqueos… Ya comenzaron los asaltos a las casas y a la gente. Los vecinos prenden fogatas y hacen guardias con palos y botellas para defenderse, ya que los delincuentes se agrupan y atacan para robar…”
Esas palabras son el testimonio de un habitante de la península de Baja California que ha sido ampliamente compartido en las redes sociales. Aunque fue escrito en el peor momento, justo tras el paso del meteoro, y la situación ya ha mejorado gracias a que la Secretaría de la Defensa Nacional ha aplicado el Plan de Auxilio a la Población Civil en Casos de Desastre (conocido como PLAN DN-III) y se desplegaron unos dos mil castrenses, sigue habiendo grandes riesgos para la población.
Igualmente se ha establecido un puente aéreo para desalojar a residentes y turistas, pero muchos habitantes han decidido quedarse para proteger el patrimonio de sus familias. Persiste el peligro en materia de seguridad y por la posibilidad de nuevos embates de la naturaleza, así como un tremendo desabasto provocado en gran parte por las acciones de rapiña.
Después de todo, estamos ante un fenómeno extraordinario. No cualquier día la Secretaría de Gobernación emite una alerta roja advirtiendo a las autoridades y a la población que se está en una etapa de “peligro máximo”.
Sin embargo, hay una eventualidad que también debemos señalar: que el tejido social de las poblaciones afectadas quede irremediablemente roto por las acciones delincuenciales que se han desatado, que crezcan hiedras de miedo y desconfianza, ahogando la unidad entre vecinos y conciudadanos.
Está en manos de todos los mexicanos coadyuvar a arrancar de raíz esa amenaza. Cada apoyo enviado a un centro de acopio, por mínimo que sea, lanza un claro mensaje de humanitarismo a quienes hoy se encuentran en las zonas siniestradas.
No solo mandamos agua y comida, sino también reforzamos el claro mensaje de que a pesar de todo nuestra patria sigue siendo un país de mujeres y hombres fraternos, pues si en un primer momento el desastre hizo de esas comunidades una zona de guerra, con el apoyo de todos podemos convertirlas de nuevo en zonas de paz y solidaridad.
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