viernes, 26 de septiembre de 2014

Juan Villoro - Decepcióname, por favor

Más que una realidad, la democracia representa un anhelo que encarna de diversos modos en los países que la proclaman.

La libertad de expresión es uno de sus requisitos básicos. Lo curioso es que cuando eso se llama “referéndum” o “plebiscito” -es decir, cuando puede tener consecuencias decisivas- aparecen pretextos para afirmar que lo ya decidido no puede ser modificado. ¿Carece un país del derecho a cambiar de opinión?

En España, la consulta sobre la soberanía catalana ha sido vista por el gobierno de Rajoy como un acto de secesión. Aunque el desenlace pudiera llevar ahí, el sólo hecho de preguntar se considera subversivo. De acuerdo con esa lógica, la voluntad popular no puede modificar las reglas a las que se somete. Algo semejante ocurre en México con la negativa del gobierno de Peña Nieto a que la reforma energética pase por el juicio de la gente.







Como lo que importa no puede ser decidido, la discutidora especie humana se desfoga en polémicas compensatorias. A falta de causas más altas, ejerce la libertad menor de escoger Pepsi o Coca, Nike o Adidas, PC o Apple. Esta ilusión de libre albedrío alcanza su punto culminante en los aviones, que ofrecen la peor comida del mundo, pero permiten elegir pollo o pasta, responsabilizando al pasajero de su decisión. La democracia es parecida: aunque quieres langosta, aceptas que el pollo te haga daño.


El afán de intervenir en la cosa pública ha llevado a uno de los más extraños sondeos del que se tenga noticia. Íker Casillas, mítico arquero del Real Madrid, rebautizado como “San Íker” por sus históricas salvadas, capitán del equipo y de la selección que ganó el Mundial en Sudáfrica, se somete a un referéndum en el estadio Santiago Bernabéu. Una parte de la hinchada lo abuchea, otra le aplaude.

¿Bastan algunas pifias para borrar una conducta de leyenda? El tema no sólo tiene que ver con el convulso mundo del deporte y la forma en que José Mourinho dividió a la afición merengue; pertenece a la sociedad del espectáculo y la desaforada necesidad de opinar.

El Chicharito es víctima de otro tipo de desencuentro con el público. Ya que no cumplió la promesa de ser héroe nacional, se le comienza a desear un fracaso estrepitoso. Su fichaje en el Real Madrid no ha sido visto unánimemente como un logro, sino como la prueba de que será un suplente eterno, capaz, en el mejor de los casos, de meter el séptimo y el octavo gol del partido.

Esto lleva a un significativo aspecto de la opinión pública contemporánea. ¿Qué clase de consenso se alcanza en las gratuitas polémicas de todos los días? Ante la imposibilidad de mejorar la realidad, pocos apuestan por una opción esperanzada (Íker volverá a parar un penalti, el Chicharito marcará el primer gol del partido). Como están las cosas, la condena se usa más que el voto de confianza.

Cada cierto tiempo renovamos nuestro deseo de ser decepcionados. En las tribunas de los estadios o en las redes sociales ejercemos un derecho a la crítica que se contagia de sí mismo, simplifica sus motivos y adquiere el nivel del linchamiento. Si pudiéramos modificar lo real, seríamos menos enfáticos ante asuntos que a fin de cuentas no nos importan tanto.

Ciertas figuras mediáticas han entendido esta dinámica a la perfección, capitalizando el estupor e incluso el repudio. Miley Cyrus saca la lengua como una estrangulada o se pasa la bandera mexicana por el trasero sin el menor deseo de convencer a nadie. Jubilada del inocente personaje de Hannah Montana, está más allá de la provocación. Sabe que los comentarios negativos se propagan por contagio y se rige por el siguiente adagio: “Que hablen de mí, aunque sea bien”. Su estrategia es tan exitosa, que incluso esta frase la confirma.

El pasado 16 de septiembre, el Toro de la Vega fue torturado hasta la muerte en Tordesillas. La víctima del salvajismo llevaba este año el irónico nombre de “Elegido”.

En el circo mediático los personajes son asediados como el Toro de la Vega. Unos son víctimas casuales, otros son voluntarios del ultraje. Casillas sobrelleva en silencio su calvario mientras que Cyrus encuentra creativas maneras de empeorar.

La democracia es lo que sucede mientras votamos por otras cosas. A falta de consultas verdaderas, usamos la conciencia crítica para decepcionarnos a gusto.



Leído en http://criteriohidalgo.com/notas.asp?id=266514



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