Las llamadas de atención llegaron desde distintas tribunas. En este mismo espacio se planteó el 31 de octubre que bajo el paraguas de una causa legítima –que aparezcan vivos los 43 normalistas de Ayotzinapa secuestrados por la policía de Iguala y Cocula en septiembre-, estaba en marcha la disputa por la nación, que buscaba el cambio de modelo de gobierno. “No está claro que el presidente Enrique Peña Nieto y su gabinete compacto tengan claro lo que enfrentan”, se puntualizó. Diez días después se ha confirmado: ni en un principio, ni ahora, entienden lo que enfrentan. Encerrado el Presidente en una burbuja, la incompetencia política de sus asesores es proverbial. La información que sale a cuentagotas de Los Pinos es que, además, no saben qué hacer para apagar la furia en la nación.
La forma como ha procesado, analizado y reaccionado ante la creciente oposición nacional al Presidente detonada por la desaparición forzada de los normalistas, muestra un gobierno reactivo y errático, donde el Presidente carece del equipo y la sensibilidad para enfrentar esta, que como se definió en este mismo espacio el 13 de octubre, era la más grande crisis de su vida pública. No hay una debacle del gobierno, pero va para allá. Tres momentos definen esa ruta en las dos últimas semanas:
1.- Organizar en Los Pinos un encuentro con los familiares de los normalistas desaparecidos. Peña Nieto es excesivamente escrupuloso para garantizar el buen puerto en ese tipo de reuniones, por lo que para acudir tuvo que ser convencido por alguien en su equipo que no iba a haber problemas. El resultado fue que los familiares de las víctimas y representantes sociales prácticamente lo tuvieron de rehén al declarar que no saldrían de Los Pinos si no firmaba un documento de compromisos—que de cualquier forma repudiarían tras conseguir su firma. Entre las torpezas de quien lo organizó, fue no haber mapeado a todos los asistentes. Por eso, cuando ya estaban dentro de la residencia presidencial, la Policía Federal detectó que entre ellos estaban dos jefes del EPR, la guerrilla más militar del país. Además, había al menos dos cuadros del frente de masas del ERPI.
2.- La insensibilidad que demuestra el Presidente y su entorno cercano. Peña Nieto se reunió con los familiares de los desaparecidos el 29 de octubre, quienes desde esa misma noche lo descalificaron y se programaron más movilizaciones y violencia en Guerrero. Pero el día 30, en su cuenta de Facebook, colocó este mensaje a su hija: “Feliz Cumpleaños, querida Sofi. Que orgullo verte crecer y que estés cumpliendo todos tus sueños. Admiro tu tenacidad y disciplina para lograr lo que buscas. ¡Felices 18! Te quiero mucho”. Nadie cuestiona el amor de un padre, pero en momentos de tan profunda crisis, el mensaje que transmitió fue un doble lenguaje. ¿Hablar de felicidad por su hija cuando diariamente habla de que está indignado por la suerte de los jóvenes normalistas? La prudencia urgía cerrar todos los flancos, pero la frivolidad en Los Pinos no puede ocultarse. El sábado, mientras un grupo intentaba quemar la puerta central de Palacio Nacional, el maquillista de la esposa del Presidente, Alfonso Whaitsman, publicó en su cuenta de Twitter una selfie donde decía: “China…. allá vooooooooooy”. La ligereza del maquillista sólo se puede entender por la laxitud con la que se asume la seguridad nacional en la Presidencia, que violentó la fotografía. En cualquier país que se respeten sus instituciones, todo aquello que dé información a los enemigos del Estado –como una fotografía no autorizada dentro del avión presidencial-, se castiga. Ese post ya fue borrado.
3.- La planeación de un viaje que debió acortarse al máximo. Cuando llegó el momento de pedir permiso al Senado para ausentarse nueve días para ir a China a una visita de Estado y a la reunión de la APEC, para después volar ocho horas más a Brisbane, Australia, donde se reúne el G-20, el Presidente evaluó el viaje. Hace una semana iba a recortar todo, salvo la visita oficial a China, donde firmará inversiones por cuatro mil millones de dólares. Al final no redujo nada, salvo dos días, para no pedir permiso al Senado. El mismo día que partía, tuvo que aplazar la salida para realizar una cadena nacional y expresar una vez más su apoyo a los familiares de los normalistas, porque la conferencia de prensa que ofreció el procurador general horas antes, sólo provocó mayor indignación entre los afectados y miles de simpatizantes. Cuando llegaba a Beijing, el Palacio Nacional estaba bajo ataque y se llegó al extremo de una situación que pudo derivar en represión, al salir el Ejército a proteger la sede del poder federal.
Los tres momentos descritos subrayan la improvisación y contradicción sobre las que se están tomando las decisiones en la Presidencia. Son los idus de octubre, como los idus de marzo que en el año 44 A.C. cambiaron el rumbo de la historia universal. En ese tiempo asesinaron a Julio César, quien rumbo al Teatro Pompeya bromeó con un vidente que las profecías ominosas sobre los idus de marzo habían estado presentes, pero no se habían cumplido. “Sí, mi César”, le respondió el vidente, “pero no se han ido”. En México no se necesita ser vidente para ver los idus de octubre. Ni para ver que tampoco se han ido.
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