Los más enajenados buscan venganza, en
lugar de justicia. La venganza correría hacia el infinito la cadena de
las injusticias y los vengadores no hallarían paz ni para sí mismos ni
para sus hijos y nietos. Debemos admitir que durante los últimos treinta
años, hicimos esfuerzos titánicos para avasallar lo que de 1917 a 1982
habíamos logrado.
Los conservadores se burlaban del discurso priista que argumentaba como un logro, la paz social. Ésta argumentaban no se debe al régimen político, sino a una sociedad encadenada. Durante un largo período el Estado
mexicano transitó-no sin dificultades-, de un país de caudillos a uno
de instituciones. Durante el cual se resolvieron conflictos sobre el
método para cristalizar objetivos como el laicismo y el Estado promotor
de bienestar.
Hubo quienes deseaban acelerar el paso
para transitar de la economía mixta, al socialismo científico. Es
histórico el encuentro entre el ilustre Caso y el brillante
revolucionario Vicente Lombardo Toledano.
La Universidad Nacional,
es la síntesis de una lucha permanente entre liberales y conservadores.
Lograr el equilibrio entre los opuestos, ha permitido sobrevivir a la
institución educativa más grande y trascendente de la historia de
México.
De la confrontación de dos ideologías opuestas surgió la sociedad avecindada en la capital de la República con toda su riqueza cultural que es motivo de admiración y reconocimiento por el país entero.
La guerra ha sido la madre de todo cuanto existe, dijo alguna vez un griego, personaje importantísimo del país que hizo surgir la democracia como directriz central de la política.
Los llamados países de orientación occidental,- aunque su cultura de asiente considerablemente en el medio oriente-,
aceptan la democracia como la forma de gobierno por antonomasia. En
nombre de ella, se arroga el imperio en turno la potestad para
intervenir impunemente en los asuntos de otros Estados.
La impunidad, no se ha enseñoreado, partiendo de abajo hacia arriba, sino de arriba hacia abajo.
La forma más cruel de la corrupción es la que usa el imperio
destruyendo pueblos, haciendo que millones de gentes pierdan su casa y
su identidad. La pretendida defensa de los derechos humanos, es un
pretexto intervencionista, más que una forma de humanismo.
Quienes luchan porque prevalezcan las
garantías individuales deben ampliar sus pretensiones a los derechos
sociales, cuya marginación es causa de nuestras desgracias.
Exaltamos la violencia por todas partes.
Surgen deportes que deshumanizan y son divulgados a millones de gentes
que se vuelven insensibles al sufrimiento y por ende, no tienen empacho
en generarlo a diestra y siniestra.
La ganancia nos ciega y no reparamos en la violencia que haya necesidad de aplicar para lograrla. El poder público creación cultural para proteger la justicia, se ha convertido en instrumento para lograr ganancia ilícita con impunidad.
El sentido de nación se ha perdido no
solamente en México. Quienes predominan son las empresas exitosas, no
porque el éxito sea reprobable, sino que para obtenerlo frecuentemente
se pasa sobre la dignidad de millones de personas.
La auto
denigración sobrevive en nosotros como vestigio del complejo de
malinche. Los mexicanos, somos los más malos, violentos y corruptos del
mundo y, nuestros héroes, los seres más débiles y perversos de cuantos
haya. Son esas ideas que procuramos lleguen a la conciencia social.
Quejémonos por ello y no sólo por las consecuencias, especialmente
quienes manejan las ideas y la educación.
Los vengadores no buscan al culpable en
las causas, sino en las personas a quienes odian y detestan. El
presidente Peña Nieto recibió un país en crisis en todos los ámbitos del
desarrollo y la enajenación delirante busca descargar en él, no un
sentimiento patriótico, sino la ira irreflexiva, a la que combate
arrojándole combustible.
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