México es su PEOR enemigo
PorDURANTE mis muchos años como corresponsal en México, mis mejores entrevistas solían suceder durante la cena, alrededor de una mesa. Así que en un viaje reciente cené con varios contactos de antes para ponerme al día sobre cómo estaba manejando México sus desafíos más urgentes, como la masacre de estudiantes de 2014 en el sur del país, que conmocionó al mundo y desató protestas en todo el territorio mexicano.
Pero todo el mundo solo quería hablar sobre Donald Trump.
Mis compañeros de cena no eran los únicos con esa fijación. Cerca de una semana más tarde, el gobierno mexicano anunció que estaba reorganizando su cuerpo diplomático para abordar la retórica antimexicana emanada de la campaña de Trump que, según declaró un funcionario a The Washington Post, amenazaba con “hacerle daño a la imagen de México en Estados Unidos”.
Sin embargo, el domingo pasado, México demostró que el daño más profundo a la imagen del país es autoinfligido.
Un grupo de investigadores independientes dio a conocer su informe final sobre la masacre en Guerrero, por la que 43 estudiantes de una escuela rural en Ayotzinapa están desaparecidos y probablemente muertos. Los hallazgos de la investigación fueron devastadores.
El Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes, cuyo trabajo ha conducido al enjuiciamiento de miembros de alto perfil del ejército colombiano, un dictador guatemalteco y compañías petroleras estadounidenses, no solo ofreció el más aterrador recuento de lo que los estudiantes padecieron esa noche de septiembre de 2014, sino que además demostró que el gobierno mexicano, por decir lo menos, había tenido un mal manejo de la investigación y muy posiblemente había intentado encubrir los hechos.
Como lo reportó The New York Times, el grupo describió una noche de “confusión y terror”, con policías que usaban el sistema de comunicación oficial para vigilar una caravana de autobuses con estudiantes. Uno de los conductores del autobús recordó que los policías apuntaron sus armas a los estudiantes y dijeron: “Los vamos a matar a todos”.
Una de las teorías del grupo de expertos fue que los estudiantes, sin saberlo, habían abordado un autobús cargado con heroína de narcotraficantes. Para ayudar a los narcotraficantes a recuperar su mercancía, las autoridades instalaron retenes con el fin de interceptar a los autobuses y después les dispararon.
Los miembros del grupo expresaron una profunda frustración por no haber podido llegar al fondo de esta hipótesis ni de ninguna otra debido a la obstrucción y a la lentitud de las autoridades mexicanas. También acusaron al gobierno de guardar un silencio sospechoso durante una fuerte campaña mediática que buscaba desacreditar su trabajo.
Los funcionarios gubernamentales parecen más preocupados por las declaraciones rimbombantes de Trump sobre el país y sus ciudadanos, como su referencia que identificaba a los mexicanos como “violadores”. Estas declaraciones son, por supuesto, infundadas y ofensivas. Pero ¿cómo puede mejorar la imagen de México cuando sus líderes no pueden demostrar algo de compromiso para terminar con los abusos y la impunidad que preocupan tanto a sus propios ciudadanos?
Después de que se dio a conocer el informe, las críticas no tardaron en llegar. “Si así es como México investiga los casos de alto perfil, qué no ocurrirá cuando nadie los ve”, escribió Eric Witte, un exasesor del presidente de la Corte Penal Internacional. Erika Guevara-Rosas, la directora para las Américas de Amnistía Internacional, le dijo a The Associated Press que “la determinación absoluta del gobierno mexicano de esconder la tragedia de Ayotzinapa debajo de la alfombra parece no tener límites”.
Algunos académicos, abogados y otras personas en México con las que hablé recientemente se maravillaban ante lo mucho que había cambiado el país para mal en dos años, fecha en la que el Presidente Enrique Peña Nieto apareció en la portada de la revista Time como el salvador del país.
Al retratarse a sí mismo como una nueva especie de político mexicano, Peña Nieto se centró en extensas reformas económicas y restó importancia a temas de seguridad, como las decenas de miles de personas asesinadas o desaparecidas como parte de la lucha contra el narcotráfico en el país, que habían definido la agenda de su predecesor.
Ante la protesta generalizada por la masacre de los estudiantes, Peña Nieto aceptó invitar al grupo independiente de expertos para que investigara el caso, un acto sin precedentes en México. Pero una vez que fue evidente que el grupo no serviría para aprobar la versión oficial sin cuestionamientos, comenzó una campaña de desprestigio cuidadosamente organizada, y luego le negaron al pánel su solicitud de extender su mandato.
Las conversaciones con los mexicanos con los que hablé (principalmente, son personas que viven en ciudades y no en comunidades rurales) me dan la impresión de que hay una actitud incrédula hacia la idea de que las cosas pueden mejorar y un cansancio hacia las historias de abuso y corrupción.
La campaña de Trump, por otra parte, puede tener menos relevancia, pero toca las fibras nacionalistas de México. Desde los primeros años de escuela, a los mexicanos les enseñan a desconfiar del Tío Sam. Es fácil tomar la retórica de Trump como un ataque personal y exigir al gobierno que haga algo al respecto.
El gobierno está usando a Trump como distracción. Es más sencillo señalar a demonios extranjeros que a los internos, en especial, cuando el extranjero en cuestión exuda las actitudes racistas que se cree muchos estadounidenses comparten. “Siempre es más fácil para el gobierno mexicano unificar a la gente en torno a preocupaciones de intervención extranjera que al trabajo que se requiere para reformar al país”, dijo Andrew Selee, un académico del Woodrow Wilson Center.
La dinámica se puede observar claramente en los medios, que dependen de miles de millones de dólares de publicidad gubernamental. El día después de que el grupo emitió su informe, uno de los principales diarios de México, El Universal, publicó una historia sobre el tema en el margen inferior de su primera plana. En la parte superior aparecía con toda grandilocuencia una entrevista con el nuevo embajador de México en Washington, quien describía sus planes para responder a Trump. El encabezado decía: “No será México ‘punching bag’ de EE. UU.”.
Ginger Thompson es una reportera sénior de ProPublica. En el pasado, fue la jefe de la corresponsalía de The New York Times en México. Esta columna se publicó en conjunto con ProPublica.
Fuente: http://www.nytimes.com/es/2016/04/28/mexico-es-su-peor-enemigo/
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