Fernando Iwasaki ( 1961 ) |
Longino
En la cómoda de mi abuela había un crucifijo aterrador. «¿Lo ves? -me decía con voz temblorosa- Cuando mientes le aprietas la corona y le clavas más las espinas».
Yo sufría viéndole las manos taladradas, los hombros infectados por los chicotazos y los clavos sobresaliéndole de los pies; pero la sangre que chorreaba de su cabeza era por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa, como me hacía rezar abuela mientras me castañeaban los dientes.
Una tarde me acerqué al crucifijo con el alicate de la caja de herramientas, y una por una comencé a arrancarle las espinas para acabar con su agonía. Cuando le quité la última dejó de sangrar y sólo cayeron unas gotas de agua.
¡Qué contenta se pondrá abuela cuando se lo encuentre muerto sobre la cómoda!
Leído en http://www.uncuentoaldia.es/?p=8780
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