El presidente Enrique Peña Nieto hizo algo que pocos jefes de Estado o de gobierno suelen hacer: pidió perdón.
Lo hizo durante el discurso que pronunció al promulgar, en Palacio Nacional, las Leyes del Sistema Nacional Anticorrupción.
Poco después de tomar la palabra, el presidente dijo lo siguiente:
“La corrupción es un reto de la mayor magnitud, que requiere acciones de la sociedad y de las instituciones, y estoy convencido de que tiene solución.
“Si queremos recuperar la confianza ciudadana, todos tenemos que ser autocríticos; tenemos que vernos en el espejo, empezando por el propio presidente de la República.
“En noviembre de 2014, la información difundida sobre la llamada Casa Blanca causó gran indignación. Este asunto me reafirmó que los servidores públicos, además de ser responsables de actuar conforme a derecho y con total integridad, también somos responsables de la percepción que generamos con lo que hacemos, y en esto, reconozco, cometí un error.
“No obstante que me conduje conforme a la Ley, este error afectó a mi familia, lastimó la investidura presidencial y dañó la confianza en el gobierno.
“En carne propia sentí la irritación de los mexicanos. La entiendo perfectamente, por eso, con toda humildad, les pido perdón.
“Les reitero mi sincera y profunda disculpa por el agravio y la indignación que les causé”.
Que yo recuerde, ningún presidente mexicano había alguna vez pedido perdón por una acción u omisión que fuera mal vista por el pueblo. Las palabras de Peña Nieto contrastan con las de su antecesor Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970), quien en su Cuarto Informe de Gobierno, al referirse a los sangrientos sucesos ocurridos el 2 de octubre de 1968 en la plaza De las Tres Culturas, en Tlatelolco, dijo: “Asumo íntegramente la responsabilidad: personal, ética, social, jurídica, política histórica, por las decisiones del gobierno en relación con los sucesos del año pasado”. En sus palabras no hubo el menor asomo de arrepentimiento por el haber ordenado una represión injustificable.
Es indudable que el asunto de la Casa Blanca fue una mala decisión de Peña Nieto que le ha costado mucho en términos de popularidad y gobernabilidad del país. Pero, por fin, pidió perdón, algo que seguramente no le fue fácil.
Ya me gustaría ver a los expresidentes que aún viven pedir perdón por algunos de sus errores. A Luis Echeverría (1970-1976) por haber endeudado irresponsablemente al país; a Carlos Salinas (1988-1994) por haber postergado la apertura democrática del país y pisoteado la Constitución; a Ernesto Zedillo (1994-2000) por el error de diciembre y su insensibilidad ante la pobreza de tantos mexicanos; a Vicente Fox (2000-2006) por no haber metido a la cárcel a los peces gordos, como lo prometió durante su campaña electoral; a Felipe Calderón (2006-2012) por los 123 mil muertos que dejó la guerra que sin consultarnos le declaró a la delincuencia organizada.
No es fácil pedir perdón. Para muchas personas es algo muy difícil de hacer, a veces hasta imposible. Para ofrecer disculpas es necesario tener entereza, seguridad propia, honestidad intelectual y sencillez.
Ahora debemos preguntarnos si la mayoría de los mexicanos aceptarán sus disculpas y lo perdonarán. El tiempo lo dirá.
Aquí cabe recordar una frase de Mahatma Gandhi: “Los débiles nunca pueden perdonar. El perdonar es un atributo de los fuertes”.
¿Somos una nación de débiles o de fuertes?
Leído en
http://www.criteriohidalgo.com/a-criterio/nacion-de-debiles-o-de-fuertes
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