Con la mira puesta en el país, con su innegable autoridad moral, Cuauhtémoc Cárdenas no tuvo empacho en señalar que la situación actual es ya insostenible e inadmisible.
Las vueltas que da la historia. La ceremonia solemne en la que recibió Cuauhtémoc Cárdenas la medalla Belisario Domínguez estuvo llena de simbolismos. El tres veces candidato presidencial, el líder que convocó a los mexicanos a hacer realidad el sufragio efectivo, el que contribuyó de manera significativa a enterrar el viejo régimen, el que formó un partido para darle un cauce pacífico a la rebelión ciudadana, el primer gobernante electo de la Ciudad de México, el patriota que no vaciló en denunciar arbitrariedades e injusticias, estaba franqueado, vaya paradoja, por el presidente del Senado y el de la República, ambos surgidos de las filas del partido que surgió para combatir al general/presidente, padre del hoy laureado. Los herederos del partido que nació para oponerse al cardenismo fueron los encargados de entregar la medalla (a nombre del Senado) al otro Cárdenas, al que en los últimos 30 años se ha empeñado en reencauzar la vida nacional por los derroteros de una democracia con apellidos, que no se restringe al voto, y que sólo puede sustentarse en los sólidos cimientos de la igualdad, de la libertad, de la dignidad, del ejercicio pleno de todos los derechos. No se necesita mucho fundamento para entender las razones del reconocimiento. Basta con leer las que se establecen en el decreto de creación del galardón: “Premiar a los hombres y mujeres mexicanos que se hayan distinguido por su ciencia o su virtud en grado eminente, como servidores de nuestra Patria o la Humanidad”
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