Fallas sistémicas y negligencia:
un mal cóctel para la seguridad
Los accidentes aéreos que han costado la vida de tres secretarios y otros personajes relevantes evidencia no sólo un problema de seguridad, sino también errores y circunstancias en el propio sector
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El accidente en el que falleció el secretario de Gobernación, Francisco Blake Mora, y algunos de sus más cercanos colaboradores, evidencia no sólo un problema grave en cuanto al cuidado que un personaje de esta naturaleza le debería merecer al Estado Mexicano; es también indicio de una falla sistémica, producto del desconocimiento de la importancia del transporte aéreo.
Y la falla es de tal profundidad que no sólo alcanza a tocar a los sectores implicados directamente con la aviación, de lo cual hay innumerables ejemplos, sino que salta a la palestra del mayor nivel, ya que ha cobrado la vida de tres secretarios de Estado y de no pocos personajes importantes, como el empresario Moisés Saba.
Los accidentes donde perecieron Ramón Martín Huerta, Juan Camilo Mouriño y Francisco Blake, así como integrantes de sus respectivos equipos de trabajo, hay puntos en común que muestran la vulnerabilidad en la que hoy está inmersa la transportación de los altos mandos del gobierno federal y que –irónicamente– no tienen relación con su alto cargo ni constituyen una amenaza por razones políticas, sino que son, lisa y llanamente, accidentes que pudieron haberse evitado.
| FACTORES HUMANOS
Otro aspecto de este hecho tiene que ver con la capacitación de los pilotos. En los accidentes a los que hacemos referencia hay un punto que tiene que ver con la toma de decisiones y la asertividad para ejecutarla delante de un jefe cuya investidura puede ser un factor disuasivo.
Es difícil en una cultura autoritaria como la nuestra, que tanto un alto directivo como sus colaboradores comprendan que decir “no” a tiempo, puede ser la mejor manera de servir a los intereses de su propio jefe. En otros términos: hay que cuidar al jefe, a veces a pesar del jefe.
Algunos especialistas mexicanos han desarrollado tipologías en las actitudes de los tripulantes, una de las cuales es llamada Síndrome del costo de lo ya invertido (Sunk coast effect), la cual tiene que ver con la decisión de seguir adelante en una situación potencialmente peligrosa y que se da por varios factores: por el temor a contradecir a un jefe, por una confianza desmedida en que “habrá suerte” o porque en otras ocasiones se ha sorteado la situación y se “cuenta” con ello para salir, una vez más, airoso.
De acuerdo a los especialistas, el tripulante puede razonar así: “No vine hasta acá para darme por vencido a la primera”. Es decir, la autopresión que se imponen los pilotos los hace ir cometiendo pequeños errores que, a la postre, desembocan en tragedia.
En el caso de Blake Mora, coinciden, el piloto tendría que haber seguido hasta bordear el Chichinahutzin, pero quiso cortar camino para llegar antes debido a la presión del tiempo.
El rasgo de carácter les permite ir “cada vez metiéndose más y más y más” en una zona de riesgo y llega un momento en que el piloto sólo se adentra en el peligro. Y esto no implica que no esté capacitado para volar, sino que ha adoptado una actitud riesgosa, lo que estudia precisamente el rubro de “factores humanos”.
En todo caso, en un CFIT esta actitud se ve alimentada por la imposibilidad de decidir que el vuelo no debe continuar, ya que el piloto carece de la información suficiente sobre las condiciones reales del entorno –o al menos no tiene la posibilidad de procesar esos datos– y existe lo que se ha dado en llamar “pérdida de la consciencia situacional”.
Los factores humanos en la aviación son –hoy por hoy– el punto más crítico de la industria en materia de seguridad, por el simple hecho de que cualquier error es atribuible a un factor humano, ya sea por diseño o por implementación, pero en los eventos CFIT el elemento humano ha sido el factor clave, puesto que el piloto es quien lleva la conducción de la aeronave, sea ésta de ala fija (avión) o de ala rotativa (helicóptero).
Precisamente por la importancia de este factor, desde hace más de una década, la Organización de Aviación Civil Internacional (OACI) ha enfocado sus esfuerzos para capacitar a los pilotos en el manejo de estas situaciones y con ello se ha
logrado abatir el índice de accidentes hasta desplazar a esta causa como la más importante en el ranking general.
En México, los esfuerzos se han enfocado en el ámbito profesional desde el seno del Colegio de Pilotos Aviadores. Sin embargo, y por desgracia, dichos esfuerzos no han logrado permear lo suficiente a los altos niveles indicados de gobierno, debido –entre otras cosas–a la falta de interlocución con los funcionarios encargados del tema.
No obstante, en el ámbito privado se ha logrado bastante y las organizaciones profesionales de pilotos aviadores, tales como el colegio o la asociación gremial que los representa, insisten frecuentemente en la capacitación y la aplicación de procedimientos.
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SEGURIDAD, POSIBLE
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Un futuro incierto
Aun cuando no hay que olvidar que estamos hablando de pilotos de la Fuerza Aérea Mexicana, lo cual hace todavía más complicado el asunto en términos de investigación y recomendaciones, es deseable que los cursos CFIT se introduzcan en todas las operaciones de vuelo.
No obstante, el asunto debe ir mucho más lejos. Ya en la investigación del accidente de Mouriño se apuntaba la necesidad imperiosa de reformar de raíz a las instituciones del ramo.
Es horrible reconocer que una tragedia pudo haberse evitado. Pero si Felipe Calderón quiere pasar a la historia como un gobernante efectivo en la aviación, con una administración efectiva y eficiente, es indispensable que existan remedios de fondo. La memoria de sus colaboradores lo exige.
De momento, el vuelo en helicóptero en México, es un peligro.
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