Raymundo Riva Palacios |
Monreal es un político fogueado en los peores momentos, como cuando la maquinaria del PRI quiso aplastarlo y no dejarlo ser candidato a gobernador de Zacatecas, y se rebeló. Se movió a la izquierda y los derrotó en su tierra. Lo quiso aplastar su sucesora, Amalia García y el gobierno federal, pero cada expediente que le abrían para conducirlo a un proceso penal, lo combatió con éxito. Pero cuando ya no dependía su destino del control de su estrategia, las cosas le empezaron a salir mal. López Obrador lo nombró coordinador de campaña pero, como es López Obrador, no centralizó la autoridad en él.
Al no tener el mando, tampoco tuvo la autoridad. En un equipo donde todos actuaban como asamblea universitaria, tuvo que discutir fuertemente para que el candidato diera la cara a los medios para ocupar los espacios públicos, y se enfrentó a Luis Mandoki, el poderoso asesor de imagen del candidato, al proponer spots que vincularan al candidato con los indecisos. Mandoki, Némesis de Monreal, se saltó toda estructura y se puso a pedir dinero para la campaña, irregularidad que al ser del conocimiento público, provocó la pérdida del momentum de López Obrador y, quizás, la oportunidad de arañar una vez más la Presidencia.
Monreal ha remado contra la corriente en esta campaña presidencial y ha tenido que ser quien tiene que dar la cara por el candidato y su proyecto. Sin todas las armas —López Obrador le oculta cosas, como de qué vivió durante seis años—, sin apoyos —el responsable del programa económico, Rogelio Ramírez de la O, no quiere dar la cara en este momento donde ese plan es atacado—, sin respaldo del candidato —que ni equipo ni recursos le ha facilitado—, Monreal es un llanero solitario en esa campaña de la que es el único vocero que ha aceptado como epílogo el sacrificio.
SEGUNDO TIEMPO: El nerd se convirtió en proyecto político. Quién iba a decir que aquél joven que estudiaba Economía en el ITAM al mismo tiempo que Derecho en la UNAM, y que desde entonces participaba en actividades políticas universitarias, sería hoy pieza clave en la vida política de Enrique Peña Nieto. Pero desde que Luis Videgaray lo conoció cuando fue contratado por el entonces gobernador Arturo Montiel para que le manejara las finanzas en el estado de México, estableció una relación cercana a Peña Nieto. Videgaray se convirtió en el hombre de confianza del actual candidato, en su gestión mexiquense como administrador, y en la Cámara de Diputados, como su operador presupuestal.
No pudo hacerlo su sucesor porque Peña Nieto, en una decisión de visión de largo plazo, le entregó la estafeta a Eruviel Ávila, pero en cambio le encargó el diseño y la operación de su campaña presidencial. Videgaray, totalmente fuera del clóset donde se mantuvo como hombre de poder tras bambalinas, se ha revelado como un polemista imbatible. Cada semana entra al ring con los jefes de campaña de los adversarios de Peña Nieto y cada semana parece disfrutarlo más. En las dos últimas, se ha cansado de bailar sobre la figura de Ricardo Monreal, coordinador de la campaña de Andrés Manuel López Obrador, quien no ha podido rasguñarlo con acusaciones de excesivos gastos de campaña de Peña Nieto, y luego no pudo defender que López Obrador se niegue a decir de dónde sacó el dinero para vivir durante seis años en campaña permanente.
Videgaray tiene lo que carece Monreal: el control total de la operación de Peña Nieto. También tiene lo que no tendrá su adversario temporal: futuro en la política. Monreal, con mucho territorio andado, va de salida. Videgaray pertenece a la generación que se está instalando apenas en el poder, más allá de quién llegue a la Presidencia.
TERCER TIEMPO: La verdad, no apostó todo por ella. Desde hace tres años lo veían como la gran figura emergente, una especie de joven maravilla, talentoso, inteligente y capaz. Las virtudes escondían los claroscuros, la soberbia y la ambición. Las debilidades, por encima de las fortalezas, provocaron que la campaña de Josefina Vázquez Mota se quedara trunca, y que en el arranque, cuando hay que cabalgar a toda prisa, tropezara. ¿Pero habría que sorprenderse que el jefe de la campaña, Roberto Gil, fallara en su misión de llevarla a la Presidencia?
Hace seis años, el candidato Felipe Calderón le dijo a su equipo que si querían estar, nadie podría aspirar a un puesto de elección popular al mismo tiempo, y que si se la iban a jugar con él, tenía que ser completamente. En esta campaña, Enrique Peña Nieto envió un mensaje similar a su equipo de campaña. Para los dos no había medias tintas. O ganaban como equipo la Presidencia, o la perdían como equipo. Vázquez Mota, que lo experimentó con Calderón, no aprendió. Nombró a Gil como su coordinador y le permitió al mismo tiempo ir por una senaduría en Chiapas.
Gil repartió preocupaciones y prioridades. Peña Nieto, como Calderón, quería que su equipo sólo pensara en Los Pinos para que trabajara sin tener una puerta de escape. Gil sí tiene esa puerta. ¿Qué tanto influyó en la campaña de Vázquez Mota que su coordinador sí la tenga? Falta información para evaluarlo, pero Gil no pudo enderezar la campaña cuando entró en crisis, y tuvieron que pedir que lo ayudaran aquellos a quienes había combatido durante la interna en el PAN. Le enderezaron el barco, pero no se sabe si fue a tiempo. Gil no se concentró, y se hundió. El resplandor que proyectaba hace seis meses, se opacó irreversiblemente —aún, incluso, si Vázquez Mota ganara la Presidencia.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx Twitter: @rivapa
Leído en: http://www.razon.com.mx/spip.php?page=columnista&id_article=126445
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Por favor, sean civilizados.