Carlos Ramírez |
Lo que le hace falta a la crisis económica internacional es un diagnóstico que eluda las falacias de la ciencia económica. De nueva cuenta, como en los setenta y los noventa, el mundo se enfrenta a la necesidad de replantear el orden económico mundial, no como enfriar la economía o cómo recuperar una tasa de crecimiento no mayor a 2% anual.
El lujoso hotel de Los Cabos que la sede del G-20 no será el balneario de Bretton Woods de 1944 donde se delineó el orden económico internacional de la posguerra, aunque debiera serlo. Lo que los líderes mundiales que se encuentran por debajo de las exigencias de esta crisis aún no quieren entender es que el viejo orden económico internacional dio de sí en 1989, y no por el derrumbamiento del modelo económico comunista-estatista sino por el salto cualitativo de la globalización estimulada por el Consenso de Washington.
La crisis se alimenta de la incomprensión de la economía por parte de los gobernantes y de las presiones populares: la socialdemocracia europea se dedicó a gastar y gastar sin reformular la política económica y ahora los gobiernos de la derecha tienen que pagar los paltos rotos del ajuste. Pero al final de día ninguno de los dos tiene la solución; peor aún, ambas tendencias económicas han metido al mundo en la lógica de arranque-pare o ciclos de crecimiento que provocan periodos de estancamiento, con el hecho agravante de que lo logrado en uno de ellos se pierde en el siguiente.
Ahora el debate se ha establecido en el dilema Krugman-Lagarde: el premio nobel Paul Krugman sigue sosteniendo la tesis de que mayor gasto público estimulara la reactivación de la economía, como si la estructura productiva y el mercado del 2012 fuera igual al de 1929; por lo pronto, el presidente Barack Obama se ha visto como un mandatario de cartera fácil y ha llevado la deuda pública a 15 trillones de dólares, rebasando el nivel de las dos administraciones de Bush. Pese a ese gasto --más para salvar corporaciones que para estimular la economía--, los EU no salen de la recesión ni tienen para cuándo salir.
Del otro lado, la directora-gerente del Fondo Monetario Internacional, Christine Lagarde, ha insistido ante el caso de la crisis financiera de la Unión Europea que el camino es el ajuste económico, disminuir el volumen de gasto público, bajar salarios, aumentar el IVA y profundizar la recesión para estabilizar la economía…, que ya vendrán tiempos mejores.
Ambas propuestas son coyunturales, de corto plazo, apenas para salir del hoyo, ninguna de las dos le entra a la solución estructural de la crisis, y Krugman y Lagarde se agotan en posiciones dogmáticas. El mundo ha cambiado desde la fundación del FMI y el Banco Mundial en Bretton Woods, la globalización ha interrelacionado las economías de manera peligrosa y hoy el problema no está en el mercado de bienes y servicios sino en el sistema financiero internacional que Clinton y Bush liberaron de regulaciones y con ello abrieron el camino para un mercado financiero especulativo que reventó la economía; las últimas crisis financieras-crisis económicas comenzaron con la explosión de empresas financieras que especularon hasta perder el control del mercado, crearon burbujas de dinero irreal como en 1929 y contaminaron las políticas económicas.
Lo que viene es previsible: o más gasto como dice Krugman hasta que la deuda se convierta en un factor adicional de crisis y el sueño de crecer se convierta en una pesadilla o menos gasto como propone Lagarde y con ello más pueblos en las calles exigiendo promesas y empleos y salarios a costa del erario pero de nueva cuenta sin reformular la política de ingresos. Lo graves que si Krugman y Lagarde no representan una solución, los gobiernos de países del G-20 siguen perdiendo el tiempo en reuniones que carecen de horizonte social y de eficacia. Lo que se necesita es la reforma integral del sistema financiero fundado en Bretton Woods y redinamizado por el Consenso de Washington, pero organizaciones como el G-20 se la pasan en la periferia de los problemas.
Los temas centrales de la economía no aparecerán en el G-20 de Los Cabos: la reforma del sistema financiero, la regulación de la globalización especulativa y la falacia del dilema neoliberalismo-neopopulismo. Lo que hay que reformular es la política económica, la política social y la política-política. Las expectativas del FMI para este año y el próximo son bajas, considerando lo que se perdió en el largo periodo de la crisis 2008-2012. Y las expectativas de Krugman inyectándole más gasto a la economía desconocen las metas de PIB y se sustentan en el principio neopopulista de que el pueblo es primero.
En este contexto nada se puede esperar de la reunión del G-20 porque las economías fuertes y no tan desarrolladas carecen de definiciones de fondo y les falta fuerza política para doblegas a las grandes potencias como los EU y Alemania, los dos gigantes en lucha por imponer la economía como ideología y no como instrumento de desarrollo: Obama parece dispuesto a profundizar la crisis con tal de ganar la relección y Merkel no quiere ceder ideología económica conservadora para depurar a la Unión Europea de países sin fortaleza productiva y económica que son un lastre.
El problema de la salida de la crisis radica, como escribiera Keynes en la gran depresión de los veinte del siglo pasado, en el hecho de que los gobernantes son rehenes de algún economista muerto. Y hoy Keynes quiere ser el fantasma invocando por la ouija de los economistas --como salvación para los neopopulistas y como mayor crisis para los neoliberales--, pero ignorando que en política y economía hay un tiempo histórico y que el pasado suele obligar a repetir.
Leído en: http://periodicodigital.com.mx/columnas/indicador_politico
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