Rafael Loret de Mola |
Pero resulta que la ciudadanía hizo su trabajo, salió en gran porcentaje a votar –63.7 por ciento- a pesar de la lluvia –que coincidió con la final de la Eurocopa, una gran distractora-, y de las confusiones de buena parte de la población acerca de los postulantes y sus partidos. Y si bien hubo un millón doscientos mil sufragantes que optaron por anular sus boletas –algunos más de cuantos votaron por Gabriel Quadri y la maestra Elba Esther, a quien un millón cien mil votos le dieron aire-, poco más de cuarenta y cinco millones de empadronados optaron por una de las tres opciones con posibilidades de ganar la contienda, sin exaltaciones ni bataholas, ni robos de urnas ni escándalos en las mesas electorales; alrededor de éstas, tres millones de mexicanos –como el IFE ha repetido hasta el cansancio- acudieron responsable y gratuitamente a prestar sus servicios cívicos como funcionarios de casillas o representantes de sus partidos.
Este columnista ha escuchado, en los días recientes, a decenas de padres de familia quienes fueron llamados por el IFE y también a otros que observaron a sus esposas e hijos cumplir con sus deberes cívicos; los más, en casi todos los casos, aguantaron más de una hora para poder sufragar y por eso repudiaron a quienes no hicieron “cola” porque tenían a unos infelices guardándoles el lugar –el mandatario Calderón, so pretexto del estado de salud ocular de su esposa y el presidente del PRI, Pedro Joaquín Coldwell, quien acaso restó un poco más la ventaja de su candidato entre los abucheos que provocó su torpe prepotencia-. En mi casilla, algunos `personajes quisieron simular que algún amigo les permitía ocupar su sitio pero, por fortuna, no soy tan desconocido y evitaron que los capturara en estas líneas. De algo sirve, amables lectores, que ustedes me hayan dado sitio sobre tantos venales que hubieran acaso extendido las manos, listos a vender sus silencios. Y esto se los aprecio enormemente porque en ello va toda mi vida.
Debo confesarles en este punto cierto desasosiego que no me deja tranquilo. Por lo general, a través de muchos años de ejercer con libertad el periodismo, cuando he acudido ante los micrófonos de alguna difusora solían llover los comentarios halagadores por parte de los radioescuchas o televidentes que, por supuesto, servían para fortificar mi voluntad y mi ego -¿por qué no confesarlo?-. Ahora, recientemente, como si se tratara de un ejército dispuesto a cubrir todos los cuadrantes radiofónicos, si no se habla de López Obrador en términos elogiosos, esto es sin la menor discrepancia con sus posturas o actitudes, nos cae encima una tormenta de epítetos que, de ninguna manera, coinciden con lo expresado en el sentido de que, a diferencia de hace seis años, y luego de realizar una excepcional campaña, Andrés Manuel, sencillamente, no ganó las elecciones. Y, en democracia, reconocerlo, es fundamental para andar hacia la plenitud política. Esto es, estamos volviendo a la innecesaria crispación de hace seis años, tirando por la borda la impresión general, de fuera también, sobre la corrección de nuestros comicios... aunque haya retornado el PRI a Los Pinos, como si fuera, para algunos quizá lo sea, el quinto jinete del Apocalipsis negando, de un plumazo, cualquier virtud que haya emanado de este partido y recordando sólo sus tremendas tragedias y afrentas contra los mexicanos. Pongamos la balanza a funcionar y puede que nos llevemos algunas sorpresas. Y, por favor, tengo motivos de sobra para no ser priísta ni pretender –como alguien amablemente sugirió hace días- una postulación. (No por el PRI precisamente).
El hecho es que, luego de los conteos distritales y su recuento de votos, como era predecible –perdón por usar un término ya puesto en boga por Calderón con quien en pocas cosas coincido-, los tres millones de sufragios que separan a Peña Nieto de López Obrador fueron plenamente confirmados. Y ni así se calmaron los exabruptos; al contrario crecieron...hasta hoy cuando la tensión ha subido y los decibeles de la protesta también. Desde luego, no me cabe la menor duda, Andrés Manuel sabe, de sobra, que se enfrenta a hechos incontrovertibles y que no será presidente salvo que pretenda encabezar una asonada, al estilo de los gorilones sudamericanos. Entonces, ¿para quién es el beneficio de la inestabilidad del país, del uso de los jóvenes ingenuos que enfrentaron su primera elección y se asustaron cuando les llegó la primera queja –hace seis años fueron miles y por todo el territorio nacional en una condición de empate técnico, casi imposible de romper-, y el manejo mediático que abraza a la izquierda cuando tanto se queja de que no le favoreció antes de los comicios, lo que se ha demostrado es falso?
Pensémoslo bien. Desde la lejana década de los ochenta, la poderosa nación del norte ha hecho lo imposible por considerar a México como un “estado fallido” y tener con este argumento, el pretexto de aumentar su ingerencia e incluso tomar para sí la rectoría del gobierno mexicano sin necesidad de invasiones espectaculares; sólo como si se tratara de una “coordinación” contra el crimen que no deja respirar a las autoridades y les ha arrebatado el “monopolio de la violencia”, esto es siendo más sólido que las fuerzas del Estado convirtiendo a éste en fallido. El ensayo es impecable y Calderón nos condujo, con sus torpezas criminales, al linde de esta situación.
Quizá por ello, el propio Calderón, en entrevista televisiva, encendió la hoguera al dar por entendido que llamará a “cualquiera de quien resulte presidente electo”, asumiendo que no lo ha hecho con Peña Nieto e insinuando que éste puede caerse del caballo, atizando con ello el fuego de la rebeldía callejera. ¿Es ésta la conducta de un estadista o de un provocador con banda sobre el pecho? Perdida a su candidata, la del “movimiento”, ahora utiliza el chantaje contra el PRI por dos razones: negociar su impunidad y quedar bien, muy bien, con quienes desde el norte ansían posicionarse de México y separarlo de cuanto venga del viejo continente, especialmente de España que ha invertido tanto que ahora depende del buen curso de sus filiales mexicanas para nivelar cuentas y atajar la tremenda crisis interna que vive.
Tal es el meollo del asunto, amables lectores. Que no los engañen más.
Debate
Me sorprenden la confusión mental y la ligereza con la que López Obrador llama al PAN “de Gómez Morín”, un “partido que siempre ha luchado por la democracia” (sic), a secundarlo en su pretendida exigencia de nulidad de los comicios como si de nada hubieran servido los votos de cuarenta y nueve millones de mexicanos. En primer lugar, más le valdría no solicitar el “voto por voto” en el Tribunal Electoral Federal porque ya vimos, en el conteo de los comités distritales, que sale perdiendo, así sea ligeramente, quien solicita, instalado en una rara esquizofrenia sexenal, la revisión exhaustiva: Andrés bajó algunas décimas y el resultado quedó casi igual, un poco más favorable a Peña Nieto. ¿Para qué tanto ruido?
Por otra parte, ¿cuántos electores recibieron las célebres tarjetas de Soriana? Lo pregunto porque fue el propio Andrés Manuel, siempre tan ocurrente, quien instruyó a la ciudadanía “a recibir todo lo que les ofrezcan” y luego “votar libremente”. Porque es obvio que los ya famosos monederos no brillan ante las mesas electorales y nadie puede certificar, bajo el principio del voto secreto, quien recibió o no tales supuestas prebendas. Además, como ya hemos sostenido, ninguno de los partidos en competencia puede alegar que tiene derecho a tirar la primera piedra cuando todos han incurrido en esta anomalía. ¿Por qué no se reclama, por ejemplo, la hiperactividad perredista en el Distrito Federal en donde el futuro jefe de gobierno, Miguel Ángel Mancera, obtuvo medio millón de sufragios más que Andrés Manuel, notivo por el cual no lo ha acercado ni exhibido cerca de él, por pura soberbia. Lo mismo le sucedió a Marcelo Ebrard a quien plantó, literalmente, cuando se matrimonió con Mariana Partas, porque no aguantaba los celos ni sabía como resolver el entramado de desconocer a un gobierno del que su partido formaba parte a través de senadores y diputados... además de la jefatura del Distrito Federal cuyas interrelaciones con el gobierno federal se tensaron durante cuatro años. La lealtad que exige López Obrador es sólo de abajo hacia arriba.
Insisto: quienes ahora protestan, tuvieron seis años para legislar y poner candados a la práctica de compraventas de sufragios que en 2006 encabezó el PAN en cuatro o cinco laboratorios regionales. Pero nada hicieron y sí dejaron, otra vez, llegar los huracanes paralizantes y devastadores. ¿Se vale?
La Anécdota
Hace años, una joven mujer optó por una candidatura para una diputación local. Le tocó el quinto distrito y era priísta, dicho esto para evitar la intención del malaje. Enseguida sus críticos avalaron una sentencia terrible:
--¿Cómo le dieron el quinto... si se mueve mejor que en el cuarto?
Ahora, Josefina Vázquez Mota, tan cambiada y beligerante sin perder el piso como su adversario perredista, convoca al Movimiento “Ola Civil” que, seguramente, Agustín Lara hubiese musicalizado. No me do tiempo, la verdad, de sugerirle un nominativo mejor y más popular, dadas las circunstancias de la contienda electoral:
--Debió llamarse el “Movimiento Cuchi-cuchi”. Todos habrían entendido... hasta los que están en cuarentena por no haber votado por Josefina.
E-MAIL: loretdemola.rafael@yahoo.com.mx
Leído en: http://www.vanguardia.com.mx/aquiensebeneficiaoscuridadenelcamino-1325148-columna.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Por favor, sean civilizados.