Se le olvida que en su campaña llegaban camiones llenos de gente obligada a asistir a sus mítines.
Yuriria Sierra |
“Lo que no reconoce el candidato perdedor es que fue un candidato menos competitivo que en 2006”, dijo Pedro Joaquín Coldwell la noche del jueves, después de que fuimos testigos de la relectura que Andrés Manuel López Obrador hizo de ese discurso suyo que entona cada vez que pierde una elección, lo que resume el síndrome de mal perdedor que le da a AMLO cada que los acontecimientos no salen como quiere.
No es la primera vez; hace unos días recordamos en este espacio que hizo lo mismo en 1988 y en 1994, cuando no logró ser gobernador de Tabasco, y en 2006, su tercera y muy histórica derrota. Marchas, manifestaciones y oportunidad para aprovechar los recovecos legales (o no) que le permitan creerse y hacer creer sus teorías de conspiraciones en su contra.
Una y otra vez, ahí va AMLO, en esta ocasión ignorando a los millones de personas que no votaron por él, que lógicamente son mucho más que los que sí lo hicieron, y es lógico si se suman los porcentajes de Enrique Peña Nieto, Josefina Vázquez Mota, Gabriel Quadri y votos nulos. Pero en la suya, su lógica, a AMLO nada le alcanza para entenderlo así, para él todo es fraude y complot en su contra, el eterno demócrata timado. Su ego es demasiado, la realidad parece superarlo y él parece no aceptar que una tarjeta de puntos de Soriana haya podido más que sus tantos años de campaña. Su ego le impide ver tan triste trasfondo. Incluso a la muerte de Juan Pablo II se quejó de que los medios hayan cubierto el hecho, no a él.
Sus acusaciones con respecto a la compra-venta de votos por parte del PRI, lo ponen a él (en realidad, él mismo toma ese lugar) en un altar, en una blanca paloma que jamás ha regalado siquiera una despensa para ganar simpatías. Así, textual, lo ha declarado tantas veces a últimas fechas, ahora que ese es su tema favorito en las conferencias de prensa que ha dado y cuyo conductor es la redundancia. Y tras su nada original discurso del jueves (y la inexistencia de las “pruebas” que había prometido), en realidad AMLO termina quedando mucho a deber.
¿Qué le pasará a AMLO, que habla de moral política y se olvida de que su partido también entrega despensas a los militantes? Se olvida también de que en su campaña llegaban camiones llenos de gente obligada a asistir a sus mítines. Habla de moral, pero sólo de una, la que le conviene. No de la otra que tiene, la que le permite hacer uso de esas prácticas partidistas de coacción del voto y que se permiten porque las leyes electorales están llenas de vacíos, absurdos y omisiones. Leyes que fueron aprobadas por los partidos que lo apoyan.
Ayer presenté en Cadenatres Noticias una serie de fotografías donde se muestran tales hechos: reparto de despensas y lonches, acarreados... todos dando fe de que, es cierto, AMLO sí utilizó en su campaña estos métodos para la coacción del voto, métodos que, dice, son suficientes para anular la elección que perdió, porque el ganador la utilizó... también.
Y es que por ahora no es el tema de la elección, ni de los recovecos que les permiten a los partidos este tipo de tretas. Sino que es AMLO y su inagotable discurso, su necia actitud de poner una agenda que lo deje salirse con la suya. Ya declaró incluso que para 2013 deberá haber un presidente interino en lo que se ‘resuelve’ lo que intenta impugnar, porque soberbio que es, hasta se cree con la autoridad para ordenarle a las instituciones, a esas que sólo respeta si lo hacen ganador.
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