Eduardo Sánchez Hernández |
Son muchos y muy severos los problemas que nuestro país enfrenta. Desafortunadamente, es muy nuestra la costumbre de regodearnos en la desgracia así como en la búsqueda de los culpables de los infortunios que nos aquejan para, de esa forma, expiar nuestra complicidad de sociedad indiferente y apática que considera que las quejas y la murmuración sustituyen la verdadera participación ciudadana, activa, organizada y comprometida.
Nuestros graves problemas exigen soluciones de fondo —y en el más breve plazo posible—. No tenemos tiempo que perder en un prolongado periodo de diagnóstico o en una cacería de brujas. A los mexicanos nos urge atender la economía de nuestras familias, su salud y su seguridad. Es preciso concentrarnos en el esfuerzo de atender lo importante. Durante el pasado proceso electoral, todos los partidos políticos ofrecieron coadyuvar para mejorar el nivel de vida de los mexicanos. No hubo candidato que no pusiera en prenda su palabra con tal de obtener el voto a cambio de su trabajo en pos del bienestar común, y desde luego que juraron someterse al dictado de la voluntad popular expresada en las urnas. Incluso se conminó a los candidatos presidenciales para que signaran un acuerdo que —de manera por demás kafkiana— los comprometiera a aceptar el resultado de la elección, como si el cumplimiento de la ley fuese un asunto potestativo. La realidad de las cosas es que bajo este esquema se intentaba someter la naturaleza violenta y arrebatada del candidato de las izquierdas, cuyo proceder irracional y caprichoso brindaba antecedentes suficientes para temer a sus reacciones.
Hoy, pasado el resultado, cada quien tiene su lugar en el escenario político. La voluntad electoral puso a unos a manejar el gobierno y a otros en el contrapeso legislativo. El mandato fue claro: discutan sus propuestas y pónganse de acuerdo en las soluciones para tener un México mejor. Bajo esta lógica, no podemos perdernos en disputas, en discusiones estériles o en atender los chantajes y las rabietas de un mal perdedor. La izquierda mexicana tiene entre sus filas a mujeres y hombres valiosos, con ideas y propuestas viables. En nuestro país, la izquierda ha combatido siempre a los caudillos, es por eso que resulta paradójico que en pleno siglo XXI, su candidato a la Presidencia de la República encarne a uno.
Las movilizaciones, los plantones y las marchas fueron instrumentos de presión efectiva en la época del régimen hegemónico, cuando el concepto democracia era más parte del discurso que de la realidad cotidiana. Doce años después de inaugurada la alternancia en el poder federal, el PRI retoma las riendas del Poder Ejecutivo y lo hace, por primera vez en toda su historia, desde la oposición; bajo reglas electorales consensadas por todos los partidos políticos y a través del liderazgo de un político joven que simple y sencillamente logró acreditar que es capaz de cumplir lo que promete. Hoy, los dinosaurios añorantes del viejo régimen acuden al expediente del chantaje y la movilización de sus clientelas en razón de que muchos de ellos son viejos lobos que patrocinaron o se beneficiaron de esta perniciosa práctica. En el mal llamado Movimiento Progresista están plenamente identificados políticos emblemáticos del viejo régimen. Ahí están los autores de las peores mañas antidemocráticas, “caídas del sistema” y “concerta-cesiones”, hoy tan criticadas por sus respectivas pandillas. Esos señores no creen en las elecciones ni tienen nada de democráticos. ¿Y por qué habrían de serlo? Prácticamente la totalidad de sus dirigentes usufructuaron y hasta auspiciaron al régimen que dicen repudiar. Todos sin excepción son políticos que comparten historias, ambiciones presidenciales frustradas, expedientes oscuros y métodos autoritarios y de simulación descaradas. El viejo PRI se mudó a vivir al Movimiento Progresista y desde ahí, con la brújula y el calendario extraviados, quieren espantar a las instituciones con los fantasmas que los persiguieron en sus tiempos de “políticos del sistema”, sin que parezca importarles el lamentable espectáculo que ofrece su decadente y lastimosa decrepitud.
Esta es la clase política que se quedó atrapada entre el pasado que ya no es, y el presente que los repudia.
eduardo@eduardo-sanchez.org
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