Eliseo Mendoza Berrueto |
Ante un desafortunado comentario surgido desde el interior del PRI, relativo a que se trataba de no más de 132 muchachos “acarreados” por el PRD, se soliviantaron los ánimos, respondieron airadamente y se le fueron a la yugular a Peña Nieto. En corto tiempo se sumaron estudiantes de otras universidades y se agudizó el encono antipeñista. Todo indicaba que el descontento podría convertirse en un movimiento universitario de gran trascendencia.
La lucha del #132 se enderezó contra algunos medios de comunicación por su parcialidad en el manejo de la información, contra las empresas encuestadoras acusadas de manipular sus datos y, abierta y descarnadamente en contra del candidato priista, triunfador en las elecciones. Según sus promotores, se trataba de un movimiento apartidista, sólo impulsado por un afán de justicia y limpieza electoral. Sin embargo al poco tiempo fueron apareciendo indicios de que tal movimiento contaba con recursos y apoyos de conspicuos perredistas.
Es desalentador que un movimiento estudiantil que se pensó idealista y limpio, se contaminara políticamente. A pesar de ello, no han faltado quienes, tras sesudas reflexiones, comparan a este movimiento con otros de verdadera trascendencia política.
El de 1968 fue un movimiento que acabó por cimbrar desde sus raíces al sistema político nacional. Con orgullo recuerdo mi personal participación en el Comité de Huelga como representante del profesorado del Colegio de México, acreditada institución de postgrado. Desde luego que aquél movimiento no estuvo exento de manipulaciones ni de interferencias de todo tipo, incluyendo intereses internacionales contrarios a la estabilidad del país. Pero hasta el último momento se mantuvieron firmes los objetivos originales: la lucha contra el autoritarismo y a favor de la democracia. Aquellos eran tiempos de un partido hegemónico, del presidencialismo exacerbado que arrollaba a los otros Poderes de la Unión y vulneraba los principios del federalismo, pues el país se gobernaba autárquica y centralmente.
Tanto por la claridad de sus objetivos como por su trágico desenlace, el movimiento del 68 no fue en vano. No tardó mucho en que el sistema político comenzara a transformarse y avanzara la democracia, empezando por una profunda reforma electoral cuyo proceso de perfeccionamiento aún continúa.
Sería bueno que los jóvenes de #132 analizaran los movimientos estudiantiles, a partir de la primavera del 68 en Francia. Recientemente surgió el de los llamados “indignados” cuyo bagaje ideológico y bandera de lucha está contra el liberalismo inhumano y promotor de enormes desigualdades económicas, políticas y sociales.
Me da por pensar que a veces van de la mano el idealismo y la ingenuidad. La última puede curarse con el tiempo y con los carajazos de la vida, pero es bueno mantener vivos los ideales. Aquellos que nos inspiran para luchar por la libertad y la justicia y por la igualdad social.
Si los jóvenes quieren realmente abanderar verdaderas causas, hay un campo enorme para seguir en la lucha por un mundo mejor. El sistema económico prevaleciente es el origen de muchos males e injusticias. Hay que cambiar desde sus raíces el modelo neoliberal que mantiene principios que privilegian al libre mercado y al capital y que nos conduce fatalmente a vivir en un mundo cada vez más inseguro, más contaminado y más empobrecido.
Esa sí es una verdadera causa para luchar. Levantar la bandera de los derechos humanos en un nuevo constitucionalismo construido a partir de los derechos fundamentales, que a todos nos obligue a proteger, fomentar, promover y respetar los derechos humanos, tal como lo expresa la última gran reforma de nuestra Constitución.
Leído en: http://www.zocalo.com.mx/seccion/opinion-articulo/idealismo-e-ingenuidad
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