Sara Sefchovich |
Y en efecto, hemos visto en años recientes linchamientos provocados por rumores cuyo fundamento nadie verifica y por asuntos menores (como que la hija de una señora quería huir con su novio), secuestros de funcionarios para conseguir que se haga caso a las peticiones de algún grupo, tomas de carreteras y edificios tanto públicos como privados, aumento de violencia en delitos como el robo, etc., porque la violencia ya no es sólo cosa de criminales o del Estado que los combate, sino de toda la sociedad. Y más todavía, hemos visto también que está a flor de piel y lista para brotar a la menor provocación.
Un ejemplo sucedió en una marcha que en mayo del 2011 y que se había anunciado como “Por la paz”, pero en la que se escucharon gritos pidiendo muerte y venganza contra políticos que no les gustaban a los marchistas.
En una encuesta de la UNAM, una mayoría de jóvenes entre 15 y 17 años se manifestaron “a favor de la tortura y la pena de muerte para combatir la violencia”, haciendo evidente una inclinación por el combate a la violencia con la violencia y algunos estudios han mostrado que “muchos niños prefieren ser como El Chapo que ganar un Nobel”, pues “no vale la pena estudiar para acabar vendiendo tacos en la calle, vale más la pena ser el que más mata, el que más chinga, el más cabrón”.
Por lo demás, la violencia se ha convertido en el elemento central de la vida mexicana, como se observa en los comentarios que los lectores envían a los diarios, en las redes sociales y en la cultura del día: el cine, la literatura, las canciones, los medios de comunicación y el arte no hablan de otra cosa, como si fuera el único tema en la vida nacional.
Esto viene a cuento por los ataques contra varias tiendas Soriana por parte de personas enojadas por la supuesta intervención de esa empresa en el triunfo electoral del PRI. Igual que con la marcha mencionada, han considerado que el camino de la violencia es el que les va a permitir componer lo que no les gusta de los resultados electorales.
Lo paradójico es que esas personas aseguren defender la democracia. Y por ningún lado se ve que así sea, a menos que su manera de entender lo que significa “defender” y lo que significa “democracia” sea la de imponer su voluntad aunque sea a base de violencia.
Resulta preocupante que las autoridades no intervengan para impedir esos ataques. Hemos visto que si unos vecinos intentan parar la construcción de alguna obra o unos jóvenes hacen desmanes en el metro, interviene la policía. ¿Por qué no cuando se ataca a un negocio establecido y legal en el DF, en el Estado de México o en cualquier otra parte?
Es imposible evitar la sensación de que aun las intervenciones (o no intervenciones) policiacas tienen tinte político. De otra manera no se entiende esa permisividad con el rompimiento del orden y la ley y con el uso de la violencia por parte de algunos ciudadanos.
El pánico que da ver esas acciones y esas (no) respuestas de la autoridad, es percatarse de que los ciudadanos estamos solos, que no tenemos ninguna defensa frente a grupos organizados, aun si son violentos, porque las autoridades responden a intereses que no son precisamente los de cuidarnos.
sarasef@prodigy.net.mx
www.sarasefchovich.com
Leído en: http://www.vanguardia.com.mx/alademocraciaporlaviolencia-1345083-columna.html
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