Enrique Krauze |
Nos recibe en la pequeña sala de su departamento y nos ofrece té. Viste impecablemente, con un traje gris claro y una camisa azul, del color de sus ojos. Quizá para distinguir nuestras siluetas se sienta frente a nosotros de cara al luminoso ventanal que da a la calle de Maipú. Al recibir el ejemplar de “Vuelta”, pregunta “Dígame, ¿salió con alguna errata?”. “No, Borges, con ninguna”. “Lástima, ya mi única esperanza son las erratas”. Y agrega “cuando Alfonso Reyes publicó un libro de poemas en el que abundaban, Enrique Díez-Canedo comentó que Reyes había publicado ‘un libro de erratas con algunos versos’... Las erratas duelen cuando se las descubre, son como mosquitos, como picaduras dolorosas, pero le importan sólo al autor. El lector sabe, con resignación, que leerá de todos modos una insensatez”.
Algo lo lleva a tocar uno de sus temas fundamentales: la valentía, la bravura. “Yo admiro mucho el valor”, dice. Sus anécdotas son esbozos de cuentos cuyo personaje central es un indio: un jefe charrúa que por años combatió junto con el general Rivera presencia el degüello de sus hermanos indígenas en una comida dispuesta por el propio Rivera. Antes de ser él mismo degollado, el charrúa pronuncia sólo tres palabras: “Cristiano matando amigo”. “El gerundio es perfecto”, apunta Borges. Otro indio llamado Payé robaba en las estancias de Buenos Aires. Es herido y sabe que va a morir. Cuando advierte la presencia de sus cazadores, pronuncia sus últimas palabras: “Máte, capitanejo, Payé sabe morir”.
En la mitología borgiana del valor físico, los cuchilleros, como se sabe, son personajes arquetípicos. Él mismo conoció varios cuchilleros jubilados de quienes pudo aprender cierta ética de la muerte. “El buen cuchillero -explica- escondía su arma, jamás la pavoneaba: sólo el bultito podía delatarlo. En esto no había disimulo: si se le sacaba era para matar”. La presencia auténtica del peligro obligaba al cuchillero a ser cortés: “he conocido maleantes corteses”, dice Borges. De alguno de ellos escuchó esta frase: “Hay dos cosas que un hombre no debe permitirse: amenazar y dejarse amenazar”. Sobre la distinción de matar y morir con un cuchillo o con una pistola, de la paulatina suplantación del valor físico por el cálculo, Borges nos habla también: “En las sociedades primitivas todos tenían que ser valientes. Luego surgen los astutos que tienen valientes que luchan por ellos”.
Uno de esos astutos fue Perón, por quien sentía Borges un “odio contemporáneo”. “Perón era cobarde -dice- y el exilio no lo mejoró”. “En una situación difícil, Perón sacó un revólver de su escritorio; ‘Ché -dijo alguno de sus subordinados-, pero ¿vos con una pistola?’. Perón se avergonzó y guardó el arma: sabía que no la podía usar”. En otra ocasión se quería cambiar el nombre de la ciudad de La Plata por el de “Evita Perón”. Se habló mucho hasta que un diputado propuso una salida perfecta: “¿Por qué no ponerle, en vez de Eva Perón o La Plata, ‘La Pluta’”. Había un cinismo tal -apunta Borges- que hasta a Perón le dio risa.
De la historia del país no quiso hablar: “No la entiendo ni simulo entenderla. Además, me duele mucho”. Le parecía ridícula la posible guerra de los generales contra Chile: “Ahora resulta que la Isla de los Pingüinos se ha vuelto un artículo de primera necesidad... (que en ella) nos va el honor nacional... ¡Será el honor de los cartógrafos!”. Su visión del mundo era sombría: “Qué vamos a hacer con dos potencias líderes tan blandas como Rusia y Estados Unidos, sobre todo Estados Unidos, esclavos voluntarios del American way of life, conjunto de costumbres cotidianas detestables”.
Hace unos meses, leyendo varias biografías de Borges (en particular la de Edwin Williamson), supe que el valor físico no fue sólo un vasto tema literario sino una característica suya, probada una y otra vez. Borges tuvo el valor de enfrentar el antisemitismo argentino, fue un enemigo abierto de Hitler y Stalin, padeció con estoicismo y retrató con sombría lucidez al peronismo. Y si la distancia física del mundo, impuesta por la ceguera, lo llevó a engañarse por un tiempo con respecto a los genocidas argentinos, pronto tuvo el valor de rectificar y dio la bienvenida, en las páginas de “Vuelta”, a la democracia.
Lo leo y releo con infinito asombro. Celebro que sus ensayos juveniles hayan sido recobrados lo mismo que sus conversaciones con Bioy, que son a Borges lo que la obra de Boswell es al Doctor Johnson. Las frases que pronunció en aquella velada me han acompañado siempre. Una sobre todo: “La única manera de hacer una revista es que unos jóvenes amen u detesten algo con pasión. Lo otro es una antología”.
Leído en: http://www.zocalo.com.mx/seccion/opinion-articulo/una-tarde-con-borges
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