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RECOMENDACIONES Y COLUMNAS DE OPINIÓN
martes, 7 de agosto de 2012
Anónimo - Naufragio
Iban dormidos en el barco. La tormenta los pilló desprevenidos. Cuando se despertaron, el fuerte oleaje había desmembrado el barco como si de un juguete se tratara. Pasaron del sueño a encontrarse empapados. Inconscientemente trataron de ponerse en pie, recoger sus cosas o llamar a sus seres queridos pero el fragor de los gritos y llantos se mezclaba con el tumulto de las olas y el crujir de las maderas al desgarrarse y abandonar el lugar donde habían servido largos años. El barco se hundió con su amasijo de cables, jarcias, velas, y gritos de aquellos que fueron arrastrados por la inmensidad.
Los supervivientes se desperdigaron sobre las encrespadas aguas. Algunos siguieron gritando el nombre de sus madres, esposos, hijos...pero la tormenta se lo tragaba todo en su espanto desatado.
Sin embargo, el cielo comenzó a aclararse por el este y poco a poco, las nubes y la lluvia se dispersaron. El mar seguía moviéndose como un animal encabritado. Grandes montañas de agua, dejaban entre si profundos valles de calma, en un vaivén enloquecido.
Algunos náufragos aprovechaban esos breves momentos en la cima del agua para vislumbrar el horizonte, así descubrieron el perfil de una isla se recortaba contra la media luz de la mañana.
Pero no todos miraron alrededor. Algunos solo pensaban en aquellos a los que habían abandonado. Se concentraban en el peligro que les acechaba y en lo perdido. En aquellos que no volverían a ver. Poco a poco, a media que su mente se llenaba de derrota y su cuerpo de cansancio se hundían en la profundidad azul y fría.
Los que habían atisbado la posibilidad de salvación nadaron raudos hacia esa tierra que se intuía en la cima del oleaje. Muchos luchaban con desesperación, mas rápidos de lo que su propio cuerpo podía aguantar, hasta que caían fulminados. Con los músculos agarrotados y totalmente agotados, se hundían con el horror reflejado en sus mejillas.
Al final solo unos pocos, aquellos que habían sabido ver en los pocos momentos en que se encontraban en la cresta de la ola, aquellos que nadaron en la dirección correcta, aquellos con la suficiente fuerza para llegar pero con la necesaria inteligencia para no avanzar más deprisa de lo que podían, llegaron a la playa.
Durmieron, todo lo que sus mermadas fuerzas necesitaron.
Al día siguiente, el sol salió sobre algunos que se aprestaron a seguir esforzándose por sobrevivir.
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