Carlos Slim |
Carlos Slim es omnipresente. Sin mostrarse públicamente lanzó varios mensajes a los mercados financieros y políticos, y los sacudió. Todo, en una semana.
Se fue de compras a Polonia donde su empresa América Móvil se presentó como uno de los cuatro grupos interesados en adquirir acciones de un operador de fibra óptica y para invertir en la empresa nacional de teléfonos celulares. El mismo día, pero al otro lado del Atlántico, vendió un millón y medio de acciones de Saks –cada una cotizada en al menos 11.77 dólares-, que no le impidió seguir como el principal accionista de esa tienda departamental de lujo que tiene su casa matriz en la Quinta Avenida de Nueva York.
No pasaba una semana cuando, en libros, perdió mil 700 millones de dólares por la caída de las acciones de América Móvil en Wall Street, que no impidió que el Índice de Multimillonarios de Bloomberg lo mantuviera como el hombre más rico del planeta. La pérdida de Slim fue de la mitad del total que tuvieron los 40 multimillonarios del mundo en la semana, que sufrieron por las caídas en las bolsas de valores ante la incertidumbre económica global.
Slim se movió ágilmente en los mercados que domina. Mientras realizaba estas operaciones tácticas, informó de una más, estratégica, la de deslistar –retirar la acción- a Telmex tanto en la Bolsa de Valores de Nueva York como en la de México, al concretarse el total de la compra de las acciones por parte de América Móvil, la joya de la corona del grupo. Con este movimiento dentro de las empresas de su grupo, sugieren los especialistas, Slim está consolidando su imperio de telecomunicaciones.
A los 72 años de edad, Slim –sus cercanos lo llaman cariñosamente “Cierto Bulto”- ha ido consolidando un imperio en el mundo que en México tiene su principal obstáculo. El ingeniero, que heredó una fortuna en bienes raíces iniciada por su abuelo al comprar a precios deprimidos terrenos en el Centro Histórico de la Ciudad de México tras la Revolución, para entrar al negocio de la telefonía fija en el gobierno de Carlos Salinas, donde incrementó sus utilidades exponencialmente; se ha convertido también en el arquetipo del hombre-monopolio.
No es el único que concentra un servicio o un producto en México –el pan, la tortilla, el cemento, son algunos claros, y la televisión y la cerveza entran en la categoría de duopolio-, pero cada vez que se menciona esa palabra, aparece la imagen de Slim. No es casual. Slim tiene el monopolio de la interconexión telefónica –que le deja aproximadamente siete mil millones de ganancias al año-, y controla 70% de la telefonía celular. Según un reporte de la OCDE dado a conocer en febrero, “se estima que la pérdida de bienestar atribuido al disfuncional sector de telecomunicaciones en México, entre 2005 y 2009, fue de 129 mil 200 millones de dólares”, que incluye una sobrecarga de precios a los consumidores de 26 mil millones de dólares. “Es falso”, respondió Slim a ese reporte, que era una crítica directa a él.
En México, Carlos Slim es admirado y repudiado. En el extranjero, aunque criticado, es altamente respetado. Las telecomunicaciones le abrieron las puertas del mundo, donde lo reciben dignatarios y capitanes de la industria sin espera. En algunas ocasiones ha sido su poder financiero la palanca de rescate de gobiernos enteros, como sucedió con el argentino de Cristina Kirchner, que en el umbral del quiebre acudió al empresario mexicano para que la salvara. Igual hizo con otro imperio, por su influencia, The New York Times, el periódico más importante del mundo, del que compró alrededor de 20% de su deuda cuando parecía que se iba a pique financiero.
La fortuna –señalado por la revista Forbes y por el servicio de noticias Bloomberg como el hombre más rico del mundo- y el poder que emana de ello, son realidades que ayudan a crearle un mundo de percepciones.
En el reciente conflicto entre el presidente de MVS, Joaquín Vargas, y el gobierno federal, el nombre de Slim estuvo desde el principio en el imaginario colectivo de que él es quien ganaría tras la disputa de la banda de 2.5 GHz. No sólo se cree, sino que se afirma públicamente que detrás del embate de Vargas contra la Presidencia, estaban las manos de Slim, con quien lo une, entre otras cosas, una sociedad en televisión por satélite, a través del sistema Dish.
“El dueño de MVS no es de los que salen a dar la pelea”, escribió el lunes pasado en El Universal, Carlos Loret, uno de los conductores estrellas de Televisa. “¿Por qué entonces está plantándose tan fiero frente al gobierno de Calderón para que no le quiten la concesión de la banda 2.5?”. Loret mismo respondió la pregunta: “Porque detrás de él hay intereses mucho más poderosos que sí se atreven a desafiar al Estado: los del ingeniero Carlos Slim”.
El señalamiento de Loret fue visto en la industria y el gobierno –donde también existe esa percepción-, como posición extraoficial de Televisa, que está enfrascada con el Grupo Carso en una larga batalla mediática y empresarial por el enorme pastel de las telecomunicaciones, para que sólo uno pueda ofrecer telefonía, televisión e internet en un solo servicio.
¿Está Slim realmente detrás de Vargas en su choque contra el gobierno de Calderón? La verdad histórica es irrelevante. La verdad política y empresarial es que sí es la mano que condujo a Vargas al enfrentamiento y qué sí es su interés esa banda digital que multiplica la velocidad de internet para poder hacer todo lo que se quiera por esa supercarretera, la que lo motiva. Es decir, la percepción domina la realidad.
En toda la semana, Slim no apareció por ningún lado ni hizo ninguna declaración. Se guardó. Pero no necesitaba salir para estar presente, ni necesita hacer nada para que se le responsabilice de lo bueno y lo malo. Hace mucho tiempo, eso es algo normal en todo lo que tiene que ver con él. Es la paradoja en la que vive este hombre omnipresente, una dicotomía de la cual no puede escapar que es un problema de éxito al haber construido una fortuna y un emporio que muchos, en México y el mundo, envidian y quisieran romper.
raymundo.rivapalacio@24-horas.mx | @rivapa
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