miércoles, 5 de septiembre de 2012

Rafael Loret de Mola - La Peor Imagen/ TRIFE Rebasado

Rafael Loret de Mola

Sin duda alguna, el peor estereotipo de los mexicanos, que la secretaría de Turismo inútil no ha podido siquiera amortiguar, es la del indio dormido con su gran sombrero cubriéndole la cabeza; el injusto cartón reproduce lo peor de nosotros: la indolencia, la flojera –esto es el propósito primigenio de no trabajar porque laborando sólo se obtienen migajas y es preferible optar por las prestaciones gubernamentales-, y la atávica resignación como elemento central de nuestras vidas. Incluso la Iglesia Católica, a la que dicen pertenecer en los censos poblacionales más del ochenta por ciento de los mexicanos, promueve la cultura de la pobreza a sabiendas de que los ricos sólo entrarán al paraíso si son capaces de pasar “por el ojo de una aguja” porque “los últimos serán los primeros”. Con tales apotegmas, muchos optan por ser explotados en silencio... hasta que se encienden las flamas de la rebeldía, aunque sea muy de vez en cuando.




Por eso, sin duda, la sabiduría del Constituyente de 1917 ideó fórmulas ventajosas para los desposeídos que luego sirvieron de base a la vanguardista Ley Federal del Trabajo, promulgada cuando todavía las naciones del primer mundo no reconocían más valor que los de la productividad sin detenerse en las diferencias de clase. Para infortunio general, tal ha sido el pretexto contumaz para mantener a nuestra sociedad en una especie de marasmo mientras las fuentes del poder se reparten las canonjías incluyendo a las dirigencias opositoras que entran al juego, es decir todas ellas. Tal fue la razón por la cual, aunque el ejemplo duela, los diputados y senadores del PRD aceptaron, en 2006, formar parte, como miembros del Legislativo uno de los tres poderes de la Unión, del gobierno a cuyo Ejecutivo desconocían llamándole espurio no sin razón por las triquiñuelas evidentes –estas sí- que culminaron con un infame dictamen del Tribunal Electoral del Poder Judicial Federal en donde se reconocieron los abusos tremendos, sobre todo la intervención del entonces presidente Vicente Fox y sus empresarios cómplices en el proceso comicial, considerando que tales no habían sido “determinantes” para los resultados finales de la elección, ¡cuándo la diferencia entre el primero y el segundo de los aspirantes presidenciales fue de tan sólo medio punto porcentual! Esto es, cualquier desviación, por pequeña que fuera, sí determinó la violación evidente de la voluntad ciudadana.
Tal episodio, cuyo protagonista principal, fue el entonces magistrado presidente del TRIFE, Leonel Castillo González –un nombre que pervive en la infamia de la democracia en México-, restó muy severamente la autoridad moral del tribunal y la calidad ética de quien fue designado presidente en contra de las evidencias que lo deslegitimaron. Fue este el punto de partida para un sexenio impregnado de desviaciones y vacíos de poder, con un mandatario arrinconado por la agenda militar y la subvención política a los órganos de seguridad pública y a quien fue exaltado como el hombre clave del gabinete, precisamente el titular del ramo, Genaro García Luna, intocable y contradictorio, con capacidad presupuestario para “asegurar” la fidelidad de sus “amigos” de circunstancias y métodos lo suficientemente oscuros para provocar la repulsión de quienes no cayeron en su trama perversa. Sea como fuese, el sexenio que vive sus últimos días será recordado como el de la violencia; otro estigma agregado al mandato ilegítimo.
En esa ruta intrincada, el TRIFE perdió buena parte de la confianza del electorado –al igual que el IFE presidido en esos días por el sudoroso, nervioso e hipócrita, Luis Carlos Ugalde quien, a toro pasado, reconoció las presiones de Los Pinos que debió soportar en las horas álgidas, un elemento para validar la idea de un fraude electoral sin recovecos-, sin una reacción acorde de los legisladores cuyos miembros más radicales, quienes llamaron “espurio” a Felipe Calderón, optaran por mejorar la estructura y plantear si habíamos avanzado, de verdad, al determinar que los criterios de siete “sabios” fuesen más correctos que los de los seiscientos veintiocho legisladores quienes otrora integraban el Colegio Electoral en cuyo seno defendían sus casos... atenidos a las consignas de una mayoría, priísta, dirigida por el mandatario nacional en funciones. ¿Fue mejor o peor? Pues ya va siendo hora de juzgar por los resultados.
El nuevo TRIFE, a quien no se condenó como sí se hizo con alguno0s consejeros del IFE, encabezados por Ugalde, quienes fueron removidos en contra de las disposiciones legales y mediante una reforma aplicada con retroactividad –un elemento que en un estado de derecho es inadmisible-, se quedó igual, sin candados y con la absurda posición sobre sus “decisiones inatacables”, esto es para que ni la Suprema Corte de Justicia pudiera arrogarse los casos extremos, como el confuso y torpe dictamen de 2006. Recuerdo que, cuando entrevisté a Marcelo Ebrard –“2012: La Sucesión”, Océano, 2010-, éste me mostró, en lugar destacado, a un lado de su escritorio de jefe de gobierno, una copia de aquella resolutiva del tribunal electoral viciada de origen y grotescamente redactada:
--Para que no se nos olvide nunca –recalcó-.
Sin embargo, con este antecedente, el TRIFE quedó igual y tal fue aprovechado por los calculadores abogados de la izquierda supuestamente unida, en torno a Andrés Manuel, para ensuciar el proceso de 2012 y situar a Enrique Peña Nieto como una especie de sucedáneo de Calderón en la carrera de la ilegitimidad política. Nada más infortunado para México y su incipiente democracia considerando la diferencia abismal –de más de tres millones de sufragios- entre Peña y López Obrador. ¿No era éste un momento ideal para curar heridas y proyectar a la izquierda como una corriente propositiva y responsable que no fraguaba colocar al país en el abismo del “estado fallido”?
Así las cosas, la única buena noticia divulgada por los medios extranjeros del primer mundo sobre México, la tranquilidad de la jornada electoral y el ejemplo de los sufragantes, amén de la manera sin mácula como fluyeron los resultados preliminares, inalcanzables para el aspirante López Obrador, fue convertida en una especie de lugar común comparando el episodio con el de hace seis años, tan distante en condiciones y circunstancias. El mal ya está hecho: el próximo presidente de México cargará con un gran baúl de sospechas y será rechazado por quienes, incondicionales de la causa lópezobradorista, no darán su brazo a torcer. Otra vez la intolerancia; de nuevo, la crispación.
Pero, ¿sólo a esto se refería el icono izquierdista cuando dejó fluir la idea de posibles “estallidos sociales” si no se anulaban las elecciones?¿O debemos tomarla como una amenaza en estos tiempos de negociaciones subterráneas entre las mafias dominantes?
Debate
Por ausencia de candados, seis años después del fraude comicial que colocó a Felipe Calderón en la Presidencia por un dictamen absurdo, el TRIFE suscita desconfianzas aun cuando, en esta ocasión, buena parte de los juristas con distintas filiaciones alegue que ahora sí actuó con apego a derecho. ¿Y por qué si antes no lo hizo no se tomaron las medidas necesarias para evitar reincidencias absurdas, por ejemplo en cuanto a la condición de “inatacable” que va implícita en su determinación final, para posibilitar, como en los demás renglones de la vida republicana, las apelaciones jurídicas convenientemente presentadas? Ya no hay otra rut5a que seguir por donde el Tribunal diga. Así de sencillo, pese a la furia concentrada en el personaje que sólo cree en la democracia cuando ganan él y los suyos, tal como sucedió en el Distrito Federal –de manera tan arrolladora que suscita per se la sospecha-, Morelos y Tabasco. No fue poca cosa lo obtenido.
Por lo demás, lo sensato no quita lo valiente. Y es obvio que muy pocos esperaban un viraje de tal magnitud como hubiese sido una declaratoria de invalidez de las elecciones. No creemos que, en serio, lo hayan creído ni López Obrador ni su testaferro Ricardo Monreal Ávila, el ex priísta cuya fogosidad le ha convertido en la sirena que le canta al oído al icono intachable que ahora se queja por haber sido descubierto en una trama semejante por la cual acusa al priísta Peña: la colecta de más de cien millones de pesos a partir de las empresas proveedoras del gobierno del Distrito Federal. Lo de menos es el monto; lo que importa es la conducta paralela impregnada de ilegalidad. Y es tal, claro, lo que deja sin argumentos, por ausencia de autoridad moral, a López Obrador y sus guerreros, incluyendo a los niños e infiltrados del “#Yo soy 132” que pudieron convertirse en un movimiento sano sin mezcolanzas políticas arbitrarias y obcecaciones parecidas a las de los incondicionales que, como los jamelgos de los picadores en las plazas de toros, van por el mundo con los ojos vendados mientras los arrean sus jinetes. Pobrecillos.
A partir de enero de 2013, según los plazos legales –obviamente absurdos pero sin candados-, el Instituto Federal Electoral se dará gusto imponiendo las multas más elevadas de su corta historia. Pero nada cambiará: Peña será presidente y López Obrador será dueño de su destino con una complejidad enorme porque, además, no es el único líder de la izquierda ni puede imponerse hasta la consumación del establishment. ¿Es tal lo que se propone para hacr efectivo cuanto más desean los “primos” del norte: precisamente el empantanamiento de México como “estado fallido”. No le tengamos miedo a las palabras ni a ls análisis cuando despiertan las conciencias.
La Anécdota
Quienes quieren mandar a su casa al señor López Obrador, acaso cansados de escuchar el mismo, recurrente discurso sarcástico, debieran recordar que, desde 1999, el personaje había expresado su derecho, al terminar su gestión como presidente nacional del PRD:
--Yo no quiero candidaturas, de verdad; lo que más ansío –nos reveló a un grupo de periodistas entonces-, es regresar a Tabasco...que es un edén. Parafraseando a Pepe del Rivero, compositor de “Vamos a Tabasco”, el hombre reconoció que apenas conocía la capital para la que muchos le apuntaban:
--Me pierdo en el Periférico –insistió-.
Pero, al fin y al cabo, del dicho al hecho... Lo mismo ahora cuando repelió a la violencia.



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