Raymundo Riva Palacio |
Arvide deja entrever historias que si fueran contadas en ese género, reubicaría a varios presidentes de México en una dimensión distinta a la que ocupan ahora en el imaginario colectivo, y si lo fueran de manera impersonal, provocaría una conmoción en el Ejército al desvelar la condición humana de los generales, con sus fortalezas y grandes debilidades. El libro editado por Océano no es académico ni pretende ser una obra histórica o política, pero detrás de la narrativa íntima hay momentos que salpican sus páginas de manera casual que pudieran cambiar la historia de este país.
Por ejemplo, al hablar de su relación con el general Francisco Arellano Noblecía, recuerda la gira del presidente José López Portillo a Nueva York en plena crisis económica por la nacionalización de la banca: “De regreso paramos en Washington, el avión (que transportaba a miembros del Estado Mayor Presidencial) ya iba sin asientos, debíamos recoger una inmensa cantidad de armas que López Portillo entregó en secreto a Nicaragua”. Era 1982, cuando el Frente Sandinista de Liberación Nacional ya gobernaba Nicaragua (las armas las entregaron a su líder y presidente, Daniel Ortega), y estaba enfrentado a Estados Unidos, que construía en ese entonces un ejército clandestino que se denominó La Contra.
De lo que habla Arvide sin hablar es de un enfrentamiento directo con el gobierno de Ronald Reagan, que en plena guerra en Centroamérica lo desafió al apoyar clandestinamente a los sandinistas. Esa posición de López Portillo, tan despreciado por los mexicanos hoy en día, se continuó en el gobierno de Miguel de la Madrid, que contuvo, con la creación del Grupo Contadora, la invasión de Estados Unidos a Nicaragua. En el libro sin embargo, Arvide no recoge el valor de De la Madrid, sino la molestia que generó con los generales cuando, por el temor a un golpe de Estado, le prohibió al Ejército salir inmediatamente a las calles de la ciudad de México tras el terremoto de 1985. El episodio lo recoge del general Alonso Aguirre Ramos, a quien escuchó en una reunión social decir que al Presidente “había que pegarle un manotazo”, para que entendiera, se infiere, el poder de las Fuerzas Armadas.
En ningún momento menciona Arvide un quiebre institucional o rebeldía del Ejército. Ni siquiera cuando el presidente Carlos Salinas obligó al general Miguel Ángel Godínez en 1993 a replegarse y no desactivar al EZLN en Chiapas, luego de descubrir que preparaban el alzamiento indígena. La relación con los presidentes siempre fue de Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas. Sólo así se explica –no se justifica- cuando al recordar la autora una plática con el general Jesús Gutiérrez Rebollo, exzar contra las drogas y aún preso por su relación con Amado Carrillo, “El Señor de los Cielos”, sugiere que fue una vendetta por la información en su poder –no profundizada- de los nexos del suegro del expresidente Ernesto Zedillo con los hermanos Amezcua, que manejaban en los 90 el tráfico de metanfetaminas hacia Estados Unidos.
Los datos de corrupción de generales aparecen como lunares por todos lados. Un capítulo específico sobre el tema –que no es la estructura del libro-, habría permitido ver el mapa de aquellos directamente involucrados con la delincuencia organizada, y otros con recursos de origen inconfesable para invitar mujeres y descorchar botellas de champaña por el mundo, a donde viajaban en aviones oficiales y privados, gastando en dobles vidas y viviendo en un sistema de complicidades que al final, es lo que describe este libro de Arvide, y que obliga a que un historiador lo tome como punto de partida para narrar la historia negra de “mis generales”.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
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Leído en: http://www.vanguardia.com.mx/misgenerales-1365507-columna.html
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