Ricardo Alemán |
El viejo PRI de los sindicatos “charros” puede derrotar a Peña | Obligado a acabar con los monopolios sindicales del trabajo
Nadie, en el Congreso de la Unión, duda que habrá nueva Ley Federal del Trabajo, a una semana de que los diputados dictaminen la iniciativa preferente enviada por Felipe Calderón, y a poco más de 30 días de que los senadores hagan su parte.
No, el problema no es si habrá o no reforma laboral. ¿Por qué? Porque sea de manera prematura, con cesárea o fórceps, la criatura laboral verá la luz; sea en medio de gritos y sombrerazos de los que reclaman la paternidad; de los “Charros” que golpean para inducir un aborto, de los dizque independientes y los que pregonan las banderas de la izquierda que ya saborean el botín político.
No, el problema está en el tipo de reforma que sobrevivirá, al final del trompicado periplo en las cámaras del Congreso. ¿Y por qué la importancia “del qué” y no “del cómo”?
Porque en las cámaras del Congreso no sólo está en juego el futuro de los trabajadores mexicanos –millones de jóvenes; hombres y mujeres, que reclaman urgentemente plazas para entrar al mercado laboral–, sino que se dirime un paradigma fundamental para entender el tipo de PRI que estará de vuelta en el poder presidencial.
En otras palabras, se dirime la interrogante sobre el material del que están hechos, tanto Peña Nieto como su gobierno. Es decir, veremos si la vieja estructura del sindicalismo “charro”, “corporativo”, “clientelar”, nada democrático y de riquezas inocultables –pero también incontables por la grosera opacidad de los sindicatos–, continúa viva, es vigente, poderosa y con capacidad para arrinconar a los presidentes de la República en turno.
¿Quién ganará entre Peña Nieto y los poderosos caciques sindicales, sean de empresas privadas, sean públicas? ¿O es que veremos a un Peña Nieto insensible al cambio de paradigma que suponen la democracia sindical y la transparencia de los recursos sindicales; lo veremos complaciente con el control caciquil de líderes como la señora Elba Esther Gordillo; los señores Carlos Romero Deschamps, Francisco Hernández Juárez, y palomilla?
PEÑA, A PRUEBA
Lo cierto es que poco a poco se configura un escenario en el que se asoman el garrote y el grillete con el que las grandes mafias sindicales –con el cuento del bienestar de los trabajadores–, pretenden “calar al nuevo PRI”, de Enrique Peña Nieto; con el que intentan cobrar sus cuotas e imponer las viejas reglas del juego; las de “Los Intocables”.
Y es que podrán argumentar lo que quieran y manden los defensores a ultranza de “los trabajadores y sus causas históricas”; los que con la misma enjundia defienden a los sindicatos y sus mafias; y podrán decir misa, si así lo desean, los defensores de las causas empresariales. Pero lo cierto es que a pocos les importa el beneficio de los trabajadores, en tanto que defienden sus trincheras caciquiles, sus feudos, las minas de oro puro que son los sindicatos y, claro, los beneficios y prebendas que produce el nada legítimo título de líder sindical.
Y si tienen dudas, que todos los señores caciques sindicales que hoy combaten con ardor “las reformas regresivas” de la derecha, le expliquen a los ciudadanos y a sus respectivos gremios, las razones que han llevado –desde hace décadas–, a que sea práctica cotidiana todo o casi todo lo que hoy trata de regular la reforma enviada al Congreso.
Dicho de otro modo, que industrias como la telefónica, la automotriz, la farmacéutica, de las telecomunicaciones, medios de comunicación, y hasta instituciones como el Congreso, universidades públicas y privadas, además de no pocos gobiernos estatales y municipales, fomentan no sólo las “outsourcing”, sino los contratos por hora, por tiempo determinado; la contratación por 30, 60 y 90 días para el primer empleo; contratación de menores, por destajo, firma de la renuncia como condición de contratación, pago por honorarios y…
Lo cierto es que buena parte de lo que pretende reglamentar la reforma preferente de Felipe Calderón –y por lo que ponen el grito en el cielo los defensores de los obreros y los líderes de las camarillas mafiosas llamadas sindicatos–, desde hace décadas se ha convertido en práctica cotidiana en las grandes, medianas y pequeñas empresas, ante la batalla diaria –y hora por hora–, de las empresas que compiten en un mundo global en donde el trabajo –nos guste o no–, es una pieza más del engranaje cotidiano para abatir costos.
Sin dudas que –con un mínimo de sensatez–, nadie estaría dispuesto a aceptar condiciones de trabajo adversas; sin dudas que todos desearían costosos y rentables contratos de trabajo de por vida. Sin embargo, la realidad del mercado global impone otras condiciones –siempre desventajosas para los trabajadores–, a cambio de mantener y/o crear más empleos.
SINDICATOS PODRIDOS
Y la otra parte de la ecuación son los sindicatos, mafias y liderazgos que no sólo no representan a los trabajadores sino que, un día sí y otro también, hacen el ridículo por sus excesos, su enriquecimiento sin límite, su desprecio por los trabajadores y por la evolución democrática del México del nuevo siglo.
El mejor ejemplo de ello lo vimos apenas en días pasados, luego de la explosión de una planta de Pemex en Tamaulipas, en donde Carlos Romero Deschamps nos regaló una pizca de lo que está hecho. Dijo, palabras más, palabras menos, que “no se debe maximizar” la tragedia, que costó la vida a casi 40 personas. La mayoría trabajadores subcontratados, sin los privilegios del poderoso sindicato petrolero.
Y esa es la mejor evidencia de que sindicatos como el de Pemex –pero en ese mismo costal pueden entrar todos los sindicatos de paraestatales y de instituciones públicas–, no sólo son una mafia gremial, del mal llamado “movimiento obrero”, sino que es una empresa que vende plazas a placer, que cobra cuotas a plenitud –sin rendir cuentas a nadie–, y que son un monopolio del trabajo, que da y quita a voluntad de los dioses llamados líderes, que corre y contrata a discreción, que acarrea y convierte a los trabajadores en carne de voto.
Y es que la reforma laboral que se discute en el Congreso no debe, no puede pasar por alto un reclamo fundamental del México moderno y del nuevo siglo; la democracia sindical y la transparencia de gestión. ¿Y qué quiere decir eso? Que si los puestos de elección popular son renovados cada tres y/o seis años, las dirigencias sindicales deben acabar con las presidencias vitalicias.
Que si se reclama transparencia al gobierno de Peña Nieto, los sindicatos deben garantizar la transparencia de sus recursos, de sus decisiones y gestiones. Peña Nieto está a prueba.
Al tiempo.
twitter: @Ricardo Aleman Mx |www.ricardoaleman.com.mx
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