Sara Sefchovich |
Las historias de vida de muchos santos cuentan que antes de dedicarse a Dios fueron descarriados que se solazaban en cuantos placeres terrenales estaban a su alcance, de modo que resulta muy digna de admiración su fuerza para abandonar el mal camino, y quizá por eso se considera que es de sabios cambiar.
Algunos políticos nuestros pretenden montarse en este tipo de mitología, a ver si así consiguen que la historia los perdone. En estos días hemos visto varios ejemplos: uno, el de un militante del PAN, que lo ha sido desde hace más de tres décadas, miembro del Consejo Nacional y del Comité Ejecutivo de ese partido y que tuvo varios cargos públicos: regidor, diputado, senador. El señor Ricardo García Cervantes decidió que había llegado el momento de la rectificación, motivada por “la desilusión y el dolor” que le causó que los gobiernos de su partido no hubieran sido capaces de atacar la corrupción y la impunidad ni de atender las demandas ciudadanas (algo de lo que por lo visto apenas se dio cuenta, pero que los ciudadanos sabemos desde siempre) y anunció que en adelante no quiere tener ningún cargo (de todos modos está en la edad en que ya es difícil que se lo ofrezcan) y que prefiere dedicarse a luchar por la justicia, lo que por lo visto supone que es más fácil hacer como ciudadano de a pie que como político, se ve que ni idea tiene.
Su lucha, dice, va a tener lugar en dos frentes: uno para la recuperación de los cuerpos enterrados desde hace meses entre los escombros del derrumbe de la mina Pasta de Conchos, y otro, igual al que hace unos años se propuso Marta Sahagún, el de “buscar generar una nueva relación entre la política y los ciudadanos”.
Muy loable, pero uno no puede sino hacerse varias preguntas, como por qué no lo hizo cuando era legislador y hubiera tenido verdaderas posibilidades de llevar a feliz término sus ideas, o por qué lo hizo coincidiendo con la pérdida del poder de su partido o por qué lo decidió hasta que se terminó su periodo en la Cámara Alta y cobró su último sueldo.
Otros ejemplos de entre los arrepentidos de la tierra son Jesús Murillo Karam y Manlio Fabio Beltrones, militantes priístas que también han tenido mucho poder y montones de cargos tanto en su partido como fuera de él, incluidos los de gobernador, senador y diputado, o sea, que son de esas personas que tuvieron en sus manos la posibilidad real de que el país cambiara y no lo hicieron, lo cual no obsta para que hoy nos vengan a soltar la cantaleta de que “urge” el cambio social. Así lo han dicho ambos y Beltrones, hoy diputado y ayer senador (hay que recordar que en este país no hay reelección de legisladores), ha llegado más lejos hasta decir que las reformas son “absolutamente necesarias”, pues de otra manera “no avanzaremos y el país permanecerá en la mediocridad de los últimos años en materia de crecimiento, empleo y seguridad pública”, convenientemente dejando de lado el pequeño detalle de que él perteneció a las legislaturas que durante todos estos años le escatimaron las reformas a los presidentes de la república recientes, por ser de otro partido.
He aquí, pues, el discurso que hoy nos endilgan quienes tuvieron en sus manos la posibilidad de aplicarlo y no lo hicieron: que urge cambiar. Que urge luchar. Que urge reformar.
Lamento ser descreída de tan buenas intenciones, pero es que resulta difícil creerles a quienes fueron de los que más se beneficiaron con el modo de ser de las cosas. O como dice Tim Parks, un profesor norteamericano: no es cierto que quieran ese cambio, porque allí están todo tipo de intereses y grupos cuya existencia misma depende de que las cosas se queden como están.
Es, una vez más, el modelo gatopardo: acomodar las cosas para que todo quede igual. Y es, también una vez más, el falso camino hacia la santidad porque no hay verdadero arrepentimiento.
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