Rafael Loret de Mola |
Pocos creen en México, salvo los jilgueros oficiales, en la democracia, supuestamente extendida hasta hace más de un siglo cuando, al fin, triunfó en las urnas Francisco I. Madero con el dictador Porfirio Díaz ya en el exilio en 1911. Es decir, nadie se acordó –bastante más que una simple anécdota- del centenario de la “democracia”, mucho menos en los corrillos panistas en donde tanto se exalta la figura del apóstol coahuilense; tampoco entre los priístas quienes, en algún momento, pretendieron usurpar la Revolución en beneficio propio sin respetar sus principios torales; ni, mucho menos, los perredistas empeñados en sostener que cuanto ha sucedido en las jornadas comiciales, hasta hoy, debe englobarse en la tipificación del fraude contra el colectivo... salvo, naturalmente, cuando han ganado ellos: en el Distrito Federal, en donde tanta animosidad escucho contra López Obrador en cierto sector de la sociedad, sencillamente arrollaron y ni quien dijera nada de sus afinados métodos clientelares.
Pues con tanta edad, más de un centenario –esto es una década más de lo que tiene de edad Luis Echeverría, acusado y exonerado por el genocidio de 1968 y el otro de 1971-, no hay quien pueda visitarla para rendirle alguna pleitesía; y es que, entre los mexicanos, son más las sospechas que las certidumbres. Nadie sabe, a ciencia cierta, cuáles comicios fueron legales y quienes usurparon la Presidencia, las gubernaturas y hasta alcaldías y posiciones en el Legislativo. Alguna vez, un diputado yucateco, Carlos Rubén Calderón Cecilio –fue larga su carrera parlamentaria, como la de su coterráneo Emilio Gamboa pero a diferencia de éste ya cesó-, me confió con tono de inaudita suficiencia:
--En Chihuahua –hablaba de 1986 y de la asunción de Fernando Baeza Meléndez-, hicimos un trabajo perfecto, profesional. Aprovechamos los espacios que nos dejaron vacíos y ganamos la guerra. ¿Por qué deberían quejarse los panistas si no pudieron con nuestras infanterías?
Esto es: la democracia se entendía como la capacidad para obtener escrutinios a como diera lugar, sin límite alguno, para no dejar pasar al adversario siempre reducido por la falta de estructura, dinero y movilidad. Por eso, naturalmente, ganaba el PRI siempre y las oposiciones, sobre todo la derecha, aceptaba, no sin remilgos para obtener algo más, las sobras. De esta correlación podrida surgió el imperativo de mostrar al mundo que nuestro gobierno era plural y caminaba hacia el desarrollo con una sociedad distinta pero no dispersa. Hasta que Vargas Llosa, en un arranque genial, sentenció a nuestro sistema como “la dictadura perfecta”... y saltaron los ideólogos, de uno y otro bando, para tratar de reducir los daños; para infortunio de los mismos, no pudieron hacerlo.
La alternancia fue, por tanto, analizada como un imperativo para salvaguardar la soberanía nacional ante la amenaza de estallidos promovidos por fuerzas incontrolables, desde adentro de un pueblo saqueado pero también proveído por manos extraños, acaso los narcos multinacionales o el Pentágono expansionista o los terroristas, vascos primeros e islámicos después, perfectamente camuflados. Nos enredamos en todos ellos y surgió imparable la violencia que determina buena parte del curso político con base en un intercambio permanente de chantajes y acuerdos viciados de origen... como el que está dando origen a la reforma laboral que termina con la legislación vanguardista emanada de una Constitución hecha ya quinientos pedazos, casi amorfa y en muchos casos contradictoria e ilegible.
Una sola muestra demuestra lo anterior: para ser presidente, siguiendo textualmente el mandato constitucional del reformado artículo 82, se requiere ser hijo de madre o padre mexicanos, no de los dos; de ésta manera quienes tienen sendos progenitores de esta nacionalidad NO pueden aspirar a la Primera Magistratura. Un error de insolvencia literaria tan atroz como inútil porque, sencillamente, nadie le hace caso. ¿Es menester formular y promulgar otra ley fundamental? El extinto maestro Ignacio Burgoa pensaba que no: basta, decía, con cumplir con los principales principios de la Carta de 1917 para realizar el mayor de los cambios posibles. Pero, el caso, es que ya nos extraviamos tanto que pocos conocen el origen incluso entre los juristas más distinguidos.
Y en esta línea está la democracia tan infelizmente mal usada que nadie recordó felicitarla en su supuesto centenario como sí se hizo, no sin cierto cinismo, con el bicentenario de la Insurgencia y, sobre todo, con el centenario de una Revolución que la derecha siempre negó pero festejó con tal de darse un banquete de demagogia inolvidable desde el Palacio Nacional. Fue entonces cuando el cinismo histórico alcanzó sus más altas cotas... derrochando capitales –y en ello intervino el difunto Alonso Lujambio, ahora colocado, con obvia cursilería, en el nicho de los santones constructores de una democracia sin recuerdos-, y convocando a los funcionarios de cuello alto a participar no de la efeméride sino del festín palaciego. Total: los aristócratas siempre necesitarán de estas cosas, los eventos sociales superlativos, para sentirse bien. Y ni quien se ocupe de los de abajo y sus matracas.
Por cierto, nunca fue claro si la comisión, encabezada por Lujambio en 2010, desvió o no los recursos destinados a sendas celebraciones; o si gastó de más en puras frivolidades o en obras tan suntuarias como inútiles y poco agraciadas como la célebre Estela de la Luz; quizá algunos se alegren del hecho de que Don Alonso la haya alcanzado a ver cuando pasó delante de ella con rumbo al Senado en donde tomó protesta y pronunció un discurso antes de partir definitivamente cobijado por las condolencias y exaltado casi a la heroicidad por haber enfrentado un cáncer brutal como tantos miles de mexicanos que no son debidamente atendidos. Y tengo casos específicos que contar sobre las limitaciones en este renglón del Instituto Mexicano del Seguro Social, pese a las no malas relaciones de este columnista con la dirección del mismo. Pero, en política cuentan mucho más los estigmas que los verdaderos afectos. ¡Lo he corroborado tantas veces a través de mi larga trayectoria de periodista! En el fondo, es mejor, mucho mejor así porque mi conciencia está liberada del pecado del contubernio que la Iglesia y el Estado debieran juzgar con la dureza merecida.
Mientras escribo estas líneas, en la ciudad de México y en Madrid, suben las protestas de tono. En la capital de España rodean al Congreso de los Diputados igual que en nuestro país en donde nadie logra hacerse escuchar porque sus representantes velan más por los intereses partidistas que por los del colectivo. Las prioridades son ajenas, naturalmente, a cualquier posibilidad de encontrarse en la misma vía con los trabajadores cada vez más desahuciados, maniatados a las conveniencias de la clase patronal mientras las distancias sociales entre unos y otros no han amainado a través de un siglo de “democracia” que ha prohijado cacicazgos, líderes charros y eternos, legisladores amafiados con el narcotráfico y presidentes sin visión de Estado ni valor para enfrentar los desafíos. Por eso calderón se va repudiado si bien con el seguro de protección de Genaro García Luna... hasta diciembre.
Mirador
Dicen que Enrique Peña Nieto tiene prisa por recuperar, si no el liderazgo, cuando menos cierto prestigio diplomático viendo hacia el sur y no sólo hacia el norte del continente. No hace mucho, una amiga venezolana, adoradora de Chávez –lo que se antoja inverosímil desde nuestra visión pero no en la de ella-, me dijo:
--No saben los mexicanos cuánto les costará haber optado por la alianza –esto es el TLC-, con las potencias del continente y no por sus pueblos hermanos.
Me di cuenta luego de los desaires sufridos por Calderón en centro y Sudamérica. Hubo ocasión en que, de plano, fue ignorado cuando asistió a una de las investiduras del “eterno” Daniel Ortega, cuyo nepotismo de izquierda coincide mucho con el de la derecha mexicana, en Niacaragua en donde se trató como héroes al venezolano enfermo, al boliviano Evo Morales y al ecuatoriano Rafael Correa mientras al jefe del Estado mexicano se le negaba hasta la menor condecoración como muestra palpable no únicamente de rechazo sino de condena histórica tras tantos años de vigencia de la Doctrina Estrada que todavía es baluarte para defender las soberanías de los Estados.
La prisa acaso sea por otra cosa. Por ejemplo, ¡qué triste el papel de Calderón quien debió entrar por la puerta trasera del Congreso, en medio de un corral de comedias, y salir cuestionado, igualmente, por la inequidad de la jornada electoral. ¿Cómo entonces podría celebrarse, en 2011, el centenario de la democracia? Ni la propensión aristocrática de los panistas a los festines se atrevió a tanto siquiera para exaltar aquellas elecciones de Madero que no interrumpieron el orden constitucional tras la caída del dictador Díaz y el interinato del queretano Francisco León de la Barra. La memoria siempre cuenta mucho, lo mismo para recordar el abominable episodio del enajenado barbado de Miramar traído desde sus parcelas imperiales europeas hasta el Castillo de Chapultepec por los conservadores traidores. Estas son las cuentas de la derecha en punto de finiquito, esperemos que definitivo.
No olvidemos. El sexenio de la violencia, por agotarse, costó ochenta mil víctimas inocentes, mucho más, pero mucho más que los genocidios de Tlatelolco y el Jueves de Corpus. No puede perdonarse así nada más. Y por eso no sólo Peña tiene prisa si es que la tiene; la tenemos todos los mexicanos.
Por las Alcobas
Cuando entrevisté a Peña Nieto –“2012: La Sucesión”, Océano-, no dejé en la cartera la pregunta fundamental sobre las mafias que le apoyaban, sobre todo las provenientes de los ex presidentes. Y me respondió, pausada y seriamente:
--Ésta es la hora de sumar; cuando llegue el momento, se sabrá.
Diciembre es la fecha de arranque para medir, en serio, la dimensión de Peña. Tengo mis dudas, muchas. Pero esperemos que no se salga de la ruta y se colapse... aunque llegue con una debilitada, vulnerable armazón.
E-Mail: loretdemola.rafael@yahoo.com.mx
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